VIGILIA DE ORACIÓN CON LOS JÓVENES ITALIANOS
Circo Máximo
Sábado, 11 de agosto de 2018
Reflexión final del Santo Padre
DIÁLOGO DEL SANTO PADRE FRANCISCO CON LOS JÓVENES
Primera pregunta
Letizia
Querido Papa Francisco, soy Letizia, tengo 23 años y estudio en la universidad. Me gustaría decirte unas palabras sobre nuestros sueños y cómo vemos el futuro. Cuando tuve que tomar la importante decisión de qué hacer al final de la enseñanza superior tuve miedo de decir con lo que realmente soñaba en convertirme, porque habría significado descubrirme completamente a los ojos de los demás y de mí misma.
Había decidido escuchar el parecer de algunos adultos cuya profesión y decisiones admiraba, Me dirigí al profesor que más estimaba, el de Arte, el que para mí enseñaba las cosas más apasionantes. Le dije que quería seguir su camino, volverme como él. Y me respondió que ya no era como solía ser, que los tiempos habían cambiado, que había una crisis, que no encontraría trabajo y que sería mejor elegir un campo de estudio que respondiera mejor a las necesidades del mercado. “Elige economía”, me dijo. Me sentí desilusionada; me sentí traicionada en el sueño que le había confiado, cuando en cambio buscaba aliento en aquella figura a la que quería imitar. Al final, elegí mi camino, elegí seguir mi pasión y estudio Arte.
En cambio, un día, en un oratorio donde soy educadora, una de las chicas me dijo que se fiaba de mí, que estimaba mis decisiones. Me dijo que yo era casi un modelo para ella y que ella quería hacer lo que yo hacía.
Fue entonces, en ese momento, cuando decidí conscientemente que me comprometería a ser una educadora: no habría sido ese adulto traidor y decepcionante, sino que habría dedicado tiempo y energías, con todas las cargas que podría acarrear, porque una persona se había fiado de mí.
Lucamatteo
Santo Padre, cuando miramos nuestro futuro estamos acostumbrados a imaginarlo teñido con colores grises, oscuros y amenazadores. A decir verdad, a mí me parece ver una diapositiva blanca, donde no hay nada...
A veces he intentado dibujarlo, mi futuro. Pero al final veo algo que no me satisface. Intento explicarme: creo que somos nosotros quienes lo diseñamos, pero a menudo partimos de un gran proyecto, una especie de gran fresco al que, a pesar de nosotros mismos, quitamos algunos detalles, quitamos algunas piezas. El resultado es que los proyectos y los sueños, por temor a los demás y su juicio, terminan siendo más pequeños de lo que eran al principio.
Y sobre todo termino creando algo que no siempre me gusta...
Respuesta del Santo Padre
Buenas noches. Os digo la verdad: conocía las preguntas e hice un borrador de respuesta, pero ―escuchándoles― agregaría algo espontáneamente. Porque la forma en que han hecho las preguntas va más allá de lo que está escrito.
Tú, Letizia, dijiste una palabra muy importante, que es “el sueño”. Y ambos dijisteis otra muy importante: “miedo”. Estas dos palabras nos iluminarán un poco.
Los sueños son importantes. Mantienen nuestros ojos bien abiertos, nos ayudan a abrazar el horizonte, a cultivar la esperanza en cada acción diaria. Y los sueños de los jóvenes son los más importantes de todos. Un joven que no puede soñar es un joven anestesiado; no podrá entender la vida, la fuerza de la vida. Los sueños te despiertan, te llevan allá, son las estrellas más brillantes, las que indican un camino diferente para la humanidad. He aquí, tenéis en vuestro corazón estas estrellas brillantes que son vuestros sueños: son vuestra responsabilidad y vuestro tesoro. ¡Haced que sean también vuestro futuro! Y este es el trabajo que debéis hacer: transformar los sueños de hoy en la realidad del futuro, y esto requiere coraje, como hemos escuchado de los dos. A la chica le decían: “No, no: estudia Economía porque con esto te morirás de hambre ”, y al chico “sí, el proyecto es bueno, pero le quitamos esta pieza y esto y esto...”, y al final no queda nada. ¡No! Adelante con coraje, coraje ante la resistencia, ante las dificultades, ante todo lo que hace que nuestros sueños se apaguen.
