DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN EL CAPÍTULO GENERAL DE
LA ORDEN HOSPITALARIA DE SAN JUAN DE DIOS
Sala Clementina
Viernes, 1 de febrero de 2019
Queridos hermanos:
Con gozo los recibo en este momento en que celebran el 69 Capítulo general de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios. Deseo agradecerles lo que son y lo que hacen en las distintas expresiones de su carisma. Agradezco al Superior General por las palabras con que introdujo nuestro encuentro. Y quisiera invitarlos a centrar nuestra atención en tres temas: discernimiento, cercanía-hospitalidad y misión compartida.
Discernimiento. Se trata de una actitud fundamental en la vida de la Iglesia y en la vida consagrada. Hacer memoria agradecida del pasado –como nos invita a hacer la Palabra de Dios en la Liturgia de hoy–, vivir el presente con pasión y abrazar el futuro con esperanza –los tres objetivos señalados para el Año de la Vida Consagrada– sería imposible sin un adecuado discernimiento. Mirando al pasado, el discernimiento lleva a la purificación de nuestra historia y de nuestro carisma, a separar el grano de la paja, a fijar nuestra atención en lo que es importante. Mirando al pasado, llegamos también al encuentro con el primer amor. Mirando al presente, el discernimiento impulsa a vivir el momento actual con la pasión que debe caracterizar la vida consagrada, ahuyenta la rutina y la mediocridad, y transforma la pasión por Cristo en compasión que sale al paso de los dolores y necesidades de la humanidad. Mirando al futuro, el discernimiento les permitirá seguir haciendo fecundo el carisma de la hospitalidad y del cuidado, enfrentando los nuevos desafíos que se les presentan. El discernimiento radica en una dimensión histórica.
Deseo que este Capítulo quede en el corazón y en la memoria de su Congregación como una experiencia de diálogo y de discernimiento, en la escucha del Espíritu y de los hermanos y colaboradores, sin ceder a la tentación de la autorreferencialidad, que los llevaría a cerrarse en ustedes mismos. Por favor, no hagan de la Orden Hospitalaria un ejército cerrado, un coto cerrado. Dialoguen, debatan y proyecten juntos, desde sus raíces, el presente y el futuro de su vida y misión, escuchando siempre la voz de tantos enfermos y personas que los necesitan, como lo hizo san Juan de Dios: un hombre apasionado por Dios y compadecido del enfermo y del pobre.
Segunda actitud: Cercanía-hospitalidad. Pasión y compasión son energías del Espíritu que darán sentido a su misión hospitalaria, que animarán su espiritualidad y darán calidad a su vida fraterna en comunidad. En un consagrado, y en todo bautizado, no puede haber verdadera compasión por los demás si no hay pasión de amor por Jesús. La pasión por Cristo nos lanza a la profecía de la compasión. Que resuene en ustedes la causa de lo humano como causa de Dios. Y así, sintiéndose una familia, podrán ponerse en todo momento al servicio del mundo herido y enfermo.
En medio de tantos signos de muerte, piensen en la figura evangélica del samaritano (cf. Lc 10,15-37). No parece tener muchos recursos, no pertenece a ningún centro de poder que lo respalde, no tiene más que su alforja, pero tiene la mirada atenta y allá, en lo más profundo de su ser, su corazón ha vibrado al ritmo de otro. La urgencia de tender la mano al que lo necesita le lleva a posponer sus proyectos y a interrumpir su camino. La inquietud por la vida amenazada del otro hace que emerja lo mejor de su humanidad, derramando con ternura aceite y vino sobre las heridas de ese hombre medio muerto.
En este gesto de pura alteridad y de gran humanidad se encierra el secreto de vuestra identidad hospitalaria. Al dejarse afectar por el otro, y en el gesto del samaritano de derramar aceite y vino sobre las heridas del caído en manos de los bandidos descubrirán la marca de vuestra propia identidad. Una marca que los llevará a mantener viva en el tiempo la presencia misericordiosa de Jesús que se identifica con los pobres, los enfermos y necesitados, y se dedica a su servicio. De este modo pueden llevar a cabo su misión de anunciar y realizar el Reino entre los pobres y enfermos. Con su testimonio y sus obras apostólicas aseguran asistencia a los enfermos y necesitados, con preferencia por los más pobres (cfr. Constituciones generales, art. 5), y promueven la pastoral de la salud.
El samaritano cuidó del herido. El verbo “cuidar” tiene dimensión humana y espiritual. Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos su carne en la carne de los que sufren en el cuerpo o en el espíritu. Tocar, para dejarnos tocar. ¡Nos haría tanto bien! Y entonces sus vidas se transformarán en icono de las entrañas de misericordia de Dios, configurándose finalmente con Cristo compasivo y misericordioso, que pasó por el mundo haciendo el bien a todos (cf. Hch 10,38) y curando toda clase de enfermedades y dolencias (cf. Mt 4,23).
En este contexto les pido un sereno discernimiento sobre las estructuras. Sus estructuras han de ser “posadas” –como la de la parábola del Samaritano– al servicio de la vida, espacios en los que particularmente los enfermos y los pobres se sientan acogidos. Y les hará bien preguntarse una y otra vez cómo mantener la memoria de esas estructuras que nacieron como expresión de su carisma, para que permanezcan siempre al servicio de esa ternura y cuidado que debemos a las víctimas del descarte de la sociedad. Les pido que creen redes “samaritanas” en favor de los más débiles, con atención particular a los enfermos pobres, y que sus casas sean siempre comunidades abiertas y acogedoras para globalizar una solidaridad compasiva.
Tercera palabra: Misión compartida. Esto es una verdadera urgencia, y no solo porque se atraviesan momentos de escasez de vocaciones, sino porque nuestros carismas son dones para toda la Iglesia y para el mundo. Más allá del número y de la edad, el Espíritu suscita siempre una renovada fecundidad que pasa por un adecuado discernimiento e incrementa la formación conjunta, de tal forma que religiosos y laicos tengan un corazón misionero que salta de gozo al experimentar la salvación de Cristo, y la comparte como consuelo y compasión, corriendo el riesgo de ensuciarse en el lodo del camino (cf. Evangelii gaudium, 45).
Os animo a cuidar su propia formación, y a no dejar de formar a los laicos en el carisma, la espiritualidad y la misión de la hospitalidad cristiana, para que también ellos tengan un cálido sentido de pertenencia y en sus obras nunca falte el testimonio de la espiritualidad que alimentó la vida de san Juan de Dios.
Queridos hermanos: Lleven la compasión y misericordia de Jesús a los enfermos y a los más necesitados. Salgan de ustedes mismos, de sus limitaciones, de sus problemas y dificultades, para unirse a los demás en una caravana de solidaridad. Que sus jóvenes profeticen y sus ancianos no dejen de soñar (cf. Jl 3,1). Los acompaño con mi bendición; y, por favor, no se olviden de rezar por mí. Gracias.
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