VISITA PASTORAL DEL PAPA FRANCISCO A MILÁN
ENCUENTRO CON LOS SACERDOTES Y LOS CONSAGRADOS
DISCURSO DEL SANTO PADRE*
Solemnidad de la Anunciación del Señor
Catedral de Milán
Sábado 25 de marzo de 2017
Pregunta 1 - Don Gabriele Gioia, presbítero
Muchas de las energías y del tiempo de los sacerdotes son absorbidas para continuar las formas tradicionales de ministerio, pero sentimos los desafíos de la secularización y la irrelevancia de la fe dentro de la evolución de una sociedad milanesa, que es cada vez más plural, multiétnica, multirreligiosa y multicultural. También nosotros, a veces, nos sentimos como Pedro y los apóstoles, que después de haber trabajado duramente no habían pescado nada. Le preguntamos: ¿Qué purificaciones y qué opciones prioritarias estamos llamados a cumplir para no perder la alegría de evangelizar, de ser pueblo de Dios que testimonia su amor por cada ser humano? Santidad le queremos y rezamos por usted.
Papa Francisco:
Gracias. Gracias.
Me han enviado vuestras tres preguntas. Siempre se hace así. Por lo general, respondo improvisando, pero esta vez pensé, en un día con un horario tan ocupado, que era mejor escribir algo en respuesta.
He escuchado tu pregunta, don Gabriele. La había leído antes, pero mientras hablabas, me vinieron a la mente dos cosas. Una “pescar peces”. Tu sabes que la evangelización no siempre es sinónimo de “pescar peces”: es ir, remar mar adentro, dar testimonio... y luego el Señor, Él “pesca” los peces. Cuándo, cómo y dónde, no sabemos. Y esto es muy importante. Y también partir de este hecho, que nosotros somos instrumentos, herramientas inútiles. Otra cosa que has dicho, esa preocupación que has expresado, es la preocupación de todos vosotros: no perder la alegría de evangelizar. Porque evangelizar es una alegría. El gran Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi —que es el mayor documento pastoral del período post-conciliar, y que todavía es actual hoy— habló de esta alegría: la alegría de la Iglesia es evangelizar. Y hay que pedir la gracia de no perderla. Él [Pablo VI] nos dice, casi al final [del documento]: Mantengamos esta alegría de evangelizar; no como evangelizadores tristes, aburridos, no es esto; un evangelista triste es aquel que no está convencido de que Jesús es alegría, de que Jesús te trae alegría, y cuando te llama te cambia la vida y te da alegría, y te envía con alegría, incluso en la cruz, pero con alegría, para evangelizar. Gracias por señalar estas cosas, Gabriel.
Y ahora, las cosas que he estado pensando acerca de esta cuestión, en casa, para decir cosas más pensadas
a. Una de las primeras cosas que me vienen a la mente es la palabra reto, que tu has usado, “tantos retos” has dicho. Cada época histórica, desde los primeros tiempos del cristianismo, ha sido sometida continuamente a múltiples retos. Retos dentro de la comunidad eclesial y, al mismo tiempo en la relación con la sociedad en la que la fe estaba tomando forma. Recordemos el episodio de Pedro en la casa de Cornelio en Cesarea (Hch 10,24 a 35), o la disputa en Antioquía y luego en Jerusalén sobre si circuncidar o no a los gentiles (Hch 15.1 a 6) etc... Por lo tanto no hay que temer los retos, que quede claro. No debemos temer los retos. Cuantas veces escuchamos quejas: “Ah, en esta época hay tantos retos y estamos tristes”. No. No hay que tener miedo. Los retos hay que agarrarlos como al toro, por los cuernos. No hay que temerlos. Y es bueno que los haya. Es bueno porque nos hacen crecer. Son el signo de una fe viva, de una comunidad viva que busca a su Señor y tiene abiertos los ojos y el corazón . Más bien habría que temer una fe sin retos, una fe que se cree completa, toda completa: no necesito nada más; ya está todo hecho. Esta fe está tan aguada que no sirve. De esto tenemos que tener miedo. Y se cree completa, como si todo hubiera sido dicho y realizado. Los retos nos ayudan a lograr que nuestra fe no se vuelva ideológica. Siempre existe el peligro de las ideologías, siempre. Las ideologías crecen, germinan y crecen cuando uno cree que tiene la fe completa, y se vuelve ideología. Los retos nos salvan de un pensamiento cerrado y definido y nos abren a una comprensión más amplia del dato revelado. Según lo indicado por la Constitución dogmática Dei Verbum: “La Iglesia, en el decurso de los siglos, tiende constantemente a la plenitud de la verdad divina, hasta que en ella se cumplan las palabras de Dios (n. 8)”. Y en esto los retos nos ayudan a abrirnos al misterio revelado. Esta es la primera respuesta a lo que me has dicho.