Por supuesto, los sueños deben crecer, deben purificarse, ponerse a prueba y compartirse. Pero, ¿alguna vez os habéis preguntado de dónde vienen vuestros sueños? Mis sueños, ¿de dónde vienen? ¿Nacen viendo la televisión? ¿Escuchando a un amigo? ¿Soñando con los ojos abiertos? ¿Son sueños grandes o pequeños y miserables que se contentan con lo menos posible? Sueños de comodidad, sueños solamente de bienestar: “No, no, estoy bien así, no voy a ir más lejos”. ¡Pero estos sueños te harán morir, en la vida! ¡Harán que tu vida no sea grande! Sueños de tranquilidad, sueños que adormecen a los jóvenes y que hacen de un joven valiente un joven de sofá. Es triste ver a los jóvenes en el sofá, viendo cómo pasa la vida delante de ellos. Jóvenes, lo he dicho antes, sin sueños, que se jubilan a los 20, 22 años: ¡pero qué feo es, un joven jubilado! En cambio, el joven que sueña cosas grandes continúa, no se jubila pronto. ¿Lo habéis entendido? Estos son los jóvenes.
Y la Biblia nos dice que los grandes sueños son aquellos capaces de ser fecundos; los grandes sueños son aquellos que dan fecundidad, son capaces de sembrar paz y sembrar fraternidad, de sembrar alegría, como hoy. He aquí, estos son grandes sueños porque piensan en todos con el NOSOTROS. Una vez, un sacerdote me preguntó: “Dígame, ¿qué es lo contrario de 'yo'?”. Y yo, ingenuo, caí la trampa y dije: “Lo contrario de yo es 'tú'” ― “No, padre: esta es la semilla de la guerra. El contrario de 'yo' es 'nosotros' ”. Si digo: lo contrario eres tú, hago la guerra. Si digo que lo opuesto al egoísmo es 'nosotros', construyo la paz, construyo la comunidad, llevo adelante los sueños de amistad, de paz. Pensad: los sueños verdaderos son los sueños de 'nosotros'. Los grandes sueños incluyen, involucran, son extrovertidos, comparten, generan nueva vida. Y los grandes sueños, para seguir siéndolo, necesitan una fuente inagotable de esperanza, un Infinito que sopla dentro de ellos y los dilata. Los grandes sueños necesitan de Dios para no convertirse en espejismos o en delirio de la omnipotencia. Puedes soñar grandes cosas, pero solo es peligroso, porque puedes caer en el delirio de omnipotencia. Pero con Dios, no tengas miedo: avanza. Sueña a lo grande.
Y luego, la palabra que vosotros dos habéis usado: 'miedo'. ¿Sabéis? Los sueños de los jóvenes dan un poco de miedo a los adultos. Dan miedo porque cuando un joven sueña va muy lejos. Tal vez porque dejaron de soñar y arriesgarse. Muchas veces la vida hace que los adultos dejen de soñar, dejen de arriesgarse. Tal vez porque vuestros sueños ponen en entredicho sus elecciones de vida, sueños que os llevan a criticar, a criticarlos. Pero no os dejéis robar vuestros sueños. Hay un chico aquí en Italia, de veinte, veintidós años, que comenzó a soñar y soñar en grande. Y su padre, un gran hombre de negocios, trató de convencerlo y él: “No, quiero soñar. Sueño con esto que siento por dentro”. Y al final, se fue, para soñar. Y su papá lo siguió. Y ese joven se refugió en el obispado, se quitó la ropa y se la dio a su padre: “Déjame seguir mi camino”. Este joven, un italiano del siglo XIII, se llamaba Francisco y cambió la historia de Italia. Francisco se arriesgó a soñar en grande. No conocía las fronteras y soñando terminó su vida. Pensemos: era un joven como nosotros. ¡Pero como soñaba! Decían que estaba loco porque soñaba así. Y lo hizo muy bien y lo sigue haciendo. Los jóvenes tienen un poco de miedo a los adultos porque los adultos han dejado de soñar, han dejado de arriesgarse, se han establecido... Pero, como os dije, no os dejéis robar los sueños. “¿Y cómo hago, padre, para que no me roben los sueños?”. Buscad maestros buenos que puedan ayudaros a entenderlos y hacerlos concretos con gradualidad y serenidad. A vuestra vez, sed maestros buenos, maestros de esperanza y confianza para las nuevas generaciones que empujan. “Pero, ¿cómo puedo convertirme en maestro?”. Sí, un joven que es capaz de soñar se convierte en un maestro con el testimonio. Porque es un testimonio que sacude, que mueve los corazones y muestra los ideales que tapa la vida actual. No dejéis de soñar y sed maestros de sueños. El sueño da una gran fuerza. “Padre, ¿y dónde puedo comprar las pastillas para soñar?”. ¡No, no esas! Esas no te hacen soñar: ¡esas te adormecen el corazón! Esas te queman las neuronas. Esas arruinan tu vida. “¿Y dónde puedo comprar sueños?”. No se compran, los sueños. Los sueños son un regalo, un regalo de Dios, un regalo que Dios siembra en vuestros corazones. Los sueños se nos dan de forma gratuita, para que también los demos de forma gratuita a los demás. Ofreced vuestros sueños: nadie, al tomarlos, os empobrecerá. Ofrecedlos a otros de forma gratuita.
