AUDIENCIA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN EL CAPÍTULO GENERAL
DE LA ORDEN DE LOS FRAILES MENORES CAPUCHINOS
Sala Clementina
Viernes, 14 de septiembre de 2018
Discurso improvisado por el Santo Padre
Discurso entregado por el Santo Padre
DISCURSO IMPROVISADO POR EL SANTO PADRE
Aquí hay un discurso preparado, pero es demasiado formal para compartir con vosotros, los capuchinos; será entregado al Padre General... Aquí está, este es el oficial. Pero prefiero hablar con vosotros así, con el corazón. [Dirigiéndose al recién elegido Ministro general, fr. Roberto Genuin] Te deseo lo mejor: eres el cuarto General que conozco. Antes conocí a Flavio Carraro, con quien fuimos compañeros en el Sínodo del 94; luego, a John Corriveau, que robó un buen capuchino a Argentina para ser consejero, pero luego me vengué y lo nombraron obispo [risas]. Luego Mauro [Jöri], que, como buen suizo, llevó las cosas con sentido común —sentido común—, con sentido de concreción, de realidad; y, como todos aquellos que pueden hablar idiomas pero también dialecto, es uno que entra en los detalles de la vida. Y ahora tú, el cuarto. Os deseo lo mejor [a él y a los nuevos consejeros].
Esta mañana pensaba en vosotros. Hay una palabra que dijiste en tu discurso: En primer lugar, los capuchinos son “los frailes del pueblo”: es una característica vuestra. La cercanía a la gente. Estar cerca del pueblo de Dios, cerca. Y la cercanía nos da esa ciencia de la concreción, esa sabiduría; es más que ciencia: es una sabiduría. Cercanía a todos, pero especialmente a los más pequeños, a los más descartados, a los más desesperados. Y también a aquellos que se han alejado. Pienso en Fra Cristóforo [de “Los Novios”], en “vuestro” Fra Cristóforo. Cercanía: me gustaría que esta palabra permaneciera en vosotros como un programa. Cercanía a la gente. Porque la gente tiene un gran respeto por el hábito franciscano. Una vez, el cardenal Quarracino me dijo que en Argentina a veces algún “come curas” le soltaba una palabrota a un sacerdote, pero nunca, nunca se ha insultado un hábito franciscano, porque es una gracia. Y vosotros, los capuchinos tenéis esta cercanía: mantenedla. Siempre cerca del pueblo. Porque sois los frailes del pueblo.
Recientemente, en Irlanda [en Dublín], he visto vuestra labor con los más descartados y me emocioné. Y una hermosa palabra que dijo el Superior de esa casa, el fundador anciano, fue: “Nosotros, aquí, no preguntamos de dónde vienes, ni quién eres: eres hijo de Dios”. Esta es una de las características. Entender, “por instinto”, a las personas, sin condiciones. Tú entra, luego veremos. Es vuestro carisma, la cercanía, conservadlo.
Luego, otra cosa típica de los Capuchinos: sois hombres capaces de resolver conflictos, de hacer las paces, con esa sabiduría que proviene de la proximidad; y sobre todo hacer la paz en las conciencias. Ese “aquí no se pregunta, aquí se escucha”, dicho por aquel capuchino irlandés, lo practicáis tanto en el sacramento de la Confesión y de la Penitencia. Vosotros sois hombres de reconciliación. Recuerdo vuestra iglesia en Buenos Aires: tanta gente de toda la ciudad, iba allí a confesarse. Porque te escuchan, te sonríen, no te preguntan esto y lo otro y te perdonan. Y esto no significa ser “de manga ancha”, no; esta es la sabiduría de la reconciliación. Mantened el apostolado de las confesiones, del perdón: es una de las cosas más bellas que tenéis, reconciliar a la gente. Tanto en el sacramento como en las familias: reconciliar, reconciliar. Y se necesita paciencia para esto, no palabras, pocas palabras, sino cercanía y paciencia.
Y luego, otra cosa que he visto en vuestra vida: la oración simple. Vosotros sois hombres de oración, pero simple. Una oración cara a cara con el Señor, con Nuestra Señora, con los santos... Mantened esta simplicidad en oración. Rezad mucho, pero con esta simplicidad. Hombres de paz, de oración simple, hombres del pueblo, hombres de reconciliación. Así quiere la Iglesia que seáis: mantenedlo. Y con esa libertad y simplicidad propias de vuestro carisma.
Os doy las gracias por todo lo que hacéis por la Iglesia, os lo agradezco mucho. Seguid así, seguid así, “a la capuchina” ... [risas] ¡Gracias!
¡Queridos frailes menores capuchinos!
Me siento grato por este encuentro, que me permite saludaros personalmente con motivo de vuestro Capítulo General. Doy las gracias al nuevo Ministro general, fray Roberto Genuin, expresándole mis mejores deseos de buen trabajo así como a su Consejo. En estos días de estudio e intercambio fraterno, habéis dedicado vuestra atención al tema «Aprended de mí... y encontraréis» (Mt 11,29), para identificar las perspectivas apostólicas y educativas que ofrecer a vuestros hermanos en todo el mundo. En efecto, además de la elección del nuevo gobierno de vuestra Fraternidad, habéis dedicado un espacio considerable a la Ratio Formationis Ordinis, documento importante para conducir a la persona consagrado al corazón del Evangelio, que es la forma de vida de Jesús, totalmente dedicada a Dios y al prójimo, especialmente a los últimos y a los marginados.