b. En segundo lugar. Tú has hablado de una sociedad “multi” —multicultural, multirreligiosa y multiétnica—. Creo que la Iglesia, a lo largo de toda su historia, muchas veces —sin que seamos conscientes de ello— tiene mucho que enseñarnos y ayudarnos de cara a una cultura de la diversidad. Tenemos que aprender. El Espíritu Santo es el maestro de la diversidad. Miremos a nuestras diócesis, a nuestros sacerdotes, a nuestras comunidades. Miremos a las congregaciones religiosas. Tantos carismas, tantas formas de realizar la experiencia creyente. La Iglesia es Una en una experiencia multifacética. Es Una, sí. Pero en una experiencia multifacética. Aunque sea Una es multifacética. El Evangelio es uno en su forma cuádruple. El Evangelio es uno, pero son cuatro y son diferentes, pero esa diferencia es una riqueza. El Evangelio en su forma cuádruple. Esto aporta a nuestras comunidades una riqueza que manifiesta la acción del Espíritu. La tradición eclesial tiene mucha experiencia de cómo “manejar” la multiplicidad dentro de su historia y de su vida. Hemos visto y vemos de todo: hemos visto y vemos una gran riqueza y muchos horrores y errores. Y aquí tenemos una buena clave que nos ayuda a leer el mundo contemporáneo. Sin condenarlo y sin santificarlo. Reconociendo los aspectos luminosos y los aspectos oscuros. Como también ayudándonos a discernir los excesos de uniformidad o de relativismo: dos tendencias que tratan de borrar la unidad de las diferencias, la interdependencia. La Iglesia es Una en las diferencias. Es Una, y esas diferencias nos unen en esa unidad. ¿Pero quien hace las diferencias? El Espíritu Santo: El es el Maestro de las diferencias. Y ¿Quién hace la unidad? El Espíritu Santo: El es también el Maestro de la unidad: Ese gran Artista, ese gran Maestro de la unidad en las diferencias es el Espíritu Santo. Y esto tenemos que entenderlo muy bien. Y hablaré de ello más adelante, a propósito del discernimiento: discernir cuando es el Espíritu el que hace las diferencias y la unidad y cuando no es el Espíritu el que hace una diferencia o una división ¿Cuántas veces hemos confundido la unidad con la uniformidad? Y no es lo mismo. O ¿cuántas veces hemos confundido pluralidad con pluralismo? Y no es lo mismo. La uniformidad y el pluralismo no son del espíritu bueno: no vienen del Espíritu Santo. La pluralidad y la unidad, en cambio, proceden del Espíritu Santo. En ambos casos, lo que se intenta es reducir la tensión y eliminar el conflicto o la ambivalencia a la que estamos sometidos como seres humanos. Tratar de eliminar uno de los polos de tensión es eliminar la forma en que Dios ha querido revelarse en la humanidad de su Hijo. Todo lo que no asuma el drama humano puede ser una teoría muy clara y distinguida, pero no coherente con la revelación y por lo tanto ideológica. La fe para ser cristiana y no ilusoria debe configurarse dentro de los procesos humanos, sin estar limitada a ellos. También esta es una hermosa tensión. Es la tarea bella y exigente que nos ha dejado nuestro Señor, “el ya y todavía no” de la salvación. Y esto es muy importante: unidad en las diferencias. Esta es una tensión, pero es una tensión que siempre nos hace crecer en la Iglesia.