Queridos jóvenes: “no” al miedo. ¡Lo que te dijo ese profesor! ¿Tenía miedo? Oh sí, tal vez tenía miedo; pero él lo había arreglado todo, estaba tranquilo. Pero, ¿por qué no quería que una chica siguiera su camino? Te ha asustado ¿Y qué te dijo? “Estudia economía: ganarás más”. Esta es una trampa, la trampa de tener, establecerse en el bienestar y no ser un peregrino en camino hacia nuestros sueños. Chicos y chicas, sed peregrinos en el camino de vuestros sueños. Arriesgaos en ese camino: no tengáis miedo. Arriesgaos porque realizaréis vuestros sueños, porque la vida no es una lotería: la vida se realiza. Y todos tenemos la capacidad de hacerlo.
El santo papa Juan XXIII decía: “Nunca he conocido a un pesimista que hiciera algo bueno” (entrevista de Sergio Zavoli a Mons. Capovilla en Jesús, 6, 2000). Debemos aprender esto, porque nos ayudará en la vida. El pesimismo te derriba, no te deja hacer nada. Y el miedo te hace pesimista. Nada de pesimismo. Arriesgarse, soñar y adelante.
Segunda pregunta
Martina
Santo Padre, soy Martina, tengo 24 años. Hace algún tiempo, un profesor me hizo reflexionar sobre cómo nuestra generación ni siquiera sea capaz de elegir un programa en la televisión, y mucho menos participar en una relación de por vida...
Efectivamente, me resulta difícil decir que tengo novio. Más bien, prefiero decir “salgo con”: ¡es más simple! ¡Implica menos responsabilidad, al menos a los ojos de los demás!
Sin embargo, en el fondo, siento con fuerza que quiero comprometerme a proyectar y construir una vida juntos desde ahora.
Entonces me pregunto: ¿por qué el deseo de tejer relaciones auténticas, el sueño de formar una familia, se consideran menos importantes que los demás y deben estar subordinados a seguir un logro profesional? Percibo que los adultos esperan esto de mí: que antes tenga una profesión y luego empiece a ser una “persona”.
¡Necesitamos que los adultos nos recuerden lo hermoso que es soñar dos juntos! Necesitamos adultos que sean pacientes para estar cerca de nosotros y así enseñarnos la paciencia para estar cerca; ¡que nos escuchen profundamente y nos enseñen a escuchar, en lugar de tener siempre la razón!
Necesitamos puntos de referencia, apasionados y solidarios.
¿No cree que las figuras de adultos verdaderamente estimulantes sean raras en el horizonte? ¿Por qué los adultos están perdiendo su sentido de la sociedad, de la ayuda mutua, del compromiso con el mundo y en las relaciones? ¿Por qué esto a veces les pasa a los sacerdotes y a los educadores?
Creo que siempre vale la pena ser madres, padres, amigos, hermanos... ¡para toda la vida! ¡Y no quiero dejar de creerlo!
Respuesta del Santo Padre
Es valiente, Martina, ¿eh? Sacude nuestra estabilidad y también habla con fuego. Me gustaría preguntarle, si tal vez es sobrina de San Juan Crisóstomo por la forma en que habla, ¡tan fuerte, con tanta fuerza! Elegir, poder decidir por uno mismo parece ser la máxima expresión de libertad. Elige y podrás decidir por ti mismo. Y en cierto sentido lo es. Pero la idea de elección que respiramos hoy es una idea de libertad sin restricciones, sin compromisos y siempre con alguna ruta de escape: un “elijo”, pero.... Has puesto el dedo en la llaga: elegir eso de por vida, la elección del amor... También allí podemos decir: “Elijo, pero no ahora, sino cuando termine los estudios”, por ejemplo. Yo “elijo, pero...”: ese “pero” nos detiene, no nos deja ir, no nos deja soñar, nos quita la libertad. Siempre hay un “pero”, que a veces se vuelve más grande que la elección y la ahoga. Así es como la libertad se desmorona y ya no cumple sus promesas de vida y felicidad. Y luego concluimos que también la libertad es un engaño y que la felicidad no existe.
