DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN LA PLENARIA DEL DICASTERIO PARA LOS LAICOS, LA FAMILIA Y LA VIDA
Sala Clementina
Sábado, 16 de noviembre de 2019
Doy la bienvenida a los participantes en esta primera asamblea plenaria del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida. Agradezco al cardenal Farrell las amables palabras que me ha dirigido.
En este encuentro me gustaría reflexionar sobre pocos puntos, sin entrar en los problemas específicos de los que os ocupáis, sino más bien tratando de indicar algunas actitudes básicas que inspiren vuestro trabajo para los próximos años. Utilizaré para cada uno de estos puntos una imagen que espero os ayude.
Como primer punto, vuestro papel como miembros y consultores. La imagen que os propongo es la de sentir con el corazón de la Iglesia. He aquí el futuro de los laicos: Sentir con el corazón de la Iglesia.
Todos vosotros habéis sido llamados a colaborar con la Santa Sede para ayudar en su camino a este nuevo Dicasterio, que comenzó su trabajo hace poco más de dos años, recogiendo el legado del Consejo Pontificio para los Laicos y del Consejo Pontificio para la Familia, de ambos. Todos juntos, sacerdotes, consagrados y laicos, codo con codo, para realizar un servicio a la Iglesia universal, comprometiéndoos a promover y sostener a los laicos, a las familias y a la vida; y por eso es indispensable que cada uno de vosotros haga suyo el corazón de la Iglesia. Hacer suyo el corazón de la Iglesia. Esto implica un esfuerzo para salir de uno mismo y entrar en una nueva perspectiva, tal vez inusual para algunos de vosotros.
En primer lugar, se trata de pasar de una perspectiva local a una universal: la Iglesia no se identifica con mi diócesis de origen, ni con el movimiento eclesial al que pertenezco, ni con la escuela teológica o la tradición espiritual en la que me he formado. Estos pequeños cierres… Muchas veces estamos acostumbrados a eso ¿no? La Iglesia es católica, es universal y es mucho más amplia, es de un espíritu más grande, es decir “magnánima”, con respecto a mi punto de vista individual. “Sentir con el corazón de la Iglesia” significa, por tanto, sentir de manera católica, universal, mirando al todo de la Iglesia y del mundo y no sólo a una parte.
Además, hay que hacer un esfuerzo para ir más allá de la propia competencia personal como teólogo, profesor, doctor, conferenciante, formador pastoral, etc., para asumir la perspectiva de la Iglesia-madre. La Iglesia es madre. Por eso, vosotros también, como miembros y consultores, aprovechando todos los conocimientos y experiencias que habéis ido acumulando a lo largo de los años, estáis llamados a dar un paso más y a preguntaros, ante un proyecto pastoral, un reto, un problema: ¿cómo “ve” esta realidad la Iglesia-madre? ¿Cómo la “siente”? Haciendo así seréis de ayuda al Dicasterio, porque sabréis dar voz a la Iglesia, habiendo ya purificado y elevado en vosotros vuestro pensamiento y sentimiento personal hasta hacerlo plenamente eclesial.
Trato de enumerar algunas de las características de este sentimiento eclesial. La Iglesia, como verdadera madre, desea sobre todo la armonía entre todos sus hijos y no hace favoritismos ni preferencias. Por eso, también para vosotros es importante proponer siempre modelos positivos de colaboración entre laicos, sacerdotes y consagrados, entre pastores y fieles, entre organismos diocesanos y parroquiales y movimientos y asociaciones laicales, entre jóvenes y ancianos, evitando contrastes y antagonismos estériles y fomentando siempre la colaboración fraterna para el bien común de la única familia que es la Iglesia. La Iglesia, como toda madre, desea también que sus hijos crezcan siendo autónomos, creativos y emprendedores, y no que sean infantiles. De la misma manera, todos los fieles laicos, hijos de la Iglesia, deben ser ayudados a crecer y convertirse en “adultos”, superando la resistencia y el miedo y saliendo a la luz de forma audaz y valiente, poniendo sus talentos al servicio de nuevas misiones en la sociedad, en la cultura, en la política, afrontando sin miedo y sin complejos los retos que plantea el mundo contemporáneo. La Iglesia, además, como una auténtica madre, sabe custodiar la historia y la tradición viva de la familia. Para vosotros, esto significa saber conjugar el pasado ―todo lo bueno que han hecho los dos Consejos Pontificios (Laicos y Familia) ― con el presente, es decir, con los desafíos actuales y con el futuro. La Iglesia vive hoy con memoria y esperanza, pasado y futuro; memoria y esperanza. En esta tensión vive la Iglesia sembrando siempre las semillas del Reino y sin sentirse acosada por el éxito inmediato.
