ENCUENTRO CON TODOS LOS EMPLEADOS DE LA SANTA SEDE
Y DEL ESTADO DE LA CIUDAD DEL VATICANO CON SUS FAMILIARES
DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Aula Pablo VI
Jueves, 21 de diciembre de 2017
¡Buenos días!
Antes que nada, me gustaría daros las gracias. Gracias a cada uno de vosotros por vuestro trabajo aquí dentro. Cada uno tiene su trabajo, lo conoce... También hay equipos de trabajo en el Vaticano... Este trabajo es lo que hace que funcione este “tren” que es el Vaticano, la Santa Sede, que parece tan pesado, tan grande, con tantos problemas, tantas cosas... Y cada uno de vosotros da lo mejor de sí para hacer este trabajo. Soy consciente de que sin vuestro trabajo... ―uno de vosotros me dijo que trabaja aquí desde hace 43 años; ¡cuánta memoria!― sin el trabajo que hacéis, las cosas no marcharían bien, y esto significa que el trabajo de la Iglesia no marcharía bien, no se podría hacer tanto trabajo para la predicación del Evangelio, para ayudar a muchas personas, a los enfermos, a las escuelas, tantas cosas... Vosotros formáis parte de esta “cadena” que lleva adelante nuestro trabajo de Iglesia.
La primera palabra que quisiera deciros es trabajo. Pero no para deciros: ¡trabajad más duro, daos prisa! No, no, para agradecéroslo. Gracias. Pero en el Vaticano, cuando se habla de trabajo, también hay un problema. Una señora de vosotros cuando entró, señalando a un joven dijo: “Ayudad a los trabajadores precarios”. El otro día tuve una reunión con el Cardenal Marx, que es el presidente del Consejo de la Economía, y con Mons. Ferme, el secretario, y dije: “No quiero trabajo ilegal en el Vaticano”. Os pido disculpas si todavía lo hay. El famoso artículo 11, que es un artículo válido para una prueba, pero una prueba de uno o dos años, no más. Así como he dicho que no se debe dejar a nadie sin trabajo, es decir, despedirlo, a menos que haya otro trabajo fuera que le convenga, o que haya un acuerdo que sea conveniente para la persona; así que digo: tenemos que trabajar aquí dentro para que no haya ni trabajo ni trabajadores precarios. También es un problema de conciencia para mí, porque no podemos enseñar la doctrina social de la Iglesia y luego hacer estas cosas que no son buenas. Se entiende que durante un tiempo determinado una persona puede estar en prueba, sí, prueba un año, tal vez dos, pero basta. Trabajo sumergido, nada. Esta es mi intención. Ayudadme vosotros, ayudad también a los superiores, los que dependen de la Gobernación, al Cardenal, al Secretario, ayudad a resolver estos problemas de la Santa Sede: los trabajos precarios que aún existen.
Entonces, la primera palabra es trabajo, para daros las gracias, hablar de trabajo precario y también, una última cosa: el trabajo es vuestro camino de santidad, de felicidad, de crecimiento. Hoy, quizás la maldición más fea es la de no tener trabajo. Y tanta gente ―seguramente conoceréis mucha― no tiene trabajo. Porque el trabajo nos da dignidad, y la seguridad laboral nos da dignidad. No quiero decir nombres, pero los encontraréis en los periódicos. Hoy vi en un periódico estos dos problemas, de dos compañías importantes, aquí en Italia, que corren peligro, y para salvar la vida, se debe “racionalizar” ―esa es la palabra― el trabajo, y despedir a entre 3 y 4 mil personas . Esto es malo, muy malo. Porque se pierde la dignidad. Y es un problema no solo aquí, en el Vaticano, en Italia o en Europa: es un problema mundial. Es un problema que depende de muchos factores en el mundo. Mantener el trabajo y mantener la dignidad, llevar el pan a casa: “Lo traigo, porque lo gano. No porque paso a Caritas para que me lo den, no. Lo gano yo”. Esto es dignidad. Por lo tanto, el trabajo. Gracias. Ayudad a vuestros superiores a acabar con las situaciones desiguales de trabajo irregulares y conservad el trabajo porque es vuestra dignidad. Yo diría: mantened el trabajo, ¡pero hacedlo bien! ¡Esto es importante!
