DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PEREGRINOS DE LAS DIÓCESIS DE CESENA Y BOLONIA
Plaza de San Pedro
Sábado, 21 de abril de 2018
Queridos hermanos y hermanas:
Os saludo a todos con afecto. ¡Gracias por vuestra presencia tan alegre! Con esta visita a la tumba de Pedro correspondéis a la que hice yo a vuestras comunidades diocesanas el 1 de octubre del año pasado. Os lo agradezco mucho.
Saludo al arzobispo de Bolonia, Mons. Matteo Zuppi y al obispo de Cesena-Sarsina, Mons. Douglas Regattieri, tan atentos durante mi visita. Os agradezco, queridos hermanos, vuestras palabras que renuevan en mí el recuerdo de esa jornada. Doy mi bienvenida a las autoridades civiles aquí presentes, así como a los sacerdotes, a las personas consagradas y a los fieles laicos, con un pensamiento especial para todos los que se unen espiritualmente a esta peregrinación, en particular para los enfermos y los que sufren.
Conservo viva la memoria de los encuentros que viví en vuestras ciudades. No olvido la bienvenida que me reservasteis y los momentos de fe y de oración que compartimos, en los que participaron fieles procedentes de cada lugar de vuestras respectivas diócesis. Fue un don de la Providencia para confirmar y reforzar el sentido de la fe y de la pertenencia a la Iglesia, que requiere necesariamente que se traduzca en actitudes y gestos de caridad, especialmente hacia las personas más frágiles. Vuestros obispos subrayaron como mi visita pastoral fue razón de renovado compromiso por parte de todos los miembros de vuestras comunidades. Se lo agradezco a Dios y os exhorto a continuar con coraje el camino empezado.
En la ciudad de Cesena celebramos el tercer centenario del nacimiento del Papa Pío VI, con un pensamiento también para Pío VII. El recuerdo de estos dos Obispos de Roma, los dos de Cesena, constituyó para vosotros que formáis esa comunidad diocesana una ocasión propicia para reflexionar sobre el camino de la evangelización recorrido hasta hoy y sobre los nuevos objetivos misioneros que os esperan. Herederos de estas y de otras figuras de pastores y de evangelizadores, estáis llamados a proseguir ese mismo camino, comprometiéndoos generosamente en anunciar el Evangelio a vuestros conciudadanos y atestiguándolo con las obras que no necesariamente tienen que ser grandes. Amad los pequeños gestos cotidianos. Pequeños, son pequeños como la levadura, pequeños, pero son muy buenos.
La ocasión de la visita a Bolonia la ofreció, como sabéis, la conclusión del Congreso Eucarístico Diocesano. ¡Que el fervor suscitado por ese evento eclesiástico, que reunió a muchas personas en torno a Jesús eucarístico, pueda prolongarse en el tiempo, no desvanecerse sino aumentar y dar frutos, dejando una huella indeleble en el camino de fe de vuestra comunidad cristiana!.
Como recordada en la reciente exhortación apostólica Gaudete et exsultate, «compartir la Palabra y celebrar juntos la Eucaristía nos hace más hermanos y nos va convirtiendo en comunidad santa y misionera» (n.142). La Eucaristía, de hecho, hace la Iglesia, la agrega y la une en el vínculo del amor y de la esperanza. El Señor Jesús la creó para que nos quedemos en Él y formemos un solo cuerpo, para que de desconocidos e indiferentes los unos con los otros seamos unidos y hermanos.
La Eucaristía nos reconcilia y nos une, porque alimenta la relación comunitaria y fomenta gestos de generosidad, de perdón, de confianza en el prójimo, de gratitud. La Eucaristía, que significa “acción de gracias”, nos hace sentir la exigencia del agradecimiento: nos hace entender que «mayor felicidad hay en dar que en recibir» (Hch 20, 35), nos educa a dar primacía al amor y a practicar la justicia en su forma cumplida que es la misericordia; a saber agradecer siempre, también cuando recibimos lo que nos es debido. El culto eucarístico nos enseña también la justa escala de valores: a no poner en primer lugar las realidades terrenas, sino los bienes celestes; a tener hambre no solamente del alimento material, sino también del que «permanece para vida eterna» (Jn 6,27).
Queridos hermanos y hermanas, los hombres y las mujeres de nuestro tiempo necesitan encontrar a Jesucristo; Él es el camino que conduce al Padre; Él es el Evangelio de la esperanza y del amor que nos hace capaces de llegar hasta el don de sí mismo. Esta es nuestra misión, que es al mismo tiempo responsabilidad y alegría, herencia de salvación y don que compartir. Para ello es necesaria la disponibilidad generosa, la renuncia a sí mismo y abandono confiado en la voluntad divina. Se trata de cumplir un itinerario de santidad para responder con valor a la llamada de Jesús, cada uno según su propio peculiar carisma. «Para un cristiano no es posible pensar en la propia misión en la tierra sin concebirla como un camino de santidad, porque “esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación” (1Ts 4,3). Cada santo es una misión; es un proyecto del Padre para reflexionar y encarnar, en un momento determinado de la historia, un aspecto del Evangelio» (Gaudete et exsultate, 19).
Os animo a que resuene en vuestras comunidades la llamada a la santidad que atañe a cada bautizado y a cada condición de vida. En la santidad consiste la plena realización de cada aspiración del corazón humano. Es un camino que empieza por la fuente bautismal y lleva hasta el Cielo, y se actúa cada día acogiendo al Evangelio en la vida concreta. Con este esfuerzo y con este entusiasmo misionero, destinado a dar un nuevo impulso a la evangelización de vuestras diócesis, daréis curso concreto a las exhortaciones que os dirigí a lo largo de mi visita. No os canséis de buscar a Dios y a su Reino por encima de todo y de esforzaros al servicio de los hermanos, siempre con simplicidad y fraternidad. La Virgen María «la santa entre los santos, la más bendita, la que nos enseña el camino de la santidad y nos acompaña» (ibíd, 176), sea el seguro punto de referencia en vuestro itinerario pastoral y misionero.
Os agradezco una vez más este encuentro. Os pido por favor que continuéis rezando por mí, y de corazón imparto la bendición apostólica, que extiendo a todos los que forman vuestras comunidades diocesanas. Gracias.
Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 21 de abril de 2018.
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