Queridos jóvenes, la libertad de cada uno es un gran don, un don que se te da y que debes conservar para que crezca, para que crezca la libertad, para que se desarrolle; La libertad no permite medias tintas. Y ella apuntaba a la libertad más grande, que es la libertad de amor: pero ¿Por qué debería terminar mi carrera universitaria antes de pensar en el amor? El amor viene cuando quiere, el amor verdadero. ¿Es un poco peligroso hablar a los jóvenes del amor? No, no es peligroso. Porque los jóvenes saben bien cuando hay amor verdadero y cuando hay un simple entusiasmo disfrazado de amor: Vosotros lo distinguís bien, no sois tontos, ¡Y por eso, tenemos el coraje de hablar de amor! El amor no es una profesión: el amor es vida y si el amor llega hoy, ¿por qué tengo que esperar tres, cuatro, cinco años para que crezca y para que sea estable? En esto les pido a los padres que ayuden a los jóvenes a madurar cuando hay amor, a que el amor madure, a no aplazarlo y decir: “No, porque si te casas ahora, los niños llegarán y no podrás terminar la carrera, con tantos esfuerzos que hemos hecho por ti”. Todos hemos escuchado esta historia... En la vida, en cambio, siempre debemos poner el amor primero, pero el amor verdadero: y ahí debes aprender a discernir, cuando hay amor verdadero y cuando solo hay entusiasmo. . “¿Por qué me cuesta ―decía ella― decir que tengo novio?”. Es decir, a mostrar, a enseñar ese nuevo documento de identidad en mi vida. Porque hay todo un mundo de condicionamientos. Pero hay otra cosa que es muy importante: “Pero tú, ¿quieres casarte?” ― “O, hacemos esto: sigues así, finges que no amas, estudias y luego comienzas a vivir una doble vida”. El mayor enemigo del amor es la doble vida: ¿entendido? ¿O debería ser más claro? El mayor enemigo del amor no es solo no dejarlo crecer ahora, esperar para terminar la carrera, sino también hacer la doble vida, porque si empiezas a amar la doble vida, el amor se pierde, el amor desaparece. ¿Por qué digo esto? Porque en el amor verdadero, el hombre tiene una tarea y la mujer tiene otra tarea. ¿Sabéis cuál es la tarea más grande del hombre y la mujer en el amor verdadero? ¿Lo sabéis? La totalidad: el amor no tolera las medias tintas: o todo o nada. Y para hacer crecer el amor hay que evitar los escapes. El amor debe ser sincero, abierto, valiente. En el amor debes echar toda la carne al asador: así decimos en Argentina.
Hay una cosa en la Biblia que me impresiona mucho: al final de la creación del mundo, dice que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, y dice: “Él los creó hombre y mujer, ambos a su imagen y semejanza”. Esto es amor. Cuando ves un matrimonio, una pareja de hombre y mujer avanzando en la vida del amor, allí está la imagen y semejanza de Dios. ¿Cómo es Dios? Como ese matrimonio. Esta es la imagen y semejanza de Dios. No dice que el hombre es imagen y semejanza de Dios, la mujer es imagen y semejanza de Dios. No: ambos juntos son imagen y semejanza de Dios. Y luego continúa, en el Nuevo Testamento: “Por esta razón, el hombre dejará a su padre y a su madre, para convertirse con su esposa en una sola carne”. Esto es amor ¿Y cuál es la tarea, del hombre enamorado? Hacer que la esposa, o la novia, sea más mujer. ¿Y cuál es la tarea de la mujer en el matrimonio? Hacer que el marido, o novio, sea más hombre. Es un trabajo de dos, que crecen juntos; pero el hombre no puede crecer solo, en el matrimonio, si no lo hace crecer su esposa y la mujer no puede crecer en matrimonio si su marido no la hace crecer. Y esta es la unidad, y esto significa “una carne”: se convierten en “una”, porque una hace crecer a la otra. Este es el ideal del amor y del matrimonio.
