DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN EL ENCUENTRO ORGANIZADO POR LA ASOCIACIÓN CIENCIA Y VIDA
Sala Clementina
Sábado 30 de mayo de 2015
Queridos hermanos y hermanas:
Os recibo con ocasión del décimo aniversario de fundación de vuestra Asociación, y os doy las gracias por este encuentro y por vuestro compromiso. Agradezco en especial a la señora presidenta las amables palabras que me dirigió en nombre de todos vosotros.
Vuestro servicio en favor de la persona humana es importante y alentador. En efecto, la tutela y la promoción de la vida constituyen una tarea fundamental, aún más en una sociedad marcada por la lógica negativa del descarte. Por ello, veo a vuestra Asociación como las manos que se tienden hacia otras manos y sostienen la vida.
Es un desafío comprometedor, en el cual os guían actitudes de apertura, atención y cercanía al hombre en su situación concreta. Esto es muy bueno. Las manos que se estrechan no garantizan sólo solidez y equilibrio, sino que transmiten también calor humano.
Para tutelar a la persona vosotros ponéis en el centro dos acciones esenciales: salir para encontrar y encontrar para sostener. El dinamismo común de este movimiento va desde el centro hacia las periferias. En el centro está Cristo. Y desde esta centralidad os orientáis hacia las diversas condiciones de la vida humana.
El amor de Cristo nos impulsa (cf. 2 Cor 5, 14) a convertirnos en servidores de los pequeños y los ancianos, de cada hombre y cada mujer, para quienes se debe reconocer y tutelar el derecho primordial a la vida. La existencia de la persona humana, a quien vosotros dedicáis vuestra solicitud, es también vuestro principio constitutivo; es la vida en su insondable profundidad que origina y acompaña todo el camino científico; es el milagro de la vida que siempre pone en crisis cualquier forma de presunción científica, restituyendo el primado a la maravilla y la belleza. Así Cristo, que es la luz del hombre y del mundo, ilumina el camino para que la ciencia sea siempre un saber al servicio de la vida. Cuando disminuye esta luz, cuando el saber olvida el contacto con la vida, se hace estéril. Por eso, os invito a mantener alta la mirada sobre la sacralidad de cada persona humana, para que la ciencia esté verdaderamente al servicio del hombre, y no el hombre al servicio de la ciencia.
La reflexión científica utiliza la lente de aumento para detenerse a analizar determinados detalles. Y gracias también a esta capacidad de análisis afirmamos que una sociedad justa reconoce como primario el derecho a la vida desde la concepción hasta su término natural. Quisiera, sin embargo, que podamos ir más allá, y que pensásemos con atención en el momento que une el inicio con el fin. Por lo tanto, reconociendo el valor inestimable de la vida humana, debemos reflexionar también sobre el uso que hacemos de la misma. La vida es ante todo un don. Pero esta realidad genera esperanza y futuro si se vivifica con vínculos fecundos, con relaciones familiares y sociales que abran nuevas perspectivas.
El nivel de progreso de una civilización se mide precisamente por la capacidad de custodiar la vida, sobre todo en sus fases más frágiles, más que por la difusión de instrumentos tecnológicos. Cuando hablamos del hombre, nunca olvidemos todos los atentados a la sacralidad de la vida humana. La plaga del aborto es un atentado a la vida. Es atentado a la vida dejar morir a nuestros hermanos en las pateras en el canal de Sicilia. Es atentado a la vida la muerte en el trabajo por no respetar las mínimas condiciones de seguridad. Es atentado a la vida la muerte por desnutrición. Es atentado a la vida el terrorismo, la guerra, la violencia; pero también la eutanasia. Amar la vida es ocuparse siempre del otro, querer su bien, cultivar y respetar su dignidad trascendente.
Queridos amigos, os aliento a relanzar una renovada cultura de la vida, que sepa instaurar redes de confianza y reciprocidad y sepa ofrecer horizontes de paz, misericordia y comunión. No tengáis miedo de emprender un diálogo fecundo con todo el mundo de la ciencia, también con aquellos que, sin confesarse creyentes, permanecen abiertos al misterio de la vida humana.
Que el Señor os bendiga y la Virgen os proteja. Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Gracias!
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