DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS MUCHACHOS DE LA DIÓCESIS DE BRESCIA
Aula Pablo VI
Sábado, 7 de abril de 2018
Queridos chicos y chicas, ¡bienvenidos!
Dicen que donde hay jóvenes hay ruido, pero aquí hay silencio [exclamaciones alegres de los presentes].
Os agradezco vuestro alegre recibimiento. Doy las gracias a vuestro obispo por su presentación y a las personas que os han acompañado en esta peregrinación. ¡Gracias a todos!
Me impresionaron las palabras de ese joven al que el obispo acaba de citar –y que ya conocía antes–: "¿Realmente creen los obispos que los jóvenes pueden ayudar a la Iglesia a cambiar?". No sé si ese joven, que hizo esta pregunta, está aquí entre vosotros ... ¿Está aquí? ... No está; de acuerdo. Pero en cualquier caso puedo decirle a él y a todos vosotros que esta pregunta también es muy importante para mí. Me importa mucho que el próximo Sínodo de los Obispos, que tratará de “Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional”, se prepare escuchando realmente a los jóvenes. Y puedo atestiguar que se está haciendo. También me lo demostráis vosotros, con el trabajo que se está llevando a cabo en vuestras diócesis. Y cuando digo "escuchando realmente" también me refiero a la disponibilidad para cambiar algo, para caminar juntos, para compartir sueños, como dijo ese joven.
Pero yo también tengo derecho a hacer preguntas y quiero haceros una pregunta. Preguntáis con razón si los obispos estamos dispuestos a escucharos realmente y a cambiar algo en la Iglesia. Y yo os pregunto: ¿Vosotros, estáis dispuestos a escuchar a Jesús y a cambiar algo de vosotros? Dejo ahí la pregunta para que entre en vuestro corazón. La repito. ¿Estáis dispuestos a escuchar a Jesús y a cambiar algo de vosotros mismos? Si estáis aquí creo que es así, pero no puedo y no quiero darlo por sentado. Que cada uno de vosotros reflexione para sí mismo, en su corazón: ¿Estoy dispuesto a hacer míos los sueños de Jesús? ¿O tengo miedo de que sus sueños pueden "perturbar" mis sueños?
¿Y cuál es el sueño de Jesús? El sueño de Jesús es lo que en los Evangelios se llama el reino de Dios. El reino de Dios significa amor con Dios y amor entre nosotros, formando una gran familia de hermanos y hermanas con Dios como Padre, que ama a todos sus hijos y se llena de alegría cuando uno que se ha perdido vuelve a casa. Este es el sueño de Jesús. Pregunto: ¿Estáis dispuesto a hacerlo vuestro? ¿Estáis dispuesto a hacerlo vuestro? ¿También estáis dispuestos a cambiar para abrazar este sueño? [Los jóvenes responden: ¡Sí!]. Muy bien
Jesús es muy claro. Dice: "Si uno quiere venir en pos de mí, es decir conmigo, tras de mí, niéguese a sí mismo". ¿Por qué usa esta palabra que suena un poco fea, "negarse a sí mismo"? ¿Por qué? ¿En qué sentido debería entenderse? No significa despreciar lo que Dios mismo nos ha dado: la vida, los deseos, el cuerpo, las relaciones ... No; todo esto Dios lo ha querido y lo quiere para nuestro bien. Sin embargo, Jesús pide al que quiere seguirlo que se "niegue a sí mismo", porque en cada uno de nosotros hay lo que en la Biblia se llama el "hombre viejo": hay un hombre viejo, un yo egoísta que no sigue la lógica de Dios, la lógica del amor, sino que sigue la lógica opuesta, la del egoísmo, la del interés propio, a menudo enmascarado con una fachada buena, para ocultarlo. Vosotros sabéis todo esto, son cosas de la vida. Jesús murió en la cruz para liberarnos de esta esclavitud del hombre viejo, que no es exterior, es interior. Cuántos de nosotros somos esclavos del egoísmo, del apego a las riquezas, de los vicios. Estas son las esclavitudes interiores. Es el pecado, lo que nos hace morir por dentro. Solo Él, Jesús, puede salvarnos de este mal, pero necesita nuestra colaboración, que cada uno de nosotros diga: "Jesús, perdóname, dame un corazón como el tuyo, humilde y lleno de amor". Es bonita esta oración: “Jesús, perdóname, dame un corazón como el tuyo, humilde y lleno de amor". Así amaba Jesús, así vivía Jesús.
¿Sabéis? Una oración como esa, ¡Jesús la toma en serio! Sí, y a los que se fían de Él les regala experiencias sorprendentes. Por ejemplo, sentir una nueva alegría al leer el Evangelio, la Biblia, una sensación de la belleza y de la verdad de su Palabra. O la de sentirse atraído por participar en la Misa, que para un joven no es muy común, ¿no es verdad? Y en su lugar siente el deseo de estar con Dios, de permanecer en silencio ante la Eucaristía. O Jesús nos hace sentir su presencia en las personas que sufren, en los enfermos, en los excluidos.. Pensad en lo que habéis sentido cuando habéis hecho algo bueno, cuando habéis ayudado a alguien. ¿No es verdad que os habéis sentido bien? Es lo que da Jesús. Es Él quien nos cambia; es así. O nos da valor para hacer su voluntad yendo a contracorriente, pero sin orgullo, sin presunción, sin juzgar a los demás ... Todas estas cosas son regalos suyos –son sus regalos– que hacen que nos sintamos cada vez más vacíos de nosotros mismos y más llenos de Él.
Los santos nos demuestran todo esto. San Francisco de Asís, por ejemplo: era un joven lleno de sueños, pero eran los sueños del mundo, no los de Dios. Jesús le habló en el crucifijo, en la iglesia de san Damián, y su vida cambió. Abrazó el sueño de Jesús, se despojó de su hombre viejo, negó su yo egoísta y acogió a Jesús, humilde, pobre, sencillo, misericordioso, lleno de alegría y admiración por la belleza de las criaturas.
Y pensemos también en Giovanni Battista Montini, Pablo VI: estamos acostumbrados, con razón, a recordarlo como Papa. Pero antes fue un hombre joven, un chico como vosotros, de un pueblo de vuestra tierra. Me gustaría poneros unos deberes, unos “deberes para casa”: descubrir cómo era Giovanni Battista Montini cuando era joven; como era en su familia, como estudiante, como era en el oratorio...; cuáles eran sus "sueños"... Intentad encontrarlo.
Queridos chicos y chicas, os agradezco esta visita, que me da alegría, tanta alegría. Gracias. El Señor os bendiga y Nuestra Señora os acompañe en el camino. La vida es un camino. Hay que andar… Y por favor: no os olvidéis de rezar por mí. ¡Gracias!
Y ahora me gustaría daros la bendición, pero antes recemos todos juntos a la Virgen: “Dios te salve, María…”
Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 7 de abril de 2018.
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