¿Creéis que un ideal así, cuando se siente verdadero, cuando está maduro, se deba aplazar por otros intereses? No, no se debe. Necesitamos arriesgarnos en el amor, pero en el verdadero amor, no en el entusiasmo amoroso disfrazado de amor.
Entonces debemos preguntarnos: ¿dónde está mi amor, dónde está mi tesoro? ¿Dónde está lo que considero más precioso en la vida? Jesús habla de un hombre que había vendido todo lo que tenía para comprar una perla preciosa del más alto valor. El amor es esto: vender todo para comprar esta perla preciosa del más alto valor. Todo. Por eso el amor es fiel. Si hay infidelidad, no hay amor; o es un amor enfermo, o pequeño, que no crece. Vender todo por una cosa. Pensad bien en el amor, pensadlo en serio. No tengáis miedo de pensar en el amor: pero en el amor que arriesga, en el amor fiel, en el amor que hace crecer al otro y crecer mutuamente. Pensad en el amor fecundo.
Vi aquí, mientras daba la vuelta, algunos niños en los brazos de sus padres: este es el fruto del amor, el verdadero amor. ¡Arriesgaos en el amor!
Tercera pregunta
Dario
Santo Padre, me llamo Dario, tengo 27 años y soy enfermero de cuidados paliativos.
En la vida, los momentos en los que me he confrontado con la fe son raros y, a veces, he comprendido que las dudas superan las certezas, las preguntas que hago tienen respuestas poco concretas y que no puedo tocar con las manos, a veces incluso creo que las respuestas no sean plausibles.
Me doy cuenta de que deberíamos dedicarle más tiempo: es muy difícil en medio de las muchas cosas que hacemos todos los días... Y no es fácil encontrar una guía que tenga tiempo para confrontarse y buscar.
Y luego están las grandes preguntas: ¿cómo es posible que un Dios grande y bueno (como me han dicho) permita la injusticia en el mundo? ¿Por qué los pobres y los marginados tienen que sufrir tanto? Mi trabajo me pone a diario frente a la muerte y ver a madres jóvenes o padres de familia abandonando a sus hijos me hace preguntar: ¿por qué permitir esto?
La Iglesia, portadora de la Palabra de Dios en la tierra, parece cada vez más distante y cerrada en sus rituales. Para los jóvenes, las “imposiciones” desde arriba ya no son suficientes, necesitamos pruebas y un testimonio sincero de la Iglesia que nos acompañe y escuche las dudas que nuestra generación se plantea todos los días. Los fastos inútiles y los frecuentes escándalos hacen que la Iglesia sea poco creíble a nuestros ojos.
Santo Padre, ¿con qué ojos podemos releer todo esto?
Respuesta del Santo Padre
Dario ha puesto el dedo en la llaga y ha repetido la palabra “por qué” más de una vez. No todos los “por qué” tienen una respuesta. ¿Por qué sufren los niños, por ejemplo? ¿Quién me puede explicar esto? No tenemos la respuesta. Solo, encontraremos algo mirando a Cristo crucificado y a su Madre: allí encontraremos la manera de sentir algo en el corazón que sea una respuesta. En la oración del Padre Nuestro (cf. Mt 6, 13) hay una petición: “No nos induzcas en tentación”. Esta traducción al italiano se ha ajustado recientemente a la traducción precisa del texto original, ya que podría sonar ambiguo. ¿Puede Dios el Padre “inducirnos” a la tentación? ¿Puede engañar a sus hijos? Por supuesto que no .Y para esto, la verdadera traducción es: “No nos dejes caer en la tentación”. Evita que hagamos el mal, libéranos de malos pensamientos... A veces las palabras, incluso si hablan de Dios, traicionan su mensaje de amor. A veces somos nosotros los que traicionamos el evangelio. Y él hablaba de este traicionar al Evangelio, y decía: “La Iglesia, portadora de la Palabra de Dios en la tierra, parece cada vez más distante y cerrada en sus rituales”. Lo que ha dicho es fuerte; es un juicio para todos nosotros, y también de manera especial para ―digamos― los pastores. Un juicio sobre nosotros, los consagrados, las consagradas. Nos ha dicho que estamos cada vez más distantes y cerrados en nuestros rituales. Escuchemos esto con respeto. Este no es siempre el caso, pero a veces es cierto. Para los jóvenes, las imposiciones desde arriba ya no son suficientes: “A nosotros nos sirven pruebas y un testimonio sincero que nos acompañe y escuche las dudas que nuestra generación se plantea todos los días”. Y nos pide a todos, pastores y fieles, que acompañemos, escuchemos, prestemos testimonio. Si soy un cristiano, un laico fiel, una laica fiel, un sacerdote, una monja, un obispo, si nosotros los cristianos no aprendemos a escuchar el sufrimiento, a escuchar los problemas, a guardar silencio y a dejar que las personas hablen y a escuchar, nunca seremos capaces de dar una respuesta positiva. Y muchas veces las respuestas positivas no se pueden dar con palabras: se deben dar arriesgándose en el testimonio. Donde no hay testimonio, no hay Espíritu Santo. Esto es serio.
De los primeros cristianos se decía: “Mirad cómo se aman”. Porque la gente veía el testimonio. Sabían escuchar, y luego vivían como dice el Evangelio. Ser cristiano no es un status de vida, un status calificado: “Te doy las gracias, Señor, porque soy cristiano y no soy como los demás que no creen en ti”. ¿Os gusta esta oración? (responden: no). Esta es la oración del fariseo, del hipócrita; así rezan los hipócritas. “Pero, pobre gente, no entienden nada. No han ido a la catequesis, no han ido a una escuela católica, no han ido a una universidad católica... pero, son pobre gente... ”: ¿es esto cristiano? ¿Es cristiano o no? (responden: no) ¡No! ¡Esto escandaliza! Esto es un pecado. “Te doy gracias, Señor, porque no soy como los demás: voy a misa el domingo, hago esto, tengo una vida ordenada, me confieso, no soy como los demás...”. ¿Es esto cristiano? (responden: no) No. Tenemos que elegir el testimonio. Una vez, en un almuerzo con jóvenes en Cracovia, un joven me dijo: “Tengo un problema en la universidad porque tengo un compañero que es agnóstico. Dígame, padre, ¿qué debería decirle a este compañero agnóstico para hacerle entender que la nuestra es la verdadera religión? ”. Le dije: “Amigo, lo último que tienes que hacer es decirle algo. Comienza a vivir como cristiano, y será él quien te pregunte por qué vives así”.
Dario continuaba: “Las glorias inútiles y los escándalos frecuentes hacen que la Iglesia sea poco creíble ante nuestros ojos. Santo Padre, ¿con qué ojos podemos releer todo esto?”. El escándalo de una Iglesia formal, que no es testigo. El escándalo de una Iglesia cerrada porque no sale. Dario todos los días debe salir de sí mismo, ya esté feliz o triste, pero debe salir para acariciar a los enfermos, para dar cuidados paliativos que harán que su tránsito a la eternidad sea menos doloroso. Y sabe lo que es salir de sí mismo, ir a otros, ir más allá de las fronteras que me dan seguridad. En el Apocalipsis hay un pasaje en el que Jesús dice: “Llamo a la puerta: si me abres, entraré y cenaré contigo”: Jesús quiere venir a nosotros. Pero a menudo pienso que Jesús llama a la puerta, pero desde dentro, para que le dejemos salir, porque a menudo, sin testigos, lo mantenemos prisionero de nuestras formalidades, nuestros cierres, nuestro egoísmo, nuestro estilo de vida clerical. Y el clericalismo, que no es solo de los clérigos, es una actitud que nos afecta a todos: el clericalismo es una perversión de la Iglesia. Jesús nos enseña este camino de salida de nosotros mismos, el camino del testimonio. Y este es el escándalo ―¡porque somos pecadores!―, no salir de nosotros mismos para dar testimonio.
Yo os invito a hablar con Dario o algún otro que haga este trabajo, que sea capaz de salir de sí mismo, para dar testimonio. Y luego, reflexionar. Cuando digo “la Iglesia no da testimonio”, ¿puedo decirlo también de mí? ¿Doy testimonio? Él puede decirlo, porque da testimonio todos los días, con los enfermos. Pero yo ¿puedo decirlo? ¿Puede alguno de nosotros criticar a ese sacerdote, a ese obispo u otro cristiano, si no puede salir de sí mismo para dar testimonio?
Queridos jóvenes, ―y esto es lo último que digo―, el mensaje de Jesús, la Iglesia sin testimonio es solo humo...
REFLEXIÓN FINAL DEL SANTO PADRE
Queridos jóvenes:
Gracias por este encuentro de oración, en vista del próximo Sínodo de los Obispos.