Siguiendo los pasos del Divino Maestro y el ejemplo de San Francisco, que encontrando a los leprosos aprendió la humildad y el servicio, os esforzáis por vivir las relaciones y la actividad religiosa en la gratuidad, la humildad y la mansedumbre. Así, podéis realizar con gestos concretos y cotidianos la “menoría” que caracteriza a los seguidores de Francisco. Es un don precioso y de gran necesidad para la Iglesia y para la humanidad de nuestro tiempo. Así actúa el Señor: hace las cosas simplemente. La humildad y la simplicidad son el estilo de Dios; y este es el estilo que todos los cristianos estamos llamados a asumir en nuestra vida y en nuestra misión. La verdadera grandeza es hacerse pequeños y servidores.
Con esta menoría en el corazón y en el estilo de vida, dais vuestra aportación al gran compromiso de la Iglesia con la evangelización. Lo hacéis mediante la generosidad del apostolado en contacto directo con diferentes pueblos y culturas, especialmente con tantas personas pobres y que sufren. Os animo en este esfuerzo, que en el Capítulo general habéis compartido a nivel internacional, exhortándoos a no desanimaros ante las dificultades, entre ellas la disminución del número de frailes en ciertas zonas, sino a renovar cada día la confianza y la esperanza en ayuda de la gracia de Dios. La alegría del Evangelio, que fascinó irresistiblemente al Pobrecillo de Asís, sea la fuente de vuestra fuerza y de vuestra constancia porque con la referencia a la Palabra de Jesús todo aparece con una nueva luz, la del amor providencial de Dios. Cada vez que acudimos a la fuente para recuperar la frescura original del Evangelio, surgen nuevos caminos, nuevos enfoques pastorales y métodos creativos que se adhieren a las circunstancias actuales.
Nuestro tiempo muestra signos de un evidente malestar espiritual y moral, debido a la pérdida de las referencias seguras y consoladoras de la fe. ¡Cuánta necesidad tienen hoy las personas de ser acogidas, escuchadas, iluminadas con amor! ¡Y qué gran tradición tenéis vosotros, los Capuchinos en la proximidad de todos los días a la gente, en compartir los problemas concretos, en la conversación espiritual y en la administración del Sacramento de la Reconciliación! No dejéis de ser maestros de oración, de cultivar la robusta espiritualidad, que comunica a todos el llamado de las “cosas de allá arriba”.
En esto, seréis más convincente si también vuestras comunidades y estructuras manifiestan sobriedad y frugalidad, una señal visible de esa primacía de Dios y de su Espíritu de la cual las personas consagradas se comprometen a dar un testimonio límpido. En esta perspectiva, también la gestión transparente y profesional de los recursos económicos es imagen de una verdadera familia que camina en corresponsabilidad y solidaridad entre sus miembros y con los pobres. Otro aspecto importante de la vida de vuestras comunidades es la unidad y la comunión, que se realizan dedicando un amplio espacio a la escucha y el diálogo para fortalecer el discernimiento fraterno.
La historia de vuestra Orden está repleta de testigos valientes de Cristo y del Evangelio, muchos de los cuales proclamados santos y beatos. Su santidad confirma la fecundidad de vuestro carisma y demuestra las señas de vuestra identidad: la consagración total a Dios hasta el martirio, cuando es requerido, la vida sencilla entre la gente, la sensibilidad hacia los pobres, el acompañamiento espiritual como cercanía y humildad que nos permite acoger a todos. En el surco de este estilo de vida, caminad animados por un renovado celo para adentraros, con libertad profética y sabio discernimiento, por caminos apostólicos valientes y fronteras misioneras, cultivando siempre la colaboración con los obispos y los otros miembros de la comunidad eclesial.
Vuestra identidad carismática, enriquecida por la variedad cultural de vuestra familia religiosa, es más que nunca válida y constituye una propuesta atractiva para muchos jóvenes del mundo que buscan autenticidad y esencialidad. Que la fraternidad brille como un elemento calificativo de vuestra vida consagrada, alejando de vosotros toda actitud elitista, estimulándoos a buscar siempre el encuentro entre vosotros y con todos, especialmente con los muchos sedientos del amor misericordioso que solo Cristo puede ofrecernos.
¡Que el Señor os colme con sus gracias y, en el espíritu de San Francisco, proceded alegres y seguros, siempre conscientemente agradecidos de pertenecer al santo Pueblo fiel de Dios, y de servirlo con humildad! ¡Qué os acompañe la bendición apostólica que os imparto de todo corazón a vosotros, Padres Capitulares, y a toda vuestra Orden! Y por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Gracias!
Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 14 de septiembre de 2018.
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