DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA GENERAL
DE LAS OBRAS MISIONALES PONTIFICIAS
Sala Clementina
Viernes 5 de junio de 2015
Queridos hermanos y hermanas:
Con agrado me encuentro con todos vosotros, que estáis comprometidos en las Obras misionales pontificias, al servicio de la Iglesia para hacer realidad el mandato misionero de evangelizar a todos los pueblos hasta los confines de la tierra. Agradezco al cardenal Filoni sus amables palabras.
La humanidad tiene tanta necesidad del Evangelio, fuente de alegría, esperanza y paz. Tiene prioridad la misión evangelizadora, porque la actividad misionera es aún hoy el máximo desafío para la Iglesia. Y «¡cómo quisiera encontrar —también para vosotros— las palabras para alentar una etapa evangelizadora más fervorosa, alegre, generosa, audaz, llena de amor hasta el fin y de vida contagiosa!» (Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 261).
El anuncio del Evangelio es la primera y constante preocupación de la Iglesia, es su compromiso esencial, su mayor desafío y la fuente de su renovación. El beato Pablo vi añadió: «Es su vocación». En efecto, de la misión evangelizadora, de su intensidad y eficacia deriva también la verdadera renovación de la Iglesia, de sus estructuras y de su actividad pastoral. Sin la inquietud y el anhelo de evangelización no es posible desarrollar una pastoral creíble y eficaz, que una anuncio y promoción humana. «La salida misionera es el paradigma de toda obra de la Iglesia» (Evangelii gaudium, 15).
A vosotros, miembros de la Congregación para la evangelización de los pueblos y directores nacionales de las Obras misionales pontificias, por vocación y por ministerio os corresponde una tarea exigente y privilegiada: vuestra mirada y vuestro interés se ensanchan hacia los amplios y universales horizontes de la humanidad, hacia sus fronteras geográficas y, sobre todo, humanas. Con estima y efecto acompañáis la vida de las Iglesias jóvenes esparcidas por el mundo, y animáis al pueblo de Dios para que viva plenamente la misión universal. Conocéis las maravillas que mediante estas Iglesias, a menudo pobres de recursos, el Espíritu Santo está obrando en la humanidad, incluso a través de las dificultades y las persecuciones que sufren por su fidelidad y testimonio de la palabra de Dios y por su defensa del hombre. En aquellas periferias humanas la Iglesia está llamada a salir a los caminos e ir al encuentro de tantos hermanos y hermanas nuestros que viven sin la fuerza, la luz y el consuelo de Jesucristo, sin una comunidad de fe que los acoja, sin un horizonte de sentido y de vida (cf. Evangelii gaudium, 49).
La Congregación para la evangelización de los pueblos y las Obras misionales pontificias son, pues, protagonistas de una renovada evangelización, dirigida a todos y, en particular, a los pobres, a los últimos y a los marginados (cf. ibíd, n. 198).
Las Obras misionales pontificias, por el carisma que las caracteriza, se muestran atentas y sensibles a las necesidades de los territorios de misión y, en particular, a los grupos humanos más pobres. Son instrumentos de comunión entre las Iglesias, favoreciendo y realizando una participación de personas y recursos económicos. Están comprometidas en sostener a seminaristas, presbíteros y religiosas de las jóvenes Iglesias de los territorios de misión en los colegios pontificios. Ante una tarea tan hermosa e importante que está delante de nosotros, la fe y el amor de Cristo tienen la capacidad de impulsarnos por doquier para anunciar el evangelio del amor, de la fraternidad y la justicia. Y esto se hace con la oración, con la valentía evangélica y el testimonio de las bienaventuranzas. Por favor, estad atentos para no caer en la tentación de convertiros en una ONG, una oficina de distribución de ayudas ordinarias y extraordinarias. El dinero ayuda —¡lo sabemos!—, pero también puede convertirse en la ruina de la misión. El funcionalismo, cuando se pone en el centro u ocupa un espacio grande, casi como si fuera la cosa más importante, os llevará a la ruina; porque el primer modo de morir es el de dar por descontadas las «fuentes», es decir, Quién mueve la misión. Por favor, con tantos planes y programas no dejéis a Jesucristo fuera de la Obra misional, que es su obra. Una Iglesia que se reduce al eficientismo de los aparatos de partido ya está muerta, aunque las estructuras y los programas en favor de los clérigos y laicos «auto-ocupados» pudieran durar incluso siglos.
No es posible una verdadera evangelización sino con la energía santificadora del Espíritu Santo, el único capaz de renovar, sacudir, dar impulso a la Iglesia en una audaz salida fuera de sí para evangelizar a todos los pueblos (cf. ibíd, n. 261).
Que la Virgen María, Estrella de la evangelización, nos obtenga siempre la pasión por el reino de Dios, para que la alegría del Evangelio llegue hasta los confines de la tierra y ninguna periferia esté privada de su luz. Os bendigo con afecto a todos. Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí.
Podemos rezar juntos el Ángelus.
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