c. En tercer lugar. Hay una elección que como pastores no podemos eludir: formar al discernimiento. Discernimiento de estas cosas que parecen opuestas o que son opuestas para saber cuando una tensión, una oposición viene del Espíritu Santo y cuando viene del Maligno. Y, por eso, formar al discernimiento. Como creo haber entendido de la pregunta, la diversidad ofrece un escenario muy complicado. La cultura de la abundancia a la que estamos sometidos ofrece un horizonte de muchas posibilidades, presentándolas todas como válidas y buenas. Nuestros jóvenes están expuestos a un zapping constante. Pueden navegar en dos o tres pantallas abiertas simultáneamente, pueden interactuar al mismo tiempo en diferentes escenarios virtuales. Nos guste o no, es el mundo en el que se insertan y es nuestro deber como pastores ayudarles a atravesar este mundo. Por eso creo que sea bueno enseñarles a discernir, para que tengan las herramientas y los elementos que les ayuden a recorrer el camino de la vida sin que se extinga el Espíritu Santo que está dentro de ellos. En un mundo sin posibilidades de elección, o con menos posibilidades, tal vez las cosas parecerían más claras, no sé. Pero hoy en día nuestros fieles —y nosotros mismos— estamos expuestos a esta realidad, y por lo tanto estoy convencido de que como comunidad eclesial debemos incrementar el habitus del discernimiento. Y este es un reto, y requiere la gracia del discernimiento, para intentar aprender y tener el hábito del discernimiento. Esta gracia, desde los pequeños hasta los adultos, todos. De pequeños, es fácil que el papá y la mamá nos digan lo que debemos hacer, y eso está bien —hoy no creo que sea tan fácil; en mis tiempos sí, pero hoy no lo sé, pero de todas formas, es más fácil—. Pero a medida que crecemos, en medio de una multitud de voces donde aparentemente todas tienen razón, el discernimiento de lo que nos lleva a la Resurrección, a la Vida y no a una cultura de la muerte, es crucial. Por eso reitero tanto esta necesidad. Es una herramienta catequética y también para la vida. En la catequesis, en la guía espiritual, en las homilías tenemos que enseñar a nuestro pueblo, enseñar a los jóvenes, enseñar a los niños, enseñar a los adultos el discernimiento. Y enseñarles a pedir la gracia del discernimiento.
De esto habla esa parte de la Exhortación Evangelii gaudium titulada “La misión que se encarna en los límites humanos” [40-45] .Y este es el tercer punto al que he contestado. Son pequeñas cosas que quizás serán de ayuda en vuestra reflexión sobre las preguntas y después en el diálogo entre vosotros. Te lo agradezco mucho.
Pregunta 2 - Roberto Crespi, diácono permanente
Santidad, buenos días. Soy Roberto, diácono permanente. El diaconado entró en nuestro clero en 1990 y hoy somos 143; no es una cifra grande, pero es significativa. Somos hombres que viven plenamente su vocación al matrimonio o al celibato, pero viven también plenamente el mundo del trabajo y de la profesión y aportamos así al clero el mundo de la familia y del trabajo, llevamos la dimensión de la belleza y de la experiencia, pero también de la fatiga y alguna vez de las heridas. Le preguntamos entonces, como diáconos permanentes, ¿cuál es nuestra parte para que podamos ayudar a delinear ese rostro de la Iglesia que es humilde, que es desinteresada, que es bienaventurada, que sentimos que está en su corazón y de la que habla a menudo? Gracias por su atención y le aseguro nuestra oración junto con la de nuestras esposas y la de nuestras familias.
