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VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD EL PAPA FRANCISCO
A LITUANIA, LETONIA Y ESTONIA

[22-25 DE SEPTIEMBRE DE 2018]

ENCUENTRO CON LAS AUTORIDADES,  LA SOCIEDAD CIVIL Y EL CUERPO DIPLOMÁTICO

DISCURSO DEL SANTO PADRE

Jardín de las Rosas del Palacio Presidencial de Tallin, Estonia
Martes, 25 de septiembre de 2018

[Multimedia]


 

Señora Presidenta,
Miembros del Gobierno y autoridades,
Distinguidos Miembros del Cuerpo Diplomático,
Excelencias, señoras y señores:

Estoy muy contento de encontrarme entre vosotros, aquí en Tallin, la capital más septentrional que el Señor me ha regalado visitar. Le agradezco señora Presidenta sus palabras de bienvenida, así como la oportunidad de encontrarme con los representantes del pueblo de Estonia. Sé que entre vosotros hay también una delegación de los sectores de la sociedad civil y del mundo de la cultura, lo que me permite expresaros mi intención de conocer un poco más vuestra cultura, especialmente esa capacidad de resiliencia que os ha permitido recomenzar frente a tantas situaciones de adversidad.

Desde hace siglos, esta tierra es llamada “Tierra de María”, Maarjamaa. Un nombre que no pertenece solamente a vuestra historia, sino que es parte de vuestra cultura. Pensar en María, me evoca dos palabras: memoria y fecundidad. Ella es la mujer de la memoria, que guarda todo lo que vive, como un tesoro en su corazón (cf. Lc 2,19) y es la madre fecunda que engendra la vida de su hijo. De ahí que me gustaría pensar en Estonia como tierra de memoria y de fecundidad.

Tierra de memoria

Vuestro pueblo debió soportar en diversos períodos de la historia momentos duros de sufrimientos y tribulaciones. Luchas por la libertad y la independencia que siempre se veían cuestionadas o amenazadas. Sin embargo, en los últimos poco más de 25 años —en los que habéis reingresado con título pleno en la familia de las naciones— la sociedad de Estonia ha dado “pasos de gigante” y vuestro país, aun siendo pequeño, se encuentra en primera línea en el índice de desarrollo humano, en su capacidad de innovación, además de demostrar un alto nivel en lo relativo a la libertad de prensa, democracia y libertad política. También habéis estrechado vínculos de cooperación y amistad con varios países. Mirando vuestro pasado y vuestro presente, encontramos razones para mirar el futuro con esperanza frente a los nuevos desafíos que se os presentan. Ser tierra de la memoria es animarse a recordar que el lugar que habéis alcanzado hoy día es gracias al esfuerzo, al trabajo, al espíritu y a la fe de vuestros mayores. Cultivar la memoria agradecida permite identificar todos los logros de los que hoy gozáis con una historia de hombres y mujeres que lucharon para que esta libertad fuera posible, y que a su vez os desafía a rendirles homenaje abriendo caminos para los que vendrán después.

Tierra de fecundidad

Como lo señalé al inicio de mi ministerio como obispo de Roma, «la humanidad vive en este momento un giro histórico, que podemos ver en los adelantos que se producen en diversos campos. Son de alabar los avances que contribuyen al bienestar de la gente» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 52); sin embargo, es necesario recordar con insistencia que el bienestar y el vivir bien no siempre son sinónimos.

Una de las consecuencias que podemos observar en nuestras sociedades tecnocráticas es la pérdida del sentido de la vida, de la alegría de vivir y, por tanto, un apagarse lento y silencioso de la capacidad de asombro, lo cual sumerge muchas veces a los ciudadanos en un cansancio existencial. La conciencia de pertenecer y de luchar por otros, de estar enraizados en un pueblo, en una cultura, en una familia poco a poco se puede perder privando, especialmente a los más jóvenes, de raíces desde donde construir su presente y su futuro, ya que se les priva de la capacidad de soñar, de arriesgar, de crear. Poner toda la confianza en el progreso tecnológico como única vía posible de desarrollo puede provocar que se pierda la capacidad de crear vínculos interpersonales, intergeneracionales, interculturales. En definitiva, ese tejido vital tan importante para sentirnos parte los unos de los otros y partícipes de un proyecto común en el sentido más amplio de la palabra. De ahí que una de las responsabilidades más importantes que tenemos todos aquellos que asumimos una responsabilidad social, política, educativa, religiosa radica precisamente en cómo nos convertimos en artesanos de vínculos.

Una tierra fecunda reclama escenarios desde los cuales arraigar y crear una red vital que sea capaz de hacer que los miembros de sus comunidades se sientan “en casa”. No existe peor alienación que experimentar que no se tienen raíces, que no se pertenece a nadie. Una tierra será fecunda, un pueblo dará fruto, y podrá engendrar el día de mañana solo en la medida que genere relaciones de pertenencia entre sus miembros, que cree lazos de integración entre las generaciones y las distintas comunidades que la conforman; y también en la medida que rompa los círculos que aturden los sentidos alejándonos cada vez más los unos de los otros. En este esfuerzo, queridos amigos, quiero aseguraros que contáis siempre con el apoyo y la ayuda de la Iglesia católica, pequeña comunidad entre vosotros, pero con muchas ganas de contribuir a la fecundidad de esta tierra.

Señora Presidenta, señoras y señores: Os agradezco de nuevo la bienvenida y la hospitalidad. El Señor os bendiga a vosotros y al querido pueblo estonio. De manera especial, bendiga a los ancianos y a los jóvenes para que, preservando la memoria y haciéndose cargo de ella, hagan de esta tierra un modelo de fecundidad.

Gracias.

 



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