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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS MIEMBROS DE LA LIGA ITALIANA PARA LA LUCHA CONTRA LOS TUMOR
ES

Sala Clementina
Lunes 26 de junio de 2017

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Queridos amigos:

Os doy la bienvenida y doy las gracias al presidente por las corteses palabras que me ha dirigido en nombre de todos vosotros.

El esfuerzo de vuestra Institución constituye para la sociedad una doble riqueza. Por una parte, con la multiplicidad de sus servicios contribuye a formar en las personas y en las familias un estilo de prevención: es decir, favorece la mentalidad que la prevención oncológica es ante todo un estilo de vida. Al mismo tiempo, junto a tantísimas y diversas realidades en Italia, alimentáis el voluntariado, es decir una expresión emblemática de la gratuidad que debería incidir cada vez más en la vivencia cotidiana.

Vuestra obra representa un instrumento muy útil de sensibilización y formación. Hay mucha necesidad de difundir una cultura de la vida, hecha de actitudes, de comportamientos. Una verdadera cultura popular, seria, accesible a todos, y no basada en intereses comerciales. En particular, las familias necesitan ser acompañadas en un camino de prevención; un camino que incluye a las diversas generaciones en un “pacto” solidario; un camino que valoriza la experiencia de quien ha vivido, junto a los propios familiares, el fatigoso recorrido de la patología oncológica.

De igual manera es preciosa la colaboración del voluntariado de la Liga italiana para la lucha contra los tumores con sus estructuras sanitarias, públicas y privadas; además de la ayuda ofrecida a las familias en el asegurar asistencia, sobre todo en la continuidad a menudo desgastadora y sin pausas de la cotidianidad.

Este último aspecto constituye un testimonio que encuentra la comunidad eclesial particularmente en sintonía y compartiendo, porque es llamada por vocación y misión a vivir el servicio hacia quien sufre y a vivirlo según el binomio típicamente cristiano de la humildad y del silencio. Efectivamente el bien se cumple y es eficaz sobre todo cuando está hecho sin la búsqueda de la recompensa y del aparentar, en las situaciones cotidianas concretas de la vida.

En este servicio vuestro se pone en práctica también un continuo descentramiento hacia las periferias. “Periferia”, efectivamente, es cada hombre y mujer que vive una condición de marginación; periferia es cada persona obligada a los márgenes de la sociedad y de las relaciones, sobre todo cuando la enfermedad rompe los ritmos habituales, como es el caso de las patologías oncológicas. Es la periferia la que convoca la responsabilidad de cada uno de nosotros, porque cada cristiano, al igual que cada hombre animado por el deseo de verdad y de bien, constituye un instrumento consciente de la gracia.

El “cuidar”, testimoniado en la cotidianidad compartido con tantas personas enfermas, es una riqueza inestimable para la sociedad: recuerda a la entera comunidad civil y eclesial no tener miedo de la proximidad, no tener miedo de la ternura, no tener miedo de “perder tiempo” con lazos que ofrezcan y acojan ayuda y conforto recíproco, espacios de solidaridad auténticos y no formales.

Por último, me permito subrayar que, ya que la salud constituye un bien primario y fundamental de cada persona, es deseable que la prevención oncológica pueda ser extendida a todos, gracias a la colaboración entre los servicios públicos y privados, las iniciativas de la sociedad civil y las caritativas. De esta manera, con vuestra contribución específica, también en este sector podemos intentar hacer que nuestras sociedades se hagan cada vez más inclusivas.

Os doy las gracias por este encuentro. Encomiendo vuestro esfuerzo y el de los voluntarios, junto a todas las personas enfermas que encontráis, a la materna protección de María Santísima, Salus infirmorum, y de corazón os bendigo. Gracias.

 



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