Un segundo punto. El tema de vuestra Asamblea atañe a la formación de los fieles laicos para fortalecer su identidad y su misión en el mundo. La imagen que me gustaría usar aquí es la de tener una mirada de hermanos. La Iglesia madre es la primera imagen, la segunda, mirada de hermanos.
No sois “ingenieros sociales” o “eclesiales” que planean estrategias para aplicar en todo el mundo con el fin de difundir una determinada ideología religiosa entre los laicos. Estáis llamados a pensar y actuar como “hermanos en la fe”, recordando que la fe nace siempre de un encuentro personal con el Dios vivo y se alimenta de los sacramentos de la Iglesia. Toda formación cristiana debe basarse siempre en esta experiencia fundamental del encuentro con Dios y en la vida sacramental.
También sabéis, como “hermanos en la fe”, que la formación no puede centrarse exclusivamente en el hacer: es tanto más necesario en nuestros días enseñar a los niños, a los jóvenes, a los matrimonios a tener una vida de oración, una conversación cotidiana y familiar con Dios. A este respecto, no debemos tener miedo de confiar a los mismos laicos el acompañamiento de otros laicos en la vida espiritual. Luego retomaré este punto.
Mirando “como hermanos” a la multitud de fieles laicos de todo el mundo, comprenderéis mejor que vuestra tarea no es ante todo crear iniciativas que tengan por objeto poner a los laicos en estructuras y programas eclesiales, sino aumentar en ellos la conciencia de ser testigos de Cristo en la vida privada y en la sociedad, diría yo, casi “signos visibles” de la presencia de Cristo en todo ambiente. En la base está el bautismo. Por eso, el Dicasterio del que formáis parte debería, sobre todo, ayudar a los muchos discípulos de Cristo a vivir cada día en conformidad con la gracia bautismal que han recibido. Hay muchos fieles laicos en el mundo que, viviendo su fe con humildad y sinceridad, se convierten en grandes luces para los que viven junto a ellos.
En este sentido, para evitar el riesgo de tener una mirada demasiado desapegada y desencarnada de la realidad, os invito a pensar siempre en los desafíos y dificultades que vosotros mismos encontráis cuando tratáis de vivir como cristianos en vuestras familias, en vuestro trabajo, en el barrio en el que vivís. A partir de vuestra experiencia y de vuestras dificultades, comprenderéis mejor el trabajo cotidiano de los fieles laicos de todo el mundo, cuyas dificultades se ven a menudo agravadas por las condiciones de pobreza y de inestabilidad social, por la persecución religiosa, por la propaganda ideológica anticristiana.
Tratad también de identificaros con los cristianos que viven experiencias diferentes a las vuestras: los que no pertenecen a ninguna realidad eclesial particular; los que viven en las regiones más remotas de la tierra y tienen pocas oportunidades de formación y crecimiento humano y espiritual; los que representan una pequeña minoría en su país y viven en contextos multirreligiosos; los que alimentan su fe exclusivamente a través de la religiosidad popular; los que son evangelizados sólo por la vida de oración vivida en familia. Ampliar la mirada a todos los hermanos y hermanas en la fe, de todas las categorías sociales y de todas las regiones del mundo, os ayudará a pensar de manera creativa y realista cómo el Dicasterio puede ayudar a las Iglesias a acompañar a los bautizados a vivir con alegría, convicción y fidelidad su pertenencia a Cristo, convirtiéndose en discípulos misioneros, protagonistas de la promoción de la vida, de la defensa de la recta razón, de la justicia, de la paz, de la libertad, de la promoción de una sana convivencia entre los pueblos y culturas.