Papa Francisco:
Gracias. Vosotros, los diáconos, tenéis mucho que dar, mucho que dar. Pensemos en el valor de discernimiento. Dentro del presbiterio, podéis ser una voz autorizada para mostrar la tensión que existe entre el deber y el querer, las tensiones que se experimentan en la vida familiar —¡tenéis suegras, por poner un ejemplo!—, así como las bendiciones que se viven dentro de la vida familiar.
Pero hay que tener cuidado para no ver a los diáconos como medio sacerdotes y medio laicos. Es un peligro. Al final no están ni aquí ni allí. No, no se debe hacer, es un peligro. Verlos así hace daño y les hace daño. Esta manera de considerarlos debilita el poder del carisma propio del diaconado. Quiero insistir en esto: el carisma propio del diaconado. Y este carisma está en la vida de la Iglesia. Tampoco es buena la imagen del diácono como una especie de intermediario entre los fieles y los pastores. Ni a mitad de camino entre los curas y los laicos, ni a mitad de camino entre los pastores y los fieles. Y hay dos tentaciones. Hay el peligro del clericalismo: el diácono que es demasiado clerical. No, no, esto está mal. A veces veo que alguno cuando ayuda en la liturgia parece querer tomar el lugar del sacerdote. El clericalismo, cuidado con el clericalismo. Y la otra tentación, el funcionalismo: es una ayuda que tiene el sacerdote para esto o lo otro... es un chico para realizar algunas tareas y no para otras cosas... No. Tenéis un carisma claro en la Iglesia y tenéis que construirlo.
El diaconado es una vocación específica, es una vocación familiar que llama al servicio. Me gusta mucho cuando [en los Hechos de los Apóstoles] los primeros cristianos helenistas van donde los apóstoles para quejarse de que sus viudas y sus huérfanos no estaban bien atendidos, e hicieron aquella reunión, aquel “sínodo” entre los apóstoles y los discípulos, y se “inventaron” los diáconos para servir. Y esto es muy interesante para nosotros como obispos, pues todos aquellos eran obispos, aquellos que “hicieron” a los diáconos. ¿Y qué nos dice? Que los diáconos sean servidores. Después se dieron cuenta de que, en ese caso, era para ayudar a las viudas y huérfanos; pero servir. Y a nosotros, los obispos: la oración y el anuncio de la Palabra; y esto nos demuestra cual es el carisma más importante de un obispo: la oración. ¿Cuál es la tarea de un obispo, la primera tarea? La oración. La segunda tarea: anunciar la Palabra. Pero se puede ver claramente la diferencia. Y vosotros [diáconos]: el servicio. Esta palabra es la clave para la comprensión de vuestro carisma. El servicio como uno de los dones característicos del pueblo de Dios El diácono es — por así decirlo— el custodio del servicio en la Iglesia. Cada palabra debe calibrarse muy bien. Vosotros sois los custodios del servicio en la Iglesia: el servicio de la Palabra, el servicio del altar, el servicio a los pobres. Es vuestra misión, la misión del diácono y su contribución consisten en esto: en recordarnos que la fe, en sus diversas expresiones —la liturgia comunitaria, la oración personal, las diferentes formas de caridad— y en sus diversos estados de vida —laico, clerical, familiar— tienen una dimensión esencial de servicio. El servicio a Dios y a los hermanos. ¡Y cuánto camino hay que recorrer en este sentido! ¡Sois los custodios del servicio en la Iglesia!
En ello radica el valor de los carismas en la Iglesia, que son un recuerdo y un don para ayudar a todo el pueblo de Dios a no perder la perspectiva ni las riquezas de la acción de Dios. Vosotros no sois medio curas y medio laicos — esto sería “funcionalizar” el diaconado —, sois sacramento de servicio a Dios y a los hermanos. Y de esta palabra, “servicio”, se deriva todo el desarrollo de vuestro trabajo, de vuestra vocación, del vuestro ser en la Iglesia. Una vocación que al igual que todas las vocaciones no es solamente individual, sino que se vive en la familia y con la familia; dentro del Pueblo de Dios y con el pueblo de Dios
Sintetizando:
— No hay servicio del altar, no hay liturgia que no se abra al servicio de los pobres, y no hay servicio a los pobres que no conduzca a la liturgia.
