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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN UN ENCUENTRO ORGANIZADO
POR LA FAMILIA DE LA PRECIOSÍSIMA SANGRE

Aula Pablo VI
Sábado, 30 de junio de 2018

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Queridos hermanos y hermanas:

En vísperas del mes de julio, en el que la piedad cristiana se dirige especialmente a la Sangre de Cristo, me alegra encontrar a las Sociedades de Vida Apostólica y a los Institutos religiosos masculinos y femeninos, con sus asociaciones respectivas de laicos, que se inspiran en la espiritualidad de la sangre de Jesús. Os saludo a todos con afecto y agradezco al padre Terenzio Pastore y a Sor Nicla Spezzati las palabras con las que introdujeron este encuentro promovido por la Unión Sanguis Christi.

Desde los comienzos del cristianismo, el misterio del amor a la Sangre de Cristo ha fascinado a muchas personas. También vuestros santos fundadores y fundadoras cultivaron esta devoción, colocándola en la base de vuestras Constituciones, porque entendieron a la luz de la fe que la Sangre de Cristo es fuente de salvación para el mundo. Dios ha elegido el signo de la sangre, porque ningún otro signo es tan elocuente para expresar el amor supremo de la vida entregada a los demás. Esta donación se repite en cada celebración eucarística, en la que se hace presente, junto con el Cuerpo de Cristo, su preciosa Sangre, Sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por todos para el perdón de los pecados (cf. Mt 26,27).

La meditación del sacrificio de Cristo nos lleva a hacer obras de misericordia, dando nuestra vida por Dios y por los hermanos sin ahorrarnos. La meditación del misterio de la sangre de Cristo derramada en la cruz por nuestra redención, nos empuja, en particular, hacia aquellos que podrían ser curados en su sufrimiento físico y moral, y, en cambio, se les deja languidecer en los márgenes de una sociedad del consumo y la indiferencia. En esta perspectiva resalta, en toda su importancia, vuestro servicio a la Iglesia y a la sociedad. Por mi parte, sugiero tres aspectos que pueden ayudaros en vuestra actividad y en vuestro testimonio: el coraje de la verdad; la atención a todos, especialmente a aquellos que están lejos; la capacidad de fascinar y comunicar.

El coraje de la verdad. Es importante ser personas valientes, construir comunidades valientes que no tengan miedo de tomar partido para afirmar los valores del Evangelio y la verdad sobre el mundo y el hombre. Se trata de hablar claro y de no volver la mirada hacia otra parte frente a los ataques al valor de la vida humana desde su concepción hasta su fin natural, frente a la dignidad de la persona humana, frente a los problemas sociales, frente a las diversas formas de pobreza. El testimonio de los discípulos de Jesús está llamado a tocar las vidas de las parroquias y de los barrios, a no dejar indiferentes sino a repercutir, transformando los corazones y las vidas de las personas.

El segundo aspecto es la atención a todos, especialmente a aquellos que están lejos. En vuestra misión, estáis llamados a llegar a todos, a que todos os entiendan, a ser “populares” usando un lenguaje a través del cual todos puedan entender el mensaje del Evangelio. Los destinatarios del amor y de la bondad de Jesús son todos: los que están cerca, pero sobre todo los que están lejos. Por lo tanto, necesitamos identificar las formas más adecuadas para poder acercarnos a una multiplicidad de personas en los hogares, en los entornos sociales y en la calle. Para hacerlo, tenéis ante vosotros el ejemplo de Jesús y de los discípulos que caminaban por los senderos de Palestina anunciando el Reino de Dios con tantos signos de curación que confirmaban la Palabra. Esforzaos por ser imagen de una Iglesia que camina por la calle, entre la gente, incluso arriesgándoos en primera persona, compartiendo las alegrías y las dificultades de cuantos encontráis.

El tercer aspecto que sugiero para vuestro testimonio es la capacidad de fascinar y comunicar. Está dirigida especialmente a la predicación, a la catequesis, a los itinerarios de profundización en la Palabra de Dios. Se trata de despertar una participación cada vez más grande para ofrecer y hacer saborear los contenidos de la fe cristiana, solicitando a una nueva vida en Cristo. El Evangelio y el Espíritu Santo suscitan palabras y gestos que hacen arder los corazones y los ayudan a abrirse a Dios y a los demás. Para este ministerio de la Palabra, podemos inspirarnos en la actitud con la que Jesús dialogaba con la gente para revelar su misterio a todos, para fascinar a la gente común con enseñanzas elevadas y exigentes. La fuerza de esta actitud se esconde «en esa mirada de Jesús hacia el pueblo, más allá de sus debilidades y caídas: “No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros el Reino” (Lc 12,32)» (Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, 141). Imitar el estilo con que Jesús predicó, nos ayuda a acercarnos a los demás, haciéndoles percibir la ternura de Dios. Creo que vivimos en un tiempo en que esto es necesario para llevar a cabo la revolución de la ternura.

Estas son tres características que pueden ser útiles para vuestro camino de fe y vuestro apostolado. Pero no olvidemos que la verdadera fuerza del testimonio cristiano proviene del Evangelio mismo. Y aquí es donde emerge la centralidad de la Sangre de Cristo y su espiritualidad. Se trata de fiarse sobre todo de la “sobreabundancia de amor” expresada en la Sangre del Señor, que han puesto de relieve los Padres de la Iglesia y los grandes santos y místicos de la historia cristiana, desde san Buenaventura a santa Catalina de Siena, hasta un santo especialmente querido por vosotros: San Gaspar del Búfalo. Este sacerdote romano, fundador de los Misioneros de la Preciosísima Sangre, se esforzó por mantener vivo el fervor de la fe en el pueblo cristiano recorriendo las regiones del centro de Italia. Con el ejemplo de su amor a Dios, de su humildad, de su caridad, supo llevar a todos los lugares la reconciliación y la paz, saliendo al encuentro de las necesidades materiales y espirituales de las personas más vulnerables, que vivían en los márgenes de la sociedad.

Queridos hermanos y hermanas, en Cristo se encuentra el principio seguro de nuestra existencia: Él es nuestra esperanza fundamental y definitiva. En el camino de vuestras comunidades, la prioridad vaya a la oración, a la escucha de la Palabra de Dios, a la contemplación y a la obediencia dócil a la voz del Espíritu Santo. Crezcan entre vosotros la comunión y la colaboración, condiciones indispensables para que el mandato apostólico recibido del Señor dé abundantes frutos espirituales para el beneficio de todo el pueblo de Dios.

Acompaño estos deseos con mi recuerdo en la oración por vosotros y vuestra misión, y mientras os pido que recéis por mí, os imparto de corazón la bendición apostólica.


Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 30 de junio de 2018.

 



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