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VIAJE APOSTÓLICO DEL PAPA FRANCISCO A MÉXICO
(12-18 DE FEBRERO DE 2016)

SALUDO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
AL FINAL DE LA MISA EN CIUDAD JUÁREZ

Área de la feria de Ciudad Juárez
Miércoles 17 de febrero de 2016

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Señor obispo de Ciudad Juárez, José Guadalupe Torres Campos,
Queridos Hermanos en el Episcopado,
Autoridades,
Señoras y Señores,
Amigos todos

Muchas gracias, Señor Obispo, por sus sentidas palabras. Es el momento de dar gracias a Nuestro Señor por haberme permitido esta visita a México, que siempre sorprende. México es una sorpresa.

No quisiera irme sin agradecer el esfuerzo de quienes han hecho posible esta peregrinación. Agradezco a todas las autoridades federales y locales, el interés y la solícita ayuda con la que han contribuido al buen desarrollo de este propósito. A su vez, quisiera agradecer de corazón a los que han colaborado de distintos modos en esta visita pastoral. A tantos servidores anónimos que desde el silencio han dado lo mejor de sí para que estos días fueran una fiesta de familia, gracias. Me he sentido acogido, recibido por el cariño, la fiesta, la esperanza de esta gran familia mexicana, gracias por haberme abierto las puertas de sus vidas, de su Nación.

El escritor mexicano Octavio Paz dice en su poema Hermandad:

«Soy hombre: duro poco y es enorme la noche.
Pero miro hacia arriba: las estrellas escriben.
Sin entender comprendo: también soy escritura
y en este mismo instante alguien me deletrea».
[1]

Tomando estas bellas palabras, me atrevo a sugerir que aquello que nos deletrea y nos marca el camino es la presencia misteriosa pero real de Dios en la carne concreta de todas las personas, especialmente de las más pobres y necesitadas de México. La noche nos puede parecer enorme y muy oscura, pero en estos días he podido constatar que en este pueblo existen muchas luces que anuncian esperanza; he podido ver en muchos de sus testimonios, en sus rostros, la presencia de Dios que sigue caminando en esta tierra, guiándolos y sosteniendo la esperanza; muchos hombres y mujeres, con su esfuerzo de cada día, hacen posible que esta sociedad mexicana no se quede a oscuras. Muchos hombres y mujeres a lo largo de las calles, cuando pasaba, levantaban a sus hijos, me los mostraban: son el futuro de México, cuidémoslos, amémoslos. Esos chicos son profetas del mañana, son signo de un nuevo amanecer. Y les aseguro que por ahí, en algún momento, sentía como ganas de llorar al ver tanta esperanza en un pueblo tan sufrido.

Que María, la Madre de Guadalupe, siga visitándolos, siga caminando por estas tierras –México no se entiende sin Ella–, siga ayudándolos a ser misioneros y testigos de misericordia y reconciliación.

Nuevamente, muchas gracias por esta tan cálida hospitalidad mexicana.


[1]Un sol más vivo. Antología poética, México 2014, p. 268.



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