— No hay vocación eclesial que no sea familiar.
Esto nos ayuda a revalorizar al diaconado como vocación eclesial.
Por último, hoy parece que todo tenga que “servirnos”, como el fin de todo fuera el individuo: la oración “me sirve”, la comunidad “me sirve”, la caridad “me sirve”. Es un dato de nuestra cultura. Vosotros sois el don que el Espíritu nos da para ver que el camino justo va al contrario: en la oración sirvo, en la comunidad sirvo, con la solidaridad sirvo a Dios y al prójimo. Y que Dios os conceda la gracia de crecer en este carisma de custodiar el servicio en la Iglesia. Gracias por lo que hacéis.
Pregunta 3 - Madre M. Paola Paganoni, OSC
Santidad, soy la Madre Paola de las Ursulinas y estoy aquí en nombre de toda la vida consagrada presente en la Iglesia milanesa pero también de toda Lombardía. Le damos las gracias por su presencia, pero sobre todo por el testimonio de vida que nos da. Desde santa Marcelina, hermana de Ambrosio, hasta nuestros días la vida consagrada en la Iglesia milanesa ha sido presencia viva y significativa con formas antiguas —y las ha visto aquí— y con formas nuevas. Queremos preguntarle, Padre, cómo ser, para el hombre de hoy, testigos de profecía, como usted dice: custodios de la maravilla, y testimoniar con nuestra pobre vida, pero una vida que sea obediente, virgen, pobre y fraternal. Y luego, dadas nuestras pocas— parecemos muchas, pero la edad es elevada— dadas nuestras pocas fuerzas, para el futuro ¿qué periferias existenciales, que ámbitos elegir, a cuáles dar prioridad, teniendo conciencia de nuestra minoría –minoría en la sociedad y minoría en la Iglesia? Gracias. Le aseguramos nuestro recuerdo cotidiano.
Papa Francisco.
Gracias. Me gusta, me gusta la palabra “minoría”. Es cierto que es el carisma de los franciscanos, pero todos tenemos que ser “menores” es una actitud espiritual, la minoridad, que es el sello de los cristianos. Me gusta que haya utilizado esa palabra. Y voy a empezar con esta última palabra: minoría, la minoría. Por lo general — pero no digo que sea su caso — es una palabra que se acompaña de un sentimiento: “Parecemos muchas, pero somos mayores, somos pocas...”. Y, ¿cuál es el sentimiento que está debajo? La resignación. Mal sentimiento. Sin darnos cuenta, cada vez que pensamos o constatamos que somos pocos, o en muchos casos ancianos, experimentamos el peso, la fragilidad más que el esplendor, nuestro espíritu comienza a erosionarse por la resignación. Y la resignación lleva a la pereza... Os recomiendo, si tenéis tiempo, que leáis lo que los Padres del desierto dicen sobre la pereza: es algo muy actual hoy. Creo que aquí nace la primera acción a la que debemos prestar atención: pocos sí, minoría sí, ancianos, sí, ¡resignados no! Son hilos muy finos que se ven sólo delante del Señor examinando nuestro interior. El cardenal, cuando habló, dijo dos palabras que me impresionaron mucho. Hablando de la misericordia dijo que la misericordia “restaura y da la paz.” Un buen remedio contra la resignación es esta misericordia que restaura y da la paz. Cuando caigamos en la resignación y nos alejemos de la misericordia, vayamos inmediatamente donde alguno, donde alguna, donde el Señor a pedir misericordia, para que nos restaure y nos de la paz.