La segunda palabra que viene a la mente para deciros es: familia. Me gustaría deciros sinceramente: cuando sé que una de vuestras familia está en crisis, que hay niños que están angustiados porque ven que la familia es... un problema, yo sufro. Pero dejad que os ayudemos. En la Gobernación, quería que el Secretario General fuera un obispo para que tuviera esta dimensión pastoral. Por favor salvad a las familias. Sé que no es fácil, hay problemas de personalidad, problemas psicológicos, problemas... tantos problemas en un matrimonio. Pero tratad de pedir ayuda a tiempo, para proteger a las familias. Sé que hay algunos separados entre vosotros; lo sé y sufro, sufro con vosotros... la vida ha ido así. Pero también me gustaría ayudaros en esto; dejaos ayudar. Si ya está hecho, al menos que los niños no sufran; porque cuando los padres riñen, los niños sufren, sufren. Y un consejo que os doy: nunca riñáis delante de los niños. Nunca. Que no lo sepan, Proteger a la familia Y para esto tenéis aquí a Mons. Verges y también a los capellanes; ellos os dirán a dónde ir para que os ayuden. La familia: esta es la gran joya, porque Dios nos ha creado familia. La imagen de Dios es el matrimonio, hombre y mujer, fecundos: “multiplicaos”, tened hijos, avanzad. Hoy me he sentido feliz viendo tantos niños aquí. Es una familia. Proteger a la familia es la segunda palabra que me viene a la mente.
La tercera palabra que me viene a la mente ―tal vez algunos de vosotros querría decirme: “¡Pero basta ya!”― es una palabra recurrente: el cotilleo. Tal vez estoy equivocado... en el Vaticano no se chismorrea... tal vez, no sé... Uno de vosotros, un trabajador como vosotros, un día que yo había predicado acerca de los cotilleos, y él había venido con su esposa a la misa, me dijo: “Padre. Si no se cotillea en el Vaticano, uno se queda aislado”. ¡Tremendo, tremendo! Vosotros habéis escuchado lo que digo sobre el cotilleo: el cotillo es un terrorista, porque es como los terroristas: arroja la bomba, se va, la bomba explota y daña a tantos otros, con la lengua, esa bomba. ¡No seáis terroristas ! No hagáis terrorismo con los chismes, por favor. Esta es la tercera palabra que se me ocurre.
Pero alguien podría decirme: “Padre, denos un consejo: ¿cómo podemos hacer, para no chismorrear?”. ¡Muérdete la lengua! Seguramente se te hinchará, pero habrás hecho bien en no chismorrear. Los chismes, también, de algunas personas que tienen que dar ejemplo y no, no lo dan.
Y aquí, la cuarta palabra que me gustaría deciros: perdón. “Perdón” y “disculpa”. Porque no siempre damos buen ejemplo nosotros ― hablo de “la fauna clerical”―, nosotros [sonríe] no siempre damos buen ejemplo. Hay errores en la vida que hacemos nosotros los clérigos, pecados, injusticias, o a veces tratamos mal a las personas, un poco neuróticos, injusticias ... Perdón por todos estos ejemplos que no son buenos. Debemos pedir perdón. También pido perdón, porque a veces “me vuelan los gorriones” [ríe ] [la paciencia se me acaba]...
Queridos colaboradores, hermanos y hermanas. Aquí están las palabras, las cuatro palabras que me han salido del corazón: trabajo, familia, cotilleo, perdón.
Y la última palabra es la felicitación de Navidad: ¡Feliz Navidad! Pero feliz Navidad en el corazón, en la familia, incluso en la conciencia. No tengáis miedo, tampoco vosotros, de pedir perdón si la conciencia te reprende; buscad un buen confesor y haced una buena limpieza! Dicen que el mejor confesor es el sacerdote sordo [sonríe]: ¡no te hace sentir avergonzado! Pero sin ser sordos, hay tantos misericordiosos, muchos, que te escuchan y te perdonan: “¡Adelante!”. La Navidad es una buena oportunidad para hacer las paces también dentro de nosotros. Todos somos pecadores, todos. Ayer hice la confesión de Navidad: el confesor vino... y me hizo bien. Todos tenemos que confesar.
Os deseo una Feliz Navidad, de alegría, pero esa alegría que viene de dentro. Y no quisiera olvidarme de los enfermos, que tal vez haya en vuestra familia, que sufren, y enviarles, también a ellos, una bendición. Muchas gracias. Protejamos el trabajo, que sea justo; protejamos a la familia, protejamos la lengua; y, por favor, perdonadnos por los malos ejemplos; y hagamos una buena limpieza del corazón en esta Navidad, para estar en paz y felices.
Y antes de irme, me gustaría daros la bendición, a vosotros y a vuestras familias, a todos. Muchas gracias por vuestra ayuda.
Recemos un Ave María a Nuestra Señora: “Dios te salve María...”.
[Bendición]
Y rezad por mí: ¡no os olvidéis!
Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 21 de diciembre de 2017.
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