VISITA PASTORAL DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A POMPEYA Y NÁPOLES
ENCUENTRO CON LA POBLACIÓN DE SCAMPIA
Y CON VARIAS CATEGORÍAS SOCIALES
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Plaza de Juan Pablo II, Nápoles
Sábado 21 de marzo de 2015
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Quise comenzar desde aquí, desde esta periferia, mi visita a Nápoles. Os saludo a todos y os agradezco vuestra calurosa acogida. Verdaderamente se ve que los napolitanos no son fríos. Doy las gracias a vuestro arzobispo por haberme invitado —incluso amenazado si no venía a Nápoles— y por sus palabras de bienvenida; y gracias a quienes se hicieron eco de las realidades de los inmigrantes, trabajadores y magistrados.
Vosotros pertenecéis a un pueblo que tiene una larga historia, surcada por acontecimientos complejos y dramáticos. La vida en Nápoles nunca ha sido fácil, sin embargo nunca ha sido triste. Y este es vuestro gran recurso: la alegría, el gozo. El camino cotidiano en esta ciudad, con sus dificultades y sus necesidades y algunas veces con sus duras pruebas, genera una cultura de vida que ayuda siempre a volver a levantarse después de cada caída, y a obrar de tal modo que el mal nunca tenga la última palabra. Es un gran desafío: nunca dejar que el mal tenga la última palabra. Es la esperanza, lo sabéis bien, ese gran patrimonio, ese «resorte del alma», tan valioso, pero también expuesto a asaltos y robos.
Lo sabemos, quien sigue voluntariamente la senda del mal roba un trozo de esperanza, gana alguna cosa pero roba esperanza a sí mismo, a los demás y a la sociedad. La senda del mal es un camino que siempre roba esperanza, la roba también a la gente honesta y trabajadora, e incluso a la buena fama de la ciudad, a su economía.
Quisiera responder a la hermana que habló en nombre de los inmigrantes y de los sin techo. Ella pidió una palabra que asegure que los inmigrantes son hijos de Dios y que son ciudadanos. ¿Pero es necesario llegar a esto? ¿Los inmigrantes son seres humanos de segunda clase? Tenemos que hacer que nuestros hermanos y hermanas inmigrantes escuchen que son ciudadanos, que son como nosotros, hijos de Dios, que son inmigrantes como nosotros, porque todos nosotros somos emigrantes hacia otra patria, y ojalá lleguemos todos. ¡Qué nadie se pierda por el camino! Todos somos inmigrantes, hijos de Dios que nos puso a todos en camino. No se puede decir: «Los inmigrantes son así.. Nosotros somos...». ¡No! Todos somos inmigrantes, todos estamos en camino. Y esta palabra que todos somos inmigrantes no está en un libro, está escrita en nuestra carne, en nuestro camino de vida, que nos asegura que en Jesús todos somos hijos de Dios, hijos amados, hijos queridos, hijos salvados. Pensemos en esto: todos somos inmigrantes en el camino de la vida, ninguno de nosotros tiene morada fija en esta tierra, todos tendremos que marchar de aquí. Y todos tenemos que ir al encuentro de Dios: uno antes, otro después, o como decía ese anciano, ese viejecito astuto: «¡Sí, sí, todos! ¡Id vosotros, yo voy por último!». Todos tendremos que ir.
Luego tuvimos la intervención del trabajador. Y doy las gracias también a él porque naturalmente quería tocar este punto, que es un signo negativo de nuestra época. De modo especial lo es la falta de trabajo para los jóvenes. Vosotros pensad esto: más del 40 por ciento de los jóvenes de 25 años hacia abajo no tiene trabajo. ¡Esto es grave! ¿Qué hace un joven sin trabajo? ¿Qué futuro tiene? ¿Qué camino de vida elige? Eso es una responsabilidad no sólo de la ciudad, no sólo del país, sino del mundo. ¿Por qué? Porque existe un sistema económico que descarta a la gente y ahora es el turno de los jóvenes de ser descartados, es decir sin trabajo. ¡Esto es grave! «Pero hay obras de caridad, hay voluntariados, está Cáritas, está ese centro, está ese club que da de comer...». Pero el problema no es comer, el problema más grave es no tener la posibilidad de llevar el pan a casa, de ganar el pan. Y cuando no se gana el pan, se pierde la dignidad. Esa falta de trabajo nos roba la dignidad. Tenemos que luchar por esto, debemos defender nuestra dignidad de ciudadanos, de hombres, de mujeres, de jóvenes. Este es el drama de nuestro tiempo. No debemos permanecer callados.
