DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LAS PARTICIPANTES EN EL CAPÍTULO GENERAL
DEL INSTITUTO PÍA SOCIEDAD DE LAS HIJAS DE SAN PABLO
Sala Clementina
Viernes, 4 de octubre de 2019
Queridas hermanas:
Os doy la bienvenida a todas las que, procedentes de los cinco continentes, participáis en el XI Capítulo General de las Hijas de San Pablo. Y agradezco a la Superiora General sus amables palabras.
El tema que habéis elegido para vuestra reflexión es «Levántate y ve» (Dt 10,11), confiando en la Promesa. Un tema fuertemente bíblico, en el que se recuerda la experiencia de Moisés, la experiencia de Abraham, de Elías, de tantos y, en general, la experiencia del pueblo de Dios. La historia de la salvación, tanto del individuo como del pueblo, hunde sus raíces en la disponibilidad a partir, a dejar, a ponerse en camino, no por iniciativa propia, sino como respuesta a la llamada y con confianza en la promesa. Es la experiencia de la Gracia —diría San Pablo— que nos fue dada en Jesucristo. «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros» (Jn 15,16). Y esto se aplica no sólo a la llamada, sino también a nuestro presente y nuestro futuro: «Separados de mí no podéis hacer nada», dice el Señor (Jn 15.5).
Queridas hermanas, en estos tiempos “delicados y duros”, como decía el Papa San Juan Pablo II (Exhortación Apostólica Vita Consecrata, 13), la fe es más necesaria que nunca. Muchos dicen que la vida consagrada está atravesando un invierno. Puede que sea así, porque las vocaciones son escasas, la edad media de las personas consagradas avanza y la fidelidad a los compromisos asumidos con la profesión no siempre es la que debería ser. En esta situación, el gran desafío es cruzar el invierno para florecer y dar fruto. La frialdad de la sociedad, a veces incluso dentro de la Iglesia y de la misma vida consagrada, nos empuja a ir a las raíces, a vivir las raíces. El invierno, también en la Iglesia y en la vida consagrada, no es un tiempo de esterilidad y muerte, sino un tiempo favorable que nos permite volver a lo esencial. Para vosotras: redescubrir los elementos de la profecía paulina, redescubrir la itinerancia apostólica y misionera que no puede faltar en una Hija de San Pablo, para poder vivir en las periferias del pensamiento y en las periferias de la existencia.
Nacidas para la Palabra, para anunciar a todos el camino luminoso de la vida que es el Evangelio de Jesucristo, lleváis en vuestro ADN la audacia misionera. Que esta audacia no disminuya nunca, conscientes de que el protagonista de la misión es el Espíritu Santo. ¡Está claro! Espero que el Capítulo que estáis viviendo sea un buen momento para preguntaros: ¿Cómo expresar la profecía paulina en respuesta a las llamadas que nos llegan en nuestro tiempo?
Se trata de salir a los caminos del mundo, con una mirada contemplativa llena de empatía por los hombres y mujeres de nuestro tiempo, hambrientos de la Buena Nueva del Evangelio. Sentirse parte de un Instituto en salida, en misión, poniendo todas las fuerzas al servicio de la evangelización. Dejarse interpelar por la realidad en la que vivimos, dejarse inquietar por la realidad. Buscar constantemente caminos de proximidad, manteniendo en nuestros corazones la capacidad de sentir compasión por las muchas necesidades que nos rodean. Quisiera subrayar esta palabra “compasión”. Es una palabra muy evangélica, que el Evangelio dice tantas veces de Jesús: “Tuvo compasión”. Cuando ve a la multitud, cuando ve al hijo de la viuda de Naín, cuando ve tantas situaciones…”Tuvo compