DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE LA REPÚBLICA DEL CONGO
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"
Lunes 4 de mayo de 2015
Queridos hermanos en el episcopado:
Es para mí una gran alegría acogeros con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum, que os permite consolidar vuestros vínculos con la Sede apostólica y con los obispos de todo el mundo, reforzando así la colegialidad. Mi alegría es aún más grande porque, a través de vosotros, vislumbro comunidades cristianas jóvenes y dinámicas, que tratan de arraigarse en el amor del Señor. Al recibiros, las recuerdo de forma especial, así como a los sacerdotes, religiosos, religiosas, catequistas y todos los demás agentes de pastoral que trabajan por el progreso del reino de Dios en el Congo. También para fortaleceros en vuestro compromiso a su servicio, volviendo a las fuentes, realizáis esta peregrinación a las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo, los cuales testimoniaron la fe en Cristo hasta el sacrificio supremo del martirio. Me siento conmovido por el testimonio de adhesión al Sucesor de Pedro expresado en vuestro nombre por monseñor Daniel Mizonzo, presidente de vuestra Conferencia. Al darle afectuosamente las gracias a él, así como a cada uno de vosotros, quiero expresaros mi aliento en vuestro trabajo apostólico.
La reciente creación de tres nuevas diócesis testimonia la vitalidad de la Iglesia católica en vuestro país, y también el celo que sus pastores manifiestan en la obra de evangelización. Es un motivo de gran satisfacción, que al mismo tiempo impulsa a un esfuerzo mayor para responder cada vez mejor a las necesidades del pueblo de Dios y a las expectativas de las numerosas personas a quienes el Evangelio de Jesucristo aún no ha sido anunciado.
Es un bien que en estos últimos años las reflexiones de vuestra Conferencia se hayan centrado en la misión de los laicos en la Iglesia y en la sociedad. Aquí quiero rendir homenaje a su relevante contribución a la obra de evangelización. Es importante que vuestra pastoral ayude a sus movimientos de espiritualidad y apostolado a redescubrir y afirmar su propia vocación con vistas al «testimonio creíble de los laicos sobre la verdad salvífica del Evangelio, su poder para purificar y trasformar el corazón, y su fecundidad para edificar la familia humana en unidad, justicia y paz» (Discurso a los líderes del apostolado laico, Corea, 16 de agosto de 2014). En efecto, los laicos tienen necesidad de ser acompañados y formados en el testimonio del Evangelio en los ámbitos socio-políticos, que constituyen su campo específico de apostolado (cf. Apostolicam actuositatem, 4 y 7). La pastoral de la familia es parte integrante de este acompañamiento. Las reservas de los fieles ante el matrimonio cristiano revelan la necesidad de una evangelización profunda, que implique no sólo la inculturación de la fe, sino también la evangelización de las tradiciones y la cultura local (cf. Africae munus, 36-38). Al respecto, tengo que agradeceros la contribución de vuestras diócesis al Sínodo de los obispos sobre la familia. No dejéis de obtener beneficio de él para adaptar mejor vuestra pastoral a las realidades locales.
Queridos hermanos en el episcopado: En estos ámbitos y en muchos otros los sacerdotes son vuestros primeros colaboradores. En consecuencia, su condiciones de vida y su santificación no deben dejar de estar en el centro de vuestras preocupaciones y de vuestra solicitud (cf. Presbyterorum ordinis, 7). En particular, la formación permanente es indispensable para ellos, para que puedan servir cada vez mejor al pueblo de Dios y acompañarlo espiritualmente como corresponde, en particular a través de celebraciones litúrgicas dignas y homilías que alimenten la fe de los fieles. Al respecto, os invito a seguir vigilando las condiciones de envío de los sacerdotes de vuestras diócesis que continúan sus estudios y a sostenerlos durante su estancia en el extranjero, para favorecer su regreso en tiempo útil, de modo que se salvaguarde siempre el bien de la Iglesia. Doy gracias a Dios por las numerosas vocaciones sacerdotales y religiosas que florecen en vuestras diócesis. Testimonian, además, vuestro celo apostólico, bendecido por el Señor, puesto que en definitiva es Él el dueño de la mies que llama y manda obreros a su mies (cf. Mt 9, 38). Esto os impone aún más obligaciones a vosotros, pastores, a quienes están confiadas estas vocaciones, para que, en una escucha personalizada, acompañéis a cuantos se sienten llamados a servir al Señor en su viña, según los diversos carismas. La inmensa necesidad pastoral de la Iglesia local exige, a su vez, un discernimiento riguroso, para que el pueblo de Dios pueda contar con pastores celosos que edifiquen con su testimonio de vida, sobre todo en lo que concierne al celibato y al espíritu de pobreza evangélica. Además, no hay que descuidar nada para que todos, sacerdotes, catequistas, familias jóvenes, grupos de oración y otros más, tomen cada vez más conciencia de la importancia de su contribución en el acompañamiento y la formación de los candidatos al sacerdocio y cada uno asuma su propia parte.
