DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LA UNIÓN ITALIANA LUCHA CONTRA LA DISTROFÍA MUSCULAR (UILDM)
Aula Pablo VI
Sábado, 2 de junio de 2018
Queridos hermanos y hermanas:
Una cordial bienvenida a todos vosotros, representantes de la Unión Italiana para la Lucha contra la Distrofia Muscular. Agradezco las palabras del Presidente y expreso mi aprecio por las actividades generosas de los miembros y voluntarios de vuestras secciones locales, ubicadas en todo el territorio nacional, al servicio de las personas que sufren de distrofia y de otras patologías neuromusculares. Para ellos, sois como rayos de esperanza que alivian los momentos de soledad y desaliento y alientan a enfrentar la enfermedad con confianza y serenidad.
Vuestra presencia al lado de estas personas garantiza una asistencia amistosa, ofreciéndoles servicios valiosos en el campo médico y social. Además de las ayudas concretas para hacer frente a la vida cotidiana, tales como el transporte, la fisioterapia, la asistencia a domicilio, son importantes el calor humano, el diálogo fraterno, la ternura con que os dedicáis a los usuarios de vuestras estructuras. La rehabilitación física puede y debe ir acompañada de la rehabilitación espiritual, hecha principalmente de gestos de proximidad, para luchar no solo contra el dolor físico, sino también contra el sufrimiento moral del abandono o del aislamiento.
Entre las características de vuestro servicio se encuentra la gratuidad, unida con la independencia de intereses o ideologías de parte. Gratuidad que se acompaña, sin embargo, con la profesionalidad y la continuidad. Es lo que se pide a vuestros miembros junto con otras virtudes: discreción, fidelidad, atención, intervención rápida y eficaz, capacidad de percibir incluso los problemas tácitos de los enfermos, humildad, seriedad, determinación, puntualidad, constancia y respeto por el paciente en todas sus necesidades. Os animo a continuar por este camino, convirtiéndoos cada vez más en testigos de solidaridad y caridad evangélica. Vuestra obra inapreciable es, de hecho, un factor peculiar de humanización: gracias a las muchas formas de servicio que vuestra asociación promueve y construye, hace que la sociedad sea más atenta a la dignidad del ser humano y a sus muchas expectativas.
A través de la actividad que desarrolláis, también podéis experimentar que, solo amando a los demás y entregándose a ellos, la persona se realiza plenamente. Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, nos comunica la razón profunda de esta experiencia humana. Manifestando el rostro de Dios que es amor (1Jn 4, 8), revela al hombre que la ley suprema de su ser es el amor. En la vida terrena Jesús hizo visible la ternura divina, vaciándose «de sí mismo asumiendo la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres» (Flp 2,7). Compartiendo hasta la muerte nuestra vida terrenal, Jesús nos enseñó a caminar en la caridad.
La caridad representa la forma más elocuente de testimonio evangélico porque, respondiendo a necesidades concretas, revela a los hombres el amor de Dios, providente y padre, siempre solícito con cada uno. Siguiendo esta enseñanza, tantos hombres y mujeres cristianos, a lo largo de los siglos, han escrito maravillosas páginas de amor al prójimo. Entre otros, pienso en los santos sacerdotes Giuseppe Cottolengo, Luigi Guanella y Luigi Orione: su caridad dejó una fuerte huella en la sociedad italiana. También en nuestros días, cuántas personas, comprometiéndose con el prójimo, han llegado a redescubrir la fe, porque en el enfermo han encontrado a Cristo, el Hijo de Dios. Él pide que lo sirvamos en los hermanos más débiles, habla al corazón de quien se pone a su servicio y nos hace experimentar la alegría del amor desinteresado, el amor que es la fuente de la verdadera felicidad.
Queridos hermanos y hermanas, la ayuda que se brinda es importante, pero lo es aún más el corazón con que se ofrece. Estáis llamados a ser una “escuela” de vida, especialmente para los jóvenes, contribuyendo a educarlos en una cultura de solidaridad y de acogida, abierta a las necesidades de las personas más frágiles. Y esto sucede a través de la gran lección del sufrimiento: una lección que proviene de las personas enfermas y que sufren y que ninguna otra cátedra puede impartir. El que sufre comprende mejor el valor del don divino de la vida, que hay que promover, defender y proteger desde la concepción hasta el ocaso natural.
A todos vosotros, responsables, socios y voluntarios, doy las gracias por vuestro compromiso. Y os animo a proseguir vuestro camino, con vuestros familiares, los amigos y todos los que están cerca de vosotros. Imitad a la Virgen María que, al ir deprisa para ayudar a su prima Isabel, se convirtió en mensajera de alegría y salvación (cf. Lc 1,39-45). Que ella os enseñe el estilo de la caridad humilde y concreta y os obtenga del Señor la gracia de reconocerlo en el sufrimiento. A vosotros, queridos enfermos aquí presentes, expreso mi afecto y mi cercanía. Os pido a todos que por favor recéis por mí, y os imparto de todo corazón la bendición apostólica.
Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 2 de junio de 2018.
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