También os doy las gracias porque esta cita ha estado precedida por una mezcla de muchos caminos en los que os habéis convertido en peregrinos, junto con vuestros obispos y sacerdotes, a lo largo de los caminos y senderos de Italia, en medio de los tesoros de la cultura y de fe que vuestros padres os han dejado en herencia. Habéis atravesado por los lugares donde vive y trabaja la gente, llena de vitalidad y marcada por las dificultades, tanto en las ciudades como en las aldeas y en los pueblos perdidos. Espero que hayáis respirado profundamente las alegrías y las dificultades, la vida y la fe del pueblo italiano.
En el pasaje del Evangelio que hemos escuchado (cf. Jn 20, 1-8), Juan nos relata esa mañana inimaginable que cambió para siempre la historia de la humanidad. Imaginémosla esa mañana: a las primeras luces del alba del día después del sábado, alrededor de la tumba de Jesús, todos comienzan a correr. María de Magdala corre para advertir a los discípulos; Pedro y Juan corren hacia la tumba... Todos corren, todos sienten la urgencia de moverse: no hay tiempo que perder, debemos apresurarnos ... Como había hecho María, ¿os acordáis? ―apenas concebido Jesús, para ir a ayudar a Isabel.
Tenemos muchas razones para correr, a menudo solo porque hay muchas cosas que hacer y el tiempo nunca es suficiente. A veces nos apresuramos porque nos atrae algo nuevo, bello, interesante. A veces, por el contrario, corremos para escapar de una amenaza, de un peligro...
Los discípulos de Jesús corren porque han recibido la noticia de que el cuerpo de Jesús ha desaparecido de la tumba. Los corazones de María Magdalena, de Simón Pedro, de Juan están llenos de amor y palpitan furiosamente después de la separación que parecía definitiva. ¡Quizás se ha reavivado en ellos la esperanza de volver a ver el rostro del Señor! Como en ese primer día cuando había prometido: «Venid y ved» (Jn 1, 39). Juan es el que corre más deprisa, ciertamente porque es más joven, pero también porque no ha dejado de esperar después de ver a Jesús morir en la cruz con sus propios ojos; y también porque estaba cerca de María, y por eso estaba “contagiado” por su fe. Cuando sentimos que la fe nos falta o es tibia, vayamos a ella, a María, y ella nos enseñarás, nos entenderá, nos hará sentir la fe.
Desde esa mañana, queridos jóvenes, la historia ya no es lo misma. Esa mañana cambió la historia. La hora en que la muerte parecía triunfar, en realidad se revela como el momento de su derrota. Incluso esa pesada roca, colocada ante el sepulcro, no pudo resistir. Y desde ese amanecer del primer día después del sábado, cada lugar donde la vida está oprimida, cada espacio en el que dominan la violencia, la guerra, la miseria, donde el hombre es humillado y pisoteado, en ese lugar todavía se puede reavivar la esperanza de la vida.
Queridos amigos, os habéis puesto en camino y habéis llegado a esta cita. Y ahora mi alegría es sentir que vuestros corazones laten de amor por Jesús, como los de María Magdalena, Pedro y Juan. Y porque sois jóvenes, yo, como Pedro, me alegro de veros correr más deprisa, como Juan, empujados por el impulso de vuestro corazón, sensible a la voz del Espíritu que anima vuestros sueños. Por eso os digo: no os conforméis con el paso prudente de los que se ponen al final de la cola. No os contentéis con el paso prudente de los que se ponen al final de la cola. Se necesita el coraje para arriesgarse a dar un salto adelante, un salto audaz y atrevido para soñar y realizar como Jesús el Reino de Dios, y comprometerse para una humanidad más fraterna. Necesitamos hermandad: ¡arriesgaos, adelante!
Seré feliz de veros correr más deprisa de los que en la Iglesia son un poco lentos y temerosos, atraídos por ese Rostro tanto amado, que adoramos en la Sagrada Eucaristía y reconocemos en la carne del hermano sufriente. El Espíritu Santo os empuje en esta carrera hacia adelante. La Iglesia necesita vuestro impulso, vuestras intuiciones, vuestra fe. ¡Nos hacen falta! Y cuando lleguéis donde nosotros todavía no hemos llegado, tened paciencia para esperarnos, como Juan esperó a Pedro ante el sepulcro vacío. Y otra cosa: caminando juntos, en estos días, habéis experimentado lo difícil que es acoger al hermano o a la hermana que está a mi lado, pero también la alegría que me puede dar su presencia si la recibo en mi vida sin prejuicios ni cierres. Caminar solo nos permite desvincularnos de todo, quizás ser más rápidos, pero caminar juntos nos convierte en un pueblo, el pueblo de Dios. El pueblo de Dios que nos da seguridad, la seguridad de pertenecer al pueblo de Dios... Y con el pueblo de Dios, te sientes seguro, en el pueblo de Dios, en tu pertenencia al pueblo de Dios tienes identidad. Un proverbio africano dice: “Si quieres ir rápido, corre solo. Si quieres ir lejos, ve con alguien”.