En este Año de la vida consagrada quiero rendir personalmente homenaje al compromiso de los religiosos y religiosas al servicio de las poblaciones del Congo, a las cuales ofrecen con generosidad y dedicación asistencia tanto espiritual como material, testimoniando a Cristo casto, pobre y obediente. Si una colaboración armoniosa entre vosotros obispos y los consagrados, necesaria en todos los niveles, favorece el anuncio del Evangelio, vuestra afectuosa cercanía no puede menos que asegurarles y permitirles contribuir cada vez más al crecimiento de la Iglesia local, en la diversidad de sus carismas.
Queridos hermanos en el episcopado: Algunas diócesis experimentan grandes dificultades a causa de la insuficiencia de los recursos materiales y financieros locales disponibles. Comprendo la entidad de los pensamientos y las preocupaciones vinculados a semejante situación en el corazón de un pastor. Por eso os aliento a encaminar resueltamente vuestras diócesis por el sendero de la autonomía, del hacerse cargo progresivamente y de la solidaridad entre las Iglesias locales en vuestro país, según la hermosa tradición que se remonta a las primeras comunidades cristianas (cf. Rm 15, 25-28). Al respecto, seguid vigilando a fin de que las ayudas económicas concedidas a vuestras Iglesias particulares para sostenerlas en su misión específica no limiten vuestra libertad de pastores ni obstaculicen la libertad de la Iglesia, que debe tener carta blanca para anunciar de modo creíble el Evangelio.
Por lo que concierne a la ayuda recíproca y la solidaridad entre Iglesias particulares, también deben traducirse en la promoción del espíritu misionero, ante todo en África. Os dirijo de buen grado el llamamiento solemne de mi predecesor, el beato Pablo VI en Kampala: «Vosotros, los africanos, sois ya los misioneros de vosotros mismos» (Homilía durante la celebración eucarística al final del Simposio de los obispos de África, 31 de julio de 1969).
La comunión eclesial también se debe manifestar concretamente en el ejercicio de la dimensión profética de vuestra tarea pastoral. En efecto, es importante que podáis decir al unísono palabras fuertes inspiradas por el Evangelio, para orientar e iluminar a vuestros conciudadanos en cada aspecto de la vida común, en los momentos difíciles para la nación o cuando las circunstancias lo exijan. En este sentido, vuestros esfuerzos con vistas a una concertación cada vez más grande deben proseguir, porque la unidad en la diversidad es una de las notas características y al mismo tiempo una de las exigencias de la Iglesia como Cuerpo de Cristo. Esta cohesión no sólo os permitirá defender siempre el bien común e incluso el bien de la Iglesia ante cualquier instancia, sino que también favorecerá vuestros esfuerzos para afrontar juntos los numerosos desafíos pastorales, entre los cuales la proliferación de las sectas no es el menor.
La evangelización profunda constituye otro gran desafío. Pues bien, presupone necesariamente una atención particular a las condiciones concretas de vida de las poblaciones, o sea la promoción de la persona humana. También en este plano el compromiso de la Iglesia católica en el Congo es importante: en cada ámbito, sea de la educación, de la salud o bien de la asistencia a las diversas categorías de personas en dificultades, entre las cuales los refugiados de los países vecinos, vuestras comunidades diocesanas dan una contribución considerable. Con la generosidad y la abnegación del buen samaritano se prodigan sin reservas al servicio de sus hermanos y hermanas. Como pastores, seguid vigilando para que la pastoral social se realice cada vez más con el espíritu del Evangelio y se perciba cada vez mejor como una obra de evangelización, y no como la acción de una organización no-gubernamental.
Al respecto, en algunos sectores de la sociedad las heridas provocadas por la grave crisis que afectó al Congo a finales de los años noventa han dejado profundas cicatrices, que a veces no se han cerrado aún completamente. En este campo en particular, la Iglesia, fortalecida por el Evangelio de Jesús, ha recibido la misión de reconciliar los corazones, acercar a las comunidades separadas y construir una nueva fraternidad anclada en el perdón y la solidaridad. Vosotros, pastores, seguid siendo modelos y profetas en tal sentido.
En la diócesis de Dolisie, en Luvaku, se inauguró recientemente el santuario dedicado a la Misericordia Divina, que se ha convertido en lugar de peregrinación, retiros y encuentros espirituales. Me alegro por ello, y deseo que este santuario llegue a ser realmente un lugar adonde el pueblo de Dios acuda para reforzar su propia fe, sobre todo con ocasión del próximo Jubileo extraordinario de la misericordia y de las demás iniciativas pastorales que programaréis.
Para concluir, renovándoos mi afecto fraterno y orante, reafirmo mi aliento a los sacerdotes, religiosos, religiosas, laicos consagrados, catequistas y a todos los fieles de la Iglesia que peregrinan en esta hermosa y amada tierra del Congo. Al invocar sobre vosotros y sobre vuestro país la misericordia divina, de todo corazón os imparto a vosotros y a cada una de vuestras comunidades diocesanas la bendición apostólica.
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