DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LA FUNDACIÓN VATICANA "JOSEPH RATZINGER - BENEDICTO XVI"
CON OCASIÓN DE LA ENTREGA DEL “PREMIO RATZINGER”
Sala Clementina
Sábado, 17 de noviembre de 2018
Queridos hermanos y hermanas:
Me complace participar también este año en la ceremonia de entrega de premios a las personalidades eminentes que me ha presentado la Fundación Vaticana Joseph Ratzinger - Benedicto XVI a propuesta de su Comité Científico. Saludo a los dos ganadores del Premio: la profesora Marianne Schlosser y al arquitecto Mario Botta, así como a los miembros y amigos de la Fundación presentes aquí; y agradezco al cardenal Angelo Amato y al padre Federico Lombardi que han ilustrado el significado de este evento y el perfil de los ganadores del Premio.
Esta es una hermosa oportunidad para dirigir nuestro pensamiento afectuoso y agradecido al Papa Emérito Benedicto XVI. Como admiradores de su herencia cultural y espiritual, habéis recibido la misión de cultivarla y continuar haciéndola fructífera, con ese espíritu fuertemente eclesial que ha distinguido a Joseph Ratzinger desde los tiempos de su fecunda actividad teológica juvenil, cuando ya dio frutos preciosos en el Concilio Vaticano II, y luego de manera cada vez más decidida en las etapas sucesivas de su larga vida de servicio, como profesor, arzobispo, jefe de dicasterio y, finalmente, Pastor de la Iglesia universal. El suyo es un espíritu que mira con conciencia y con valor a los problemas de nuestro tiempo, y sabe cómo conseguir de la escucha de las Escrituras en la tradición viva de la Iglesia la sabiduría necesaria para entablar un diálogo constructivo con la cultura actual. En esta línea, os aliento a continuar estudiando sus escritos, pero también a enfrentar los nuevos temas sobre los cuales la fe está invitada a dialogar, como aquellos que han sido evocados por vosotros y que considero muy actuales, el cuidado de la creación como casa común y la defensa de la dignidad de la persona humana.
Pero hoy me gustaría expresar mi particular aprecio por las dos personalidades galardonadas con el Premio. Me complace mucho que el Premio a la investigación y la enseñanza de la teología se haya concedido a una mujer, la profesora Marianne Schlosser. No es la primera vez —porque la profesora Anne-Marie Pelletier ya lo ha recibido—, pero es muy importante que se reconozca cada vez más la contribución de las mujeres en el campo de la investigación teológica científica y de la enseñanza de la teología, considerados durante mucho tiempo territorios casi exclusivos del clero. Es necesario que esta contribución sea estimulada y encuentre un espacio más amplio, de manera coherente con la creciente presencia de mujeres en los diversos campos de responsabilidad de la Iglesia, en particular, y no solo en el campo cultural. Desde que Pablo VI proclamase doctoras de la Iglesia a Teresa de Ávila y Catalina de Siena, no se puede permitir duda alguna de que las mujeres puedan alcanzar las cimas más altas en la inteligencia de la fe. Juan Pablo II y Benedicto XVI también lo confirmaron incluyendo en la serie de doctoras los nombres de otras mujeres, Santa Teresa de Lisieux y Hildegarda de Bingen.
Además de la teología, desde el año pasado, los Premios Ratzinger se han otorgado oportunamente también en el campo de las artes de inspiración cristiana. Me congratulo así con el arquitecto Mario Botta. A lo largo de la historia de la Iglesia, los edificios sagrados han sido un llamado concreto a Dios y a las dimensiones del espíritu dondequiera que la proclamación cristiana se haya difundido por todo el mundo; han expresado la fe de la comunidad de creyentes, la han acogido contribuyendo a dar forma e inspiración a su oración. El esfuerzo del arquitecto, creador del espacio sagrado en la ciudad de los hombres, tiene, por lo tanto, un enorme valor, y debe ser reconocido y alentado por la Iglesia, especialmente cuando existe el riesgo del olvido de la dimensión espiritual y de la deshumanización de los espacios urbanos.
En el horizonte y en el contexto de los grandes problemas de nuestro tiempo, la teología y el arte deben seguir siendo animadas y elevadas por la potencia del Espíritu, fuente de fortaleza, alegría y esperanza. Permitidme así concluir recordando las palabras con las que nuestro Papa Emérito nos invitaba a la esperanza recordando la elevación espiritual de un gran teólogo y santo especialmente querido por él y bien conocido por nuestra galardonada profesora Schlosser. Con motivo de su visita a Bagnoregio, patria de San Buenaventura, Benedicto XVI se expresaba así: “ Una bella imagen de la esperanza la encontramos en una de sus predicaciones de Adviento, donde compara el movimiento de la esperanza con el vuelo del ave, que despliega sus alas lo más ampliamente posible y para moverlas emplea todas sus fuerzas. En cierto sentido toda ella se hace movimiento para elevarse y volar. Esperar es volar, dice san Buenaventura. Pero la esperanza exige que todos nuestros miembros se pongan en movimiento y se proyecten hacia la verdadera altura de nuestro ser, hacia las promesas de Dios. Quien espera —afirma— "debe levantar la cabeza, dirigiendo a lo alto sus pensamientos, a la altura de nuestra existencia, o sea, hacia Dios" (Sermo XVI, Dominica I Adv., Opera omnia, IX, 40a).)" (Discurso en Bagnoregio, 6 de septiembre de 2009).
Doy las gracias a los teólogos y los arquitectos que nos ayudan a levantar la cabeza y dirigir nuestros pensamientos hacia Dios. Felicitaciones a todos por vuestro noble trabajo, para que esté siempre orientado hacia este fin.
Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 17 de noviembre de 2018.
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