VIAJE APOSTÓLICO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A ECUADOR, BOLIVIA Y PARAGUAY
(5-13 DE JULIO DE 2015)
VISITA A LA POBLACIÓN DEL BAÑADO NORTE
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Capilla de San Juan Bautista, Asunción
Domingo 12 de julio de 2015
Queridas hermanas y hermanos, ¡buenos días!
Estoy muy alegre por visitarlos a ustedes esta mañana. No podía estar en Paraguay sin estar con ustedes, sin estar en ésta ‘su’ tierra.
Nos encontramos en esta Parroquia llamada Sagrada Familia y les confieso que desde que comencé a pensar en esta visita, desde que comencé a caminar desde Roma hacia acá, venía pensando en la Sagrada Familia. Y, cuando pensaba en ustedes, me recordaba la Sagrada Familia. Ver sus rostros, sus hijos, sus abuelos. Escuchar sus historias y todo lo que han realizado para estar aquí, todo lo que pelean para tener una vida digna, un techo. Todo lo que hacen para superar la inclemencia del tiempo, las inundaciones de estas últimas semanas, me trae al recuerdo, todo esto, a la pequeña familia de Belén. Una lucha que no les ha robado la sonrisa, la alegría, la esperanza. Una pelea que no les ha sacado la solidaridad, por el contrario, la ha estimulado y la ha hecho crecer.
Me quiero detener con José y María en Belén. Ellos tuvieron que dejar su lugar, los suyos, sus amigos. Tuvieron que dejar lo propio e ir a otra tierra. Una tierra en la que no conocían a nadie, no tenían casa, no tenían familia. En ese momento, esa joven pareja tuvo a Jesús. En ese contexto, en una cueva preparada como pudieron, esa joven pareja nos regaló a Jesús. Estaban solos, en tierra extraña, ellos tres. De repente, empezó a aparecer gente: pastores, personas igual que ellos, que tuvieron que dejar lo propio en función de conseguir mejores oportunidades familiares. Vivían en función también de las inclemencias del tiempo y de otro tipo de inclemencias…
Cuando se enteraron del nacimiento de Jesús se acercaron, se hicieron prójimos, se hicieron vecinos. Se volvieron de pronto la familia de María y José. La familia de Jesús.
Esto es lo que sucede cuando aparece Jesús en nuestra vida. Eso es lo que despierta la fe. La fe nos hace prójimos, nos hace prójimos a la vida de los demás, nos aproxima a la vida de los demás. La fe despierta nuestro compromiso con los demás, la fe despierta nuestra solidaridad: una virtud, humana y cristiana, que ustedes tienen y que muchos, muchos, tienen y tenemos que aprender. El nacimiento de Jesús despierta nuestra vida. Una fe que no se hace solidaridad es una fe muerta, o una fe mentirosa. “No, yo soy muy católico, yo soy muy católica, voy a misa todos los domingos”. Pero dígame, señor, señora, “¿qué pasa allá en los Bañados? ‒“Ah, no sé, sí…, no…, no sé, sí…, sé que hay gente ahí, pero no sé…”. Por más misa de los domingos, si no tenés un corazón solidario, si no sabés lo que pasa en tu pueblo, tu fe es muy débil o es enferma o está muerta. Es una fe sin Cristo. La fe sin solidaridad es una fe sin Cristo, es una fe sin Dios, es una fe sin hermanos. Entonces viene ese dicho, que espero recordarlo bien, pero que pinta este problema de una fe sin solidaridad: “Un Dios sin pueblo, un pueblo sin hermanos, un pueblo sin Jesús”. Esa es la fe sin solidaridad. Y Dios se metió en medio del pueblo que Él eligió para acompañarlo, y le mandó su Hijo a ése pueblo para salvarlo, para ayudarlo. Dios se hizo solidario con ese pueblo, y Jesús no tuvo ningún problema de bajar, humillarse, abajarse, hasta morir por cada uno de nosotros, por esa solidaridad de hermano, solidaridad que nace del amor que tenía a su Padre y del amor que tenía a nosotros. Acuérdense, cuando una fe no es solidaria, o es débil o está enferma o está muerta. No es la fe de Jesús. Como les decía, el primero en ser solidario fue el Señor, que eligió vivir entre nosotros, eligió vivir en medio nuestro. Y yo vengo aquí como esos pastores que fueron a Belén. Me quiero hacer prójimo. Quiero bendecir la fe de ustedes, quiero bendecir sus manos, quiero bendecir su comunidad. Vine a dar gracias con ustedes, porque la fe se ha hecho esperanza y es una esperanza que estimula al amor. La fe que despierta Jesús es una fe con capacidad de soñar futuro y de luchar por eso en el presente. Precisamente por eso yo los quiero estimular a que sigan siendo misioneros de esta fe, a seguir contagiando esta fe por estas calles, por estos pasillos. Esta fe que nos hace solidarios entre nosotros, con nuestro hermano mayor, Jesús, y nuestra Madre, la Virgen. Haciéndose prójimos especialmente de los más jóvenes y de los ancianos. Haciéndose soporte de las jóvenes familias, y de todos aquellos que están pasando momentos de dificultad. Quizás el mensaje más fuerte que ustedes pueden dar hacia afuera es esa fe “solidaria”. El diablo quiere que se peleen entre ustedes, porque así divide y los derrota y les roba la fe. ¡Solidaridad de hermanos para defender la fe! ¡Solidaridad de hermanos para defender la fe! Y, además, que esa fe solidaria sea mensaje para toda la ciudad.
Quiero rezar por sus familias y rezar a la Sagrada Familia, para que su modelo, su testimonio siga siendo luz en el camino, estimulo en los momentos difíciles y que nos dé la gracia de un regalo, que lo pedimos juntos, todos: que la Sagrada Familia nos regale “pastores”, que nos regale curas, obispos, capaces de acompañar, y de sostener y estimular, la vida de sus familias. Capaces de hacer crecer esa fe solidaria que nunca es vencida.
Los invito a rezar juntos y les pido también que no se olviden de rezar por mí. Y recemos juntos una oración a nuestro Padre que nos hace hermanos, nos mandó a nuestro Hermano mayor, su Hijo Jesús, y nos dio una Madre que nos acompañara. Padre Nuestro….
Que los bendiga Dios Todopoderoso, el Padre, y el Hijo y el Espíritu Santo. Y sigan adelante. ¡Y no dejen que el diablo los divida! Adiós.
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