Pienso también en el trabajo a mitad. ¿Qué quiero decir con esto? La explotación de las personas en el trabajo. Hace algunas semanas, una joven que necesitaba trabajo encontró uno en una agencia turística y las condiciones eran estas: 11 horas de trabajo, 600 euros al mes sin ninguna aportación para la pensión. «¡Es poco por 11 horas!». «Si no te gusta, mira la fila de gente que está esperando el trabajo». Esto se llama esclavitud, esto se llama explotación, esto no es humano, esto no es cristiano. Y si quien hace esto se dice cristiano es un mentiroso, no dice la verdad, no es cristiano. También la explotación del trabajo en negro —tú trabajas sin contrato y te pago lo que quiero— es explotación de las personas. «¿Sin las aportaciones para la pensión y para la salud?». «A mí no me interesa».
Te comprendo bien, hermano, y te agradezco lo que has dicho. Debemos retomar la lucha por nuestra dignidad que es la lucha de buscar, encontrar, volver a encontrar la posibilidad de llevar el pan a casa. Esta es nuestra lucha.
Y aquí pienso en la intervención del presidente del Tribunal de apelación. Él usó una bonita expresión «itinerario de esperanza» y recordaba un lema de san Juan Bosco: «buenos cristianos y honestos ciudadanos», dirigido a los niños y a los jóvenes. El itinerario de esperanza para los niños —los que están aquí y para todos— es ante todo la educación, pero una educación auténtica, el itinerario de educar para un futuro: esto previene y ayuda a seguir adelante. El juez dijo una palabra que yo quisiera retomar, una palabra que hoy se usa mucho, el juez dijo «corrupción». Pero, decidme, si cerramos la puerta a los inmigrantes, si quitamos el trabajo y la dignidad a la gente, ¿cómo se llama esto? Se llama corrupción y todos nosotros tenemos la posibilidad de ser corruptos, ninguno de nosotros puede decir: «yo nunca seré corrupto». ¡No! Es una tentación, es un deslizarse hacia los negocios fáciles, hacia la delincuencia, hacia los delitos, hacia la explotación de las personas. ¡Cuánta corrupción hay en el mundo! Es una palabra fea, si pensamos un poco en ello. Porque algo corrupto es algo sucio. Si encontramos un animal muerto que se está echando a perder, que se ve «corrompido», es horrible y apesta. ¡La corrupción apesta! La sociedad corrupta apesta. Un cristiano que deja entrar dentro de sí la corrupción no es cristiano, apesta.
Queridos amigos, mi presencia quiere ser un impulso hacia un camino de esperanza, de renacimiento y de saneamiento que ya se está realizando. Conozco el compromiso, generoso y diligente, de la Iglesia, presente con sus comunidades y sus servicios en la realidad concreta de Scampia; así como la continua movilización de grupos de voluntarios, que no dejan faltar su ayuda.
Aliento también la presencia y el compromiso activo de las instituciones ciudadanas, porque una comunidad no puede progresar sin ese apoyo, mucho más en momentos de crisis y en presencia de situaciones sociales difíciles y algunas veces extremas. La «buena política» es un servicio a las personas, que se ejerce en primer lugar a nivel local, donde el peso del incumplimiento, de los retrasos, de las auténticas omisiones es más directo y hace más daño. La buena política es una de las expresiones más elevadas de la caridad, del servicio y del amor. Haced una buena política, pero entre vosotros: la política se hace entre todos, juntos. Entre todos se hace una buena política.
Nápoles está siempre dispuesta a resurgir, sopalancando sobre una esperanza forjada por mil pruebas, y por ello recurso auténtico y concreto con el cual se puede contar en todo momento. Su raíz radica en el ánimo mismo de los napolitanos, sobre todo en su alegría, en su religiosidad y en su piedad. Os deseo que tengáis la valentía de seguir adelante con esta alegría, con esta raíz, el valor de llevar adelante la esperanza, de no robar nunca la esperanza a nadie, de seguir adelante por el camino del bien, no por la senda del mal, de seguir adelante en la acogida de todos los que vienen a Nápoles de cada país: que sean todos napolitanos, que aprendan el napolitano que es tan dulce y tan bonito. Os deseo que sigáis adelante en la búsqueda de fuentes de trabajo, para que todos tengan la dignidad de llevar el pan a casa, y de seguir adelante en la limpieza de la propia alma, en la limpieza de la ciudad, en la limpieza de la sociedad para que no se sienta ese mal olor de la corrupción.
Os deseo lo mejor, seguid adelante y que San Jenaro, vuestro patrono, os asista e interceda por vosotros.
Os bendigo de corazón a todos, bendigo a vuestras familias y este barrio vuestro, bendigo a los niños que están aquí a nuestro alrededor. Y vosotros, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ‘A Maronna v’accumpagne! (Que la Virgen os acompañe).
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