Sentir con el corazón de la Iglesia madre y tener una mirada fraterna. Estas son las dos imágenes que os dejo y que espero que os ayuden a reflexionar sobre el camino que tenemos por delante. Son dos imágenes que nos hacen mirar a María, la que encarna perfectamente a la Iglesia-madre y la que enseña a todos los discípulos de su Hijo a vivir como hermanos. Ese icono de la Virgen en oración, esperando al Espíritu Santo: es la Madre que nos hace vivir como hermanos.
Y antes de terminar, me gustaría volver sobre dos puntos que estaban implícitos aquí. En primer lugar, el peligro de clericalizar a los laicos. Vosotros sois laicos, debéis trabajar con los laicos, no clericalizar a los laicos, al contrario. Tantas veces, en la otra diócesis [Buenos Aires] venía un párroco y me decía: “Tengo un laico maravilloso. Lo sabe hacer todo, todo. ¿Lo hacemos diácono?”. También veo este fenómeno en los diáconos; se convierten en diáconos permanentes y en lugar de ser los custodios del servicio en la diócesis, miran inmediatamente al altar y terminan siendo "sacerdotes fallidos”, sacerdotes a medio camino. Yo aconsejo a los obispos: “Alejad a los diáconos del altar”, que vayan al servicio. Ellos son los custodios del servicio, no monaguillos de primera categoría o sacerdotes de segunda categoría. Este de la clericalización es un punto importante.
Luego, la segunda cosa que me vino a la mente leyendo es esta: vuestro dicasterio, después de una lucha no fácil ―el prefecto lo sabe― tiene la gracia de tener dos subsecretarias, de haber incorporado a las mujeres precisamente en la estructura. ¡Y dos son pocas! Debemos seguir siempre adelante para poner a las mujeres en los puestos de consejo, de gobierno también, sin miedo. Teniendo siempre delante una realidad: el lugar de la mujer en la Iglesia no es sólo hacia la funcionalidad. Sí, cierto, también puede ser jefe de dicasterio. En el nombramiento del Jefe del Dicasterio de Economía el otro día, en la lista final había dos mujeres, podían ser jefas de dicasterio. Esto es funcionalidad. El consejo de las mujeres es muy importante. Una de vuestras subsecretarias en la reunión de presidentes de las conferencias episcopales en febrero sobre el abuso, hizo oír otra música, otra forma de ver y de pensar. Y eso, enriqueció todo. Puestos de gobierno, de asesoramiento, pero que no termine solo en la funcionalidad. Y en esto no hemos trabajado todavía. El papel de la mujer en la organización eclesial, en la Iglesia va más allá y debemos trabajar en este más allá, porque la mujer es la imagen de la Iglesia madre, porque la Iglesia es mujer; no es “el” Iglesia, es “la” Iglesia. La Iglesia es madre; la Iglesia es capaz de llevar adelante esta realidad y la mujer tiene otra función. No debe tener solo un trabajo funcional, el trabajo va más allá. Es ese principio mariano propio de las mujeres; una mujer en la Iglesia es la imagen de la Iglesia esposa y de Nuestra Señora.
Por favor, estas dos cosas: no clericalizar a los laicos y abrir este nuevo horizonte para comprender bien lo que es la mujer en la Iglesia.
A María pido para vosotros ayuda y protección. Os doy las gracias por el servicio que habéis aceptado realizar y espero que vuestra colaboración con la Santa Sede, en ayuda del ministerio del Papa, sea una fuente de crecimiento personal para vosotros y de gran fecundidad para la Iglesia universal. Os bendigo de todo corazón, confiando también en vuestras oraciones por mí. No os olvidéis de hacerlo. Gracias.
Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 16 de noviembre de 2019.
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