DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS MIEMBROS DE LA UNIÓN CATÓLICA ITALIANA DE PROFESORES,
DIRIGENTES, EDUCADORES Y FORMADORES [UCIIM]
Aula Pablo VI
Sábado 14 de marzo de 2015
Queridos colegas:
Permitidme llamaros así, porque yo también fui profesor como vosotros y conservo un hermoso recuerdo de los días transcurridos en el aula con los estudiantes. Os saludo cordialmente y doy las gracias al presidente por sus amables palabras.
Enseñar es un trabajo bellísimo. Lástima que los profesores sean mal pagados. Porque no sólo es el tiempo que emplean en la escuela, después tienen que prepararse, tienen que pensar en cada uno de los alumnos: cómo ayudarles a seguir adelante. ¿Es verdad? Es una injusticia. Pienso en mi país, que es el que conozco: pobrecitos, para tener un sueldo más o menos que sea conveniente, tienen que hacer dos turnos. ¿Pero cómo termina un profesor después de dos turnos de trabajo? Es un trabajo mal pagado, pero bellísimo porque permite ver crecer día tras día a las personas que fueron confiadas a nuestro cuidado. Es un poco como ser padres, al menos espiritualmente. Es también una gran responsabilidad.
Enseñar es un compromiso serio, que sólo una personalidad madura y equilibrada puede asumir. Un compromiso de este tipo puede infundir temor, pero es necesario recordar que un profesor jamás está sólo: comparte siempre su trabajo con los demás colegas y con toda la comunidad educativa a la que pertenece.
Vuestra asociación ha cumplido 70 años: es una hermosa edad. Es justo festejar, pero se puede también comenzar a hacer el balance de una vida.
Cuando nacisteis, en 1944, Italia estaba aún en guerra. ¡Desde entonces se ha recorrido camino! También la escuela ha hecho mucho camino. Y la escuela italiana ha seguido adelante también gracias a la contribución de vuestra asociación, que fue fundada por el profesor Gesualdo Nosengo, un maestro de religión que sintió la necesidad de reunir a los profesores de secundaria de entonces, que se identificaban con la fe católica y que trabajaban en la escuela con esta inspiración.
En todos estos años habéis contribuido a hacer crecer el país, habéis contribuido a reformar la escuela, habéis contribuido, sobre todo, a educar generaciones de jóvenes.
En 70 años Italia ha cambiado, la escuela ha cambiado, porque siempre hay profesores dispuestos a comprometerse con su profesión con ese entusiasmo y esa disponibilidad que nos da la fe en el Señor.
Como Jesús nos ha enseñado, toda la Ley y los Profetas se resumen en dos mandamientos: ama al Señor tu Dios y ama a tu prójimo (cf. Mt 22, 34-40). Nos podemos preguntar: ¿Quién es el prójimo para un profesor? El «prójimo» son sus estudiantes. Con ellos es con quienes transcurre sus días. Son ellos quienes esperan de él un guía, una orientación, una respuesta y, antes aún, buenas preguntas
No puede faltar entre las tareas de la uciim la de iluminar y motivar una justa idea de escuela, ofuscada algunas veces por discusiones y posiciones restrictivas. La escuela está hecha ciertamente de una válida y cualificada instrucción, pero también de relaciones humanas, que por nuestra parte son relaciones de acogida, de benevolencia, que hay que ofrecer a todos indistintamente. Es más, el deber de un buen educador —con mayor razón de un profesor cristiano— es el de amar con mayor intensidad a sus alumnos más difíciles, más débiles, más desfavorecidos. Jesús diría: si amáis sólo a los que estudian, que son bien educados, ¿qué mérito tenéis? Y hay algunos que hacen perder la paciencia, pero a esos debemos amarlos más. Cualquier profesor se encuentra bien con esos alumnos. A vosotros os pido que améis más a los estudiantes «difíciles» a los que no quieren estudiar, a los que se encuentran en condiciones de necesidad, a los discapacitados y a los extranjeros, que hoy representan un gran desafío para la escuela.
Si hoy una asociación profesional de profesores cristianos quiere testimoniar su inspiración, está llamada a comprometerse en las periferias de la escuela, que no pueden ser abandonadas a la marginación, a la ignorancia, a la delincuencia. En una sociedad donde es difícil encontrar puntos de referencia, es necesario que los jóvenes encuentren en la escuela una referencia positiva. Ella puede serlo o llegar a serlo si dentro de ella hay profesores capaces de dar un sentido a la escuela, al estudio y a la cultura, sin reducir todo a la sola transmisión de conocimientos técnicos sino poniendo el esfuerzo en construir una relación educativa con cada alumno, que debe sentirse acogido y amado por lo que es, con todos sus límites y potencialidades. En esta dirección vuestra tarea es más que nunca necesaria. Y vosotros tenéis que enseñar no sólo los contenidos de una materia, sino también los valores de la vida y las costumbres de la vida. Las tres cosas que debéis transmitir. Para aprender los contenidos es suficiente el ordenador, pero para entender cómo se ama, para comprender cuáles son los valores y cuáles los hábitos que crean armonía en la sociedad se necesita un buen profesor.
La comunidad cristiana tiene muchísimos ejemplos de grandes educadores que se dedicaron a colmar las carencias de la formación escolar o a fundar escuelas. Pensemos, entre otros, en san Juan Bosco, de quien se celebra este año el bicentenario de su nacimiento. Él aconsejaba a sus sacerdotes: educar con amor. La primera actitud de un educador es el amor. A estas figuras es a quien podéis mirar también vosotros, educadores cristianos, para animar desde dentro una escuela que, prescindiendo de su gestión estatal o no estatal, tiene necesidad de educadores creíbles y testigos de una humanidad madura y completa. Testimonio. Y esto no se compra, no se vende: se ofrece.
Como asociación estáis por naturaleza abiertos al futuro, porque siempre hay nuevas generaciones de jóvenes a quienes hay que transmitir el patrimonio de conocimientos y valores. A nivel profesional es importante actualizarse en las propias competencias didácticas, también a la luz de las nuevas tecnologías, pero la enseñanza no es sólo un trabajo: la enseñanza es una relación donde cada profesor debe sentirse completamente implicado como persona, para dar sentido a la tarea educativa respecto a sus alumnos. Vuestra presencia hoy aquí es la prueba de que poseéis esas motivaciones de las que tiene necesidad la escuela.
Os animo a renovar vuestra pasión por el hombre —¡no se puede enseñar sin pasión!— en su proceso de formación, y a ser testigos de vida y esperanza. Jamás, jamás cerrar una puerta, abridlas todas de par en par, para que los estudiantes tengan esperanza.
Os pido también, por favor, que recéis por mí, y os invito a todos vosotros a rezar a la Virgen, pidiendo la bendición.
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