VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD EL PAPA FRANCISCO
A TAILANDIA Y JAPÓN
(19-26 DE NOVIEMBRE DE 2019)
ENCUENTRO CON LAS AUTORIDADES Y EL CUERPO DIPLOMÁTICO
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Kantei, Great Hall, lunes 25 de noviembre de 2019
Señor Primer Ministro,
Honorables Miembros del Gobierno,
Ilustres Miembros del Cuerpo Diplomático,
Señoras y señores:
Doy las gracias al Primer Ministro por sus amables palabras de bienvenida y saludo respetuosamente a ustedes, distinguidas autoridades y miembros del Cuerpo Diplomático. Todos ustedes, cada uno en su lugar, se dedican a trabajar por la paz y el progreso de las personas de esta noble nación, y de las naciones que representan. Estoy muy agradecido al emperador Naruhito, que encontré esta mañana; le deseo todo bien e invoco las bendiciones de Dios sobre la Familia Imperial y sobre todo el pueblo japonés al inicio de la nueva era que ha inaugurado.
Las relaciones de amistad entre la Santa Sede y el Japón son muy antiguas, enraizadas en el reconocimiento y admiración que los primeros misioneros tuvieron sobre estas tierras. Basta recordar las palabras del jesuita Alessandro Valignano que en 1579 escribía: «Quien quiera ver qué cosa nuestro Señor ha dado al hombre basta que venga a verlo en Japón». Históricamente han sido muchos los contactos, las misiones culturales y diplomáticas que han alimentado esta relación y han ayudado a superar momentos de mayor tensión y dificultad. Estos contactos también se han ido estructurando a nivel institucional en beneficio de ambas partes.
He venido a confirmar a los católicos japoneses en la fe, en sus esfuerzos de caridad por los necesitados y por su servicio al país del que se sienten ciudadanos orgullosos. Como nación, Japón es particularmente sensible al sufrimiento de los menos afortunados y de las personas con discapacidad. El lema de mi visita es: “Proteger toda vida”, reconociendo su dignidad inviolable y la importancia de mostrar solidaridad y apoyo a nuestros hermanos y hermanas ante cualquier tipo de necesidad. Una experiencia impactante de esto la he tenido al escuchar las historias de los afectados por el triple desastre, y me he sentido conmovido por las dificultades por las que han pasado.
Siguiendo los pasos de mis predecesores, también quiero implorar a Dios e invitar a todas las personas de buena voluntad a seguir impulsando y promoviendo todas las mediaciones necesarias de disuasión para que nunca más, en la historia de la humanidad, vuelva a ocurrir la destrucción generada por las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki. La historia nos enseña que los conflictos entre los pueblos y naciones, incluso los más graves, pueden encontrar soluciones válidas sólo a través del diálogo, única arma digna del ser humano y capaz de garantizar una paz duradera. Estoy convencido de la necesidad de abordar la cuestión nuclear en el plano multilateral, promoviendo un proceso político e institucional capaz de crear un consenso y una acción internacional más amplia.
Una cultura de encuentro y diálogo —marcada por la sabiduría, la visión y la amplitud de miras— es esencial para construir un mundo más justo y fraterno. Japón ha reconocido la importancia de promover contactos personales en los campos de la educación, la cultura, el deporte y el turismo, sabiendo que estos pueden contribuir en gran medida a la armonía, la justicia, la solidaridad y la reconciliación que son el cemento del edificio de la paz. Observamos un ejemplo destacado de esto en el espíritu olímpico, que une a atletas de todo el mundo en una competición, que no se basa necesariamente en la rivalidad sino en la búsqueda de la excelencia. Estoy seguro de que los Juegos Olímpicos y Paralímpicos, que el próximo año se celebrarán en Japón, servirán de impulso para desarrollar un espíritu de solidaridad que trascienda las fronteras nacionales y regionales, y busque el bien de toda nuestra familia humana.
En estos días he vuelto a apreciar el precioso patrimonio cultural que Japón, a lo largo de muchos siglos de su historia, ha podido desarrollar y preservar, y los profundos valores religiosos y morales que caracterizan a esta antigua cultura. La buena relación entre las distintas religiones no sólo es esencial para un futuro de paz, sino también para capacitar a las generaciones presentes y futuras a fin de que valoren los principios éticos que sirven de base a una sociedad verdaderamente justa y humana. En palabras del Documento sobre la Fraternidad Humana que firmé con el Gran Imán de Al-Azhar, el pasado mes de febrero, nuestra preocupación compartida por el futuro de la familia humana nos impulsa a «asumir la cultura del diálogo como camino; la colaboración común como conducta; el conocimiento recíproco como método y criterio».
Ningún visitante de Japón deja de admirar la belleza natural de este país, expresada a lo largo de los siglos por sus poetas y artistas, y simbolizada sobre todo por la imagen de los cerezos en flor. Sin embargo, la delicadeza de la flor de cerezo nos recuerda la fragilidad de nuestra casa común, sometida no sólo a desastres naturales sino también a la codicia, la explotación y la devastación por manos del hombre. Cuando la comunidad internacional ve difícil cumplir sus compromisos de proteger la creación, son los jóvenes quienes, cada vez más, hablan y exigen decisiones valientes. Los jóvenes nos desafían para percibir el mundo no como una posesión para ser explotada, sino como un precioso legado para transmitir. Por nuestra parte, «a ellos debemos responder con la verdad, no con palabras vacías; hechos, no ilusiones» (Mensaje para la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación 2019).
En este sentido, un enfoque integral para la protección de nuestro hogar común también debe considerar la ecología humana. Un compromiso con la protección significa enfrentar la creciente brecha entre ricos y pobres, en un sistema económico global que permite a unos pocos privilegiados vivir en la opulencia mientras la mayoría de la población mundial vive en la pobreza. Conozco la preocupación por la promoción de diversos programas que el gobierno japonés realiza en este sentido y los estimulo a continuar en la formación de una creciente conciencia de corresponsabilidad entre las naciones. La dignidad humana debe estar en el centro de toda actividad social, económica y política; se necesita fomentar la solidaridad intergeneracional y, en todos los niveles de la vida comunitaria, se debe mostrar preocupación por aquellos que son olvidados y excluidos. Pienso particularmente en los jóvenes, que a menudo se sienten abrumados al enfrentar las dificultades del crecimiento, y también en los ancianos y las personas solas que sufren aislamiento. Sabemos que, al final, la civilización de cada nación o pueblo no se mide por su poder económico sino por la atención que dedica a los necesitados, así como en la capacidad de volverse fecundos y promotores de vida.
Ahora, cuando mi visita a Japón llega a su fin, una vez más expreso mi gratitud por la invitación que recibí, por la cordial hospitalidad con la que me han acompañado, y por la generosidad de todos los que contribuyeron a su feliz resultado. Y al proponerles estos pensamientos, deseo alentarlos en sus esfuerzos por dar forma a un orden social cada vez más protector de la vida, cada vez más respetuoso de la dignidad y de los derechos de los miembros de la familia humana. Sobre ustedes, sobre sus familias, y sobre todos aquellos a quienes sirven, invoco la abundancia de la bendición divina.
Muchas gracias.
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