El Evangelio dice que Pedro entró el primero en el sepulcro y vio las sábanas por el suelo y el sudario envuelto en un lugar separado. Luego también entró el otro discípulo, quien ―dice el Evangelio― “vio y creyó” (v. 8). Este par de verbos es muy importante: ver y creer. A lo largo del Evangelio de Juan, se dice que los discípulos, viendo los signos que Jesús hacía, creyeron en Él. Ver y creer. ¿De qué signos se trata? El agua transformada en vino para la boda; de algunos enfermos curados; de un ciego que recobra la vista; de una gran multitud saciada con cinco panes y dos peces; de la resurrección de su amigo Lázaro, muerto desde hacía cuatro días. En todos estos signos, Jesús revela el rostro invisible de Dios.
No es la representación de la sublime perfección divina, la que se desprende de los signos de Jesús, sino la historia de la fragilidad humana que se encuentra con la Gracia que eleva. Hay una humanidad herida que es sanada tras el encuentro con Él; hay un hombre caído que encuentra una mano tendida para aferrarse; hay el desamparo de los derrotados que descubren una esperanza de redención. Y Juan, cuando entra en el sepulcro de Jesús, lleva en los ojos y en el corazón los signos hechos por Jesús que se sumerge en el drama humano para levantarlo. Jesucristo, queridos jóvenes, no es un héroe inmune a la muerte, sino Aquel que la transforma con el don de su vida. Y ese sudario cuidadosamente doblado dice que ya no lo necesitará: la muerte ya no tiene poder sobre él.
Queridos jóvenes, ¿es posible encontrar vida en los lugares donde reina la muerte? Sí, es posible. Entrarían ganas de decir que no, que es mejor mantenerse alejado, largarse. Sin embargo, esta es la novedad revolucionaria del Evangelio: el sepulcro vacío de Cristo se convierte en el último signo en el que brilla la victoria definitiva de la Vida. ¡Y entonces no tengamos miedo! No nos alejemos de los lugares de sufrimiento, de derrota, de muerte. Dios nos ha dado un poder mayor que todas las injusticias y las debilidades de la historia, más grande que nuestro pecado: Jesús ha vencido la muerte dando su vida por nosotros. Él nos envía a anunciar a nuestros hermanos que Él es el Resucitado, es el Señor, y nos da su Espíritu para sembrar con Él el Reino de Dios. Aquella mañana del domingo de Pascua cambió la historia: ¡Tengamos valor!
¡Cuántos sepulcros ―por así decirlo― esperan hoy nuestra visita! Cuántos heridos, incluso jóvenes, han sellado su sufrimiento “poniendo ―como se dice― una piedra encima”. Con el poder del Espíritu y la Palabra de Jesús podemos mover esos pedruscos y dejar que los rayos de luz entren en esos barrancos de tinieblas.
El camino para llegar a Roma ha sido hermoso y agotador; pensad, ¡cuánto esfuerzo, pero cuánta belleza! Pero el camino de regreso a vuestros hogares, a vuestros países, a vuestras comunidades será igual de hermoso y desafiante. Seguidlo con la confianza y la energía de Juan el “discípulo amado“. Sí, el secreto está todo allí, en ser y saber que eres “amado”, “amada” por Él, ¡Jesús, el Señor, nos ama! Y que cada uno de nosotros, volviendo a casa, se lo grabe en el corazón y en la mente: Jesús, el Señor, me ama. Soy amado. Soy amada. Sentir la ternura de Jesús que me ama. Recorre con valor y alegría el camino hacia casa, recorredlo con la certeza de ser amado por Jesús. Entonces, con este amor, la vida se convierte en algo bueno, sin ansiedad, sin miedo, esa palabra que nos destruye. Sin ansiedad y sin miedo. Una carrera hacia Jesús y hacia los hermanos, con un corazón lleno de amor, de fe y de alegría. ¡Adelnate!
Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 11 de agosto de 2018.
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