Cuando la resignación se apodera de nosotros, vivimos con el imaginario de un pasado glorioso que, lejos de despertar el carisma inicial, nos envuelve cada vez más en una espiral de pesadez existencial. Todo se vuelve más pesado y difícil de levantar. Y aquí, esto es algo que yo no había escrito pero que digo ahora, es un poco feo decirlo, pero lo siento, sucede, y lo voy a decir. Empiezan a ser pesadas las estructuras, vacías, no sabemos cómo hacer y pensamos en vender las estructuras para conseguir dinero, el dinero para la vejez... Empieza a ser pesado el dinero que tenemos en el banco... Y la pobreza, ¿dónde está? Pero el Señor es bueno, y cuando una congregación religiosa no sigue el camino del voto de pobreza, por lo general envía un mal ecónomo o ecónoma que destruye todo. ¡Y esto es una gracia! [Risas, aplausos] Estaba diciendo que todo se vuelve pesado y difícil de levantar. Y la tentación siempre está en buscar certezas humanas. He hablado del dinero, que es una de las seguridades humanas que tenemos más cerca. Por eso, es bueno para todos nosotros volver a los orígenes, ir en peregrinación a los orígenes, una memoria que nos salva de cualquier imaginación gloriosa, pero irreal del pasado.
“La mirada creyente es capaz de reconocer —dice la Evangelii gaudium— la luz que siempre derrama el Espíritu Santo en medio de la oscuridad, sin olvidar que «donde abundó el pecado sobreabundó la gracia» (Rm 5,20). Nuestra fe es desafiada a vislumbrar el vino en que puede convertirse el agua y a descubrir el trigo que crece en medio de la cizaña (n. 84)”.
Nuestros padres y madres fundadoras no pensaron nunca en ser una multitud o una gran mayoría. Nuestros fundadores se sintieron movidos por el Espíritu Santo en un momento concreto de la historia a ser presencia gozosa del Evangelio para los hermanos; a renovar y edificar la Iglesia como levadura en la masa, como sal y luz del mondo. Estoy pensando, tengo clara la frase de uno de los fundadores, pero muchos han dicho lo mismo: “Tened miedo de la multitud” Que no vengan muchos, por miedo a no formarlos bien, el miedo de no dar el carisma ... Uno la llamaba la “turba multa”. No. Ellos pensaban simplemente en llevar adelante el Evangelio, el carisma.
Creo que una de las razones que nos impiden o nos privan de la alegría estriba en este aspecto. Nuestras congregaciones no nacieron para ser la masa, sino un poco de sal y un poco de levadura, que habría contribuido a que creciera la masa; para que el pueblo de Dios tuviera ese “condimento” que le faltaba. Durante muchos años hemos tenido la tentación de creer, y tantos hemos crecido con la idea de que las familias religiosas debían poseer espacios más que iniciar procesos. Y esta es una tentación. Tenemos que iniciar procesos, no poseer espacios. Yo tengo miedo de las estadísticas, porque nos engañan tantas veces. Nos dicen la verdad de una parte, pero después se cede el paso a la ilusión y nos llevan al engaño. Poseer espacios, más que iniciar procesos: estábamos tentados de esto porque pensábamos que ,como éramos muchos, el conflicto podría prevalecer sobre la unidad; que las ideas (o nuestra incapacidad de cambiar) eran más importantes que la realidad; o que la parte (nuestra pequeña parte o visión del mundo) era superior al todo eclesial (cf. ibid., 222-237) . Es una tentación. Nunca he visto a un pizzaiolo que para hacer la pizza toma medio kilo de levadura y 100 gramos de harina, no. Al contrario. Poca levadura para que suba la harina.
Hoy la realidad nos interpela, la realidad de hoy nos invita a ser de nuevo un poco de levadura, un poco de sal. Ayer por la noche, L'Osservatore Romano, que sale por la noche pero con la fecha de hoy, publicó la despedida de las dos últimas Hermanitas de Jesús de Afganistán, entre los musulmanes, porque no había más [hermanas] y ahora, como eran ancianas, han tenido que volver. Hablaban afgano. Las querían todos: musulmanes, católicos, cristianos ... ¿Por qué? Porque eran testigos. ¿Por qué? Porque estaban consagradas a Dios. Padre de todos. Y pensé, dije al Señor, mientras lo leía —buscadlo hoy en L'Osservatore Romano, que nos hará pensar en su pregunta—: “Pero Jesús, ¿por qué dejas a esta gente así?”. Y me vino a la memoria el pueblo coreano, que tenía al principio 3 o 4 misioneros chinos —al principio— y durante dos siglos, el mensaje lo llevaban solamente los laicos. Los caminos del Señor son como Él quiere que sean. Pero nos hará bien hacer un acto de fe: ¡Es Él quien lleva la historia! Es verdad. Hagamos todo para crecer, para ser fuertes... pero nada de resignación. Iniciar procesos. Hoy la realidad nos interpela —repito— la realidad que nos invita a ser de nuevo un poco de levadura, un poco de sal. ¿Se puede pensar en una comida con mucha sal? Nadie la comería, nadie podría digerirla. Hoy, la realidad —por muchos factores que no podemos pararnos ahora a analizar— nos llama a iniciar procesos más que a poseer espacios, a luchar por la unidad más que a apegarnos a los conflictos del pasado, a escuchar la realidad, a abrirnos a la “masa”, al santo pueblo fiel de Dios, al todo eclesial. Abrirse al todo eclesial.
Una minoría bendecida, que está invitada nuevamente a subir, a subir en línea con lo que el Espíritu Santo ha inspirado en los corazones de vuestros fundadores, y en el corazón de vosotras mismas. Es lo que hace falta hoy.
Paso a una última cosa. No me atrevería a deciros a que periferias existenciales debe dirigirse la misión, porque normalmente el Espíritu ha inspirado carismas para las periferias, para ir a los lugares, a los rincones, por lo general, abandonados. No creo que el Papa os pueda decir: Ocupaos de esta o de aquella. Lo que el Papa puede deciros es esto: sois pocas, sois pocos, los que seáis, id a las periferias, id a las fronteras a encontraros con el Señor, a renovar la misión de los orígenes, a la Galilea del primer encuentro, ¡volved a la Galilea del primer encuentro! Y esto nos hará bien a todos, nos hará crecer, nos hará multitud. Me viene ahora a la mente la confusión que sintió nuestro Padre Abraham: Le hicieron mirar al cielo: “Cuenta las estrellas —pero no podía—. Así será tu descendencia”. ¡Contar las estrellas!. Y luego: “Tu único hijo” —el único, el otro se había ido ya, pero éste tenía la promesa— “lleválo al monte y ofrécemelo en sacrificio”. De la multitud de estrellas, a sacrificar a su hijo, la lógica de Dios no se entiende. Se obedece, solamente. Y este es el camino que debéis seguir. Elegid las periferias, despertad procesos, encended la esperanza apagada y minada por una sociedad que se ha vuelto insensible al dolor de los demás. En nuestra fragilidad como congregaciones podemos hacernos más atentos a las tantas fragilidades que nos rodean y transformarlas en espacio de bendición. Llegará el momento en que el Señor os dirá: “Párate, hay una cabra allí. No sacrifiques a tu único hijo”. Id y llevad la “unción” de Cristo, id. No os estoy echando. Solamente digo: id y llevad la misión de Cristo, vuestro carisma.
Y no olvidemos que “cuando se pone a Jesús en medio de su pueblo, este encuentra la alegría. Y sí, sólo eso podrá devolvernos la alegría y la esperanza, sólo eso nos salvará de vivir en una actitud de supervivencia. Por favor, no, eso es resignación. Sólo eso hará fecunda nuestra vida y mantendrá vivo nuestro corazón. Poniendo a Jesús en donde tiene que estar: en medio de su pueblo” (Homilía en la santa misa de la Presentación del Señor, XXI J.M. de la vida consagrada, 2 de febrero de 2017). Y esta es vuestra tarea. Gracias, madre. Gracias.
Y ahora recemos juntos. Os daré la bendición y os pido, por favor, que recéis por mí porque necesito que me sostengan las oraciones del Pueblo de Dios, de los consagrados y de los sacerdotes. Muchas gracias.
Oremos
* Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede
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