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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS MIEMBROS DE ASOCIACIONES, CONGREGACIONES
Y MOVIMIENTOS DEDICADOS A LA MISERICORDIA EN FRANCIA

Sala del Consistorio
Viernes, 13 de diciembre de 2019

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Queridos hermanos y hermanas:

Os doy las gracias por esta visita, con ocasión de vuestra peregrinación a Roma como representantes de asociaciones, congregaciones y movimientos dedicados a la misericordia divina. Agradezco al cardenal Barbarin las palabras con la que ha introducido nuestro encuentro. Lo que os une es el deseo de dar a conocer al mundo la alegría de la misericordia a través de la diversidad de vuestros carismas: con las personas en situación precaria, con los migrantes, los enfermos, los presos, las personas con discapacidad, las familias heridas. Esta diversidad que representáis es muy hermosa: expresa bien el hecho de que no hay pobreza humana que Dios no quiera alcanzar, tocar y ayudar. «La Iglesia tiene la misión de anunciar la misericordia de Dios, corazón palpitante del Evangelio, que por su medio debe alcanzar la mente y el corazón de toda persona» (Bula Misericordiae Vultus, 12).

La misericordia es, en efecto, el acto último y supremo con el que Dios sale a nuestro encuentro y que abre nuestro corazón a la esperanza de ser amados para siempre, sea cual sea nuestra pobreza, sea cual sea nuestro pecado. El amor de Dios por nosotros no es una palabra abstracta. Se ha hecho visible y tangible en Jesucristo. Por eso «es sobre esta misma amplitud de onda que se debe orientar el amor misericordioso de los cristianos. Como ama el Padre, así aman los hijos. Como Él es misericordioso, así estamos nosotros llamados a ser misericordiosos los unos con los otros» (ibid., 9).

En la bula de convocatoria del Jubileo de la Misericordia, Misericordiae vultus, manifestaba el deseo de que en la perspectiva de la nueva evangelización que tanto necesita el mundo, «el tema de la misericordia» fuera «propuesto una vez más con nuevo entusiasmo y con una renovada acción pastoral. Es determinante para la Iglesia y para la credibilidad de su anuncio que ella viva y testimonie en primera persona la misericordia. Su lenguaje y sus gestos deben transmitir misericordia para penetrar en el corazón de las personas y motivarlas a reencontrar el camino de vuelta al Padre» (ibid., 12).

Veo, y me alegro de ello, que son muchos en la Iglesia en Francia los que, con el apoyo y el aliento de sus pastores, escuchan esta llamada. Y es hermoso que lo hagáis juntos, que halléis, juntos, formas de encontraros para rezar y poner en común, para compartir vuestras dificultades y experiencias, pero sobre todo las alegrías y los agradecimientos, porque hay una verdadera alegría en proclamar la misericordia del Señor, de Aquel que se arrodilló ante sus discípulos para lavarles los pies y dijo: “Seréis dichosos si hacéis esto” (cf. Jn 13,17) (cf. Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 24). Os deseo que encontréis la manera de dar testimonio a vuestro alrededor de esta alegría de evangelizar anunciando la misericordia de Dios, para transmitir esa pasión a los demás y difundir en el mundo la cultura de la misericordia que necesita urgentemente.

Y para que podáis hacerlo os invito a estar siempre muy atentos a mantener viva, en primer lugar en lo más profundo de vuestro corazón, esta misericordia de la que sois testigos. Que el cumplimiento, a veces muy exigente y fatigoso, de vuestras actividades caritativas no sofoque nunca el hálito de ternura y compasión que debe animarlas, ni la mirada que lo expresa. No una mirada que surge desde arriba con condescendencia, sino una mirada de hermano y hermana, que levanta. Esto es lo primero que las personas ayudadas deben encontrar en vosotros, porque necesitan ante todo sentirse comprendidas, apreciadas, respetadas y amadas. Y luego, algo más, que no está escrito pero que os traducirá el cardenal. Solo hay una forma lícita de mirar a una persona desde arriba, una sola: para ayudarla a levantarse. Si no es así, no se puede nunca mirar a una persona desde arriba. Solamente como lo hacéis vosotros: para ayudarla a levantarse.

Por otra parte, creo que sólo se pueda ser auténticos apóstoles de la misericordia si se es profundamente consciente de haber sido objeto de misericordia por parte del Padre, y también, con humildad, de seguir siendo objeto de misericordia mientras la ejercemos. San Juan Pablo II escribía: «Debemos purificar también continuamente todas nuestras acciones y todas nuestras intenciones, allí donde la misericordia es entendida y practicada de manera unilateral [...]. Sólo entonces, en efecto, es realmente un acto de amor misericordioso: cuando, practicándola, nos convencemos profundamente de que al mismo tiempo la experimentamos por parte de quienes la aceptan de nosotros. Si falta esta bilateralidad, esta reciprocidad, entonces nuestras acciones no son aún auténticos actos de misericordia» (Enc. Dives in Misericordia, 14).

En este tiempo de preparación para la Navidad, os propongo que contempléis el pesebre, que «es una invitación a “sentir”, a “tocar” la pobreza que el Hijo de Dios eligió para sí mismo en su encarnación. Y así, es implícitamente una llamada a seguirlo en el camino de la humildad, de la pobreza, del despojo, que desde la gruta de Belén conduce hasta la Cruz. Es una llamada a encontrarlo y servirlo con misericordia en los hermanos y hermanas más necesitados (cf. Mt 25, 31-46)» (Carta apostólica Admirabile signum, 3), y espero que vuestra dedicación se fortalezca y renueve.

Os agradezco una vez más esta visita y os deseo a vosotros, a vuestras familias y comunidades unas alegres fiestas navideñas. Y por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Gracias.


Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 13 de diciembre de 2019.



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