DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LA ASOCIACIÓN ITALIANA CONTRA LAS LEUCEMIAS-LINFOMAS Y MIELOMA (AIL)
Aula Pablo VI
Sábado, 2 de marzo de 2019
Queridos hermanos y hermanas, buenos días:
Me complace encontraros con motivo del 50° aniversario de la fundación de la Asociación Italiana contra la Leucemia-Linfomas y Mieloma (AIL). Os saludo a todos con afecto; en particular, saludo a los enfermos aquí reunidos, con un pensamiento especial para aquellos que no han podido estar presentes. Doy las gracias a vuestro presidente, el profesor Sergio Amadori, por sus palabras, así como a los médicos, al personal sanitario, a los que se dedican a la investigación, a los voluntarios y a los que comparten los objetivos de vuestra benemérita asociación.
En la liturgia de hoy, la Iglesia nos invita a leer en el libro de Sirácida (cf. 17, 1-13) los grandes dones que el Señor ha dado a los hombres. Después de haberlos creado, «de saber e inteligencia los llenó, les enseñó el bien y el mal» (v. 7), y «aún les añadió el saber, la ley de vida dioles en herencia» (v. 11). La ciencia, como ya he recordado, «es un medio poderoso para comprender mejor tanto la naturaleza que nos rodea como la salud humana. Nuestro conocimiento avanza y con él aumentan los medios y tecnologías más sofisticadas que permiten no solo mirar la estructura más recóndita de los organismos vivos, incluidos los seres humanos, sino también intervenir en ellos de una manera tan profunda y precisa que pueda permitir incluso la modificación de nuestro propio ADN» (Discurso a la IV Conferencia Internacional promovida por el Consejo Pontificio para la Cultura sobre medicina regenerativa, 28 de abril de 2018).
La Iglesia elogia y alienta todos los esfuerzos de investigación y aplicación encaminados al cuidado de las personas que sufren. Por lo tanto, me complace expresar mi aprecio por lo que vuestra asociación ha hecho en estas décadas. Mediante su valiosa actividad se ha convertido en una presencia importante en el territorio nacional, poniéndose al servicio de los enfermos y colaborando con los diversos centros especializados. Vuestras principales líneas de acción son muy eficaces en la investigación científica, la atención sanitaria y la formación del personal. En particular, en estos tres ámbitos cumple los roles a los que está llamado el hombre mismo.
Con lainvestigación científica, indagáis la dimensión biológica del hombre, para poderlo aliviar de la enfermedad, con acciones dirigidas a la prevención y con terapias cada vez más eficaces. Con la asistencia sanitaria os acercáis a los que sufren, para acompañarlos en el tiempo del sufrimiento, para que nadie se sienta solo o tenga la sensación de ser ya un “descarte” con respecto al contexto social. Finalmente, con el cuidado y la formación del personal calificáis vuestra acción para promover el cuidado general de la persona enferma, de modo que se instaure esa alianza terapéutica necesaria para el paciente y para los operadores sanitarios, también llamados a vivir todos los días la experiencia del sufrimiento.
En estas tareas, estáis acompañado por el extraordinario testimonio de un voluntariado generoso, de tantos hombres y mujeres que ofrecen su tiempo para permanecer cerca de los enfermos. Me gustaría deciros algo. Una de las cosas que más me emocionó cuando llegué, hace seis años, a Roma, fue el voluntariado italiano. ¡Es grandioso! Tenéis tres grandes cosas, que conllevan una organización entre vosotros: el voluntariado –que es muy importante–, el cooperativismo, que es otra de vuestras capacidades, la de hacer cooperativas para salir adelante, y los oratorios de las parroquias. Tres grandes cosas. Gracias por ellas. Como María, que se quedó al pie de la cruz de Jesús, ellos también, los voluntarios, “están” cerca del lecho de los que sufren y efectúan ese acompañamiento que da tanto consuelo: es una presencia de ternura y confortación, que cumple el mandamiento al amor recíproco y fraternal que Jesús nos dio (cf. Mc 12, 31). Esta actitud de proximidad afectuosa es muy necesaria en relación con el paciente hematológico, cuya situación es compleja debido a la percepción misma de la enfermedad, en su especificidad. Cercanía, proximidad, como María a los pies de la Cruz. Y hay tantas historias, tantas historias de cruz entre vosotros. Quisiera nombrar una solamente: permitidme recordar aquí hoy –una entre tantas– a Marilena y Silvano Bellato, como ejemplo. Han sufrido dos grandes “bastonazos” en la vida con la muerte de sus hijos Fabio y Sara. Han tenido el coraje de quedarse de pie con el sufrimiento, como María al pie de la cruz. Y desde ese dolor han conseguido salir adelante pensando en la “resurrección” de tantos niños con la fundación de la Sección provincial [de AIL]. Muchas gracias a ellos y a tantos que son como ellos. Gracias
A veces la estancia prolongada en departamentos de aislamiento resulta ser muy dura de soportar; la persona experimenta en su propia carne la impresión de sentirse separada del mundo, de las relaciones, de la vida cotidiana. La misma andadura de la enfermedad y de las terapias la obligan a cuestionar su propio futuro. Quiero asegurar a todos los enfermos que viven esta experiencia que no están solos: el Señor, que ha pasado por la dura experiencia del dolor y de la cruz, está allí junto a ellos. La presencia de muchas personas que comparten estos momentos difíciles con ellos es un signo tangible de la presencia y del consuelo de Jesús y de su madre, la Virgen María, Madre de todos los enfermos.
Pienso, en particular, en aquellos que expresan la sintonía de la Iglesia con los que sufren de estas patologías: los capellanes, los diáconos, los ministros extraordinarios de la comunión. A través de su testimonio espiritual y fraternal, es la comunidad entera de creyentes la que asiste y consuela, convirtiéndose en una comunidad sanadora que concretiza el deseo de Jesús de que todos sean una sola carne, una sola persona, comenzando por los más débiles y vulnerables.
El papel de los médicos, enfermeros, biólogos, técnicos de laboratorio es cada vez más crucial, no solo en términos de profesionalismo y capacitación científica, sino también en el campo espiritual, donde están llamados a atender a las personas en su totalidad de cuerpo y espíritu. La cura no es de la enfermedad, de un órgano o de las células, la cura es de las personas en su totalidad. La persona en su espiritualidad no se agota en la corporeidad; el hecho de que el espíritu trascienda el cuerpo hace que éste se incluya en una vitalidad y dignidad más grande, que no es propia de la biología, sino que es propia de la persona y del espíritu.
Queridos hermanos y hermanas, vuestra historia, la obra que habéis prodigado en estos 50 años, los resultados alcanzados por la investigación y el progreso científico sirvan de estímulo para un impulso renovado encaminado a cuidar y mejorar la vida de las personas enfermas. ¡Qué vuestro encomiable compromiso sensibilice cada vez más a las personas sobre la cultura del don y del cuidado del otro, alimento esenciale para las vivencias de toda comunidad humana!
Invoco la ayuda del Espíritu Santo en vuestro trabajo y, mientras os pido que recéis por mí, os imparto de todo corazón mi bendición apostólica.
Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 2 de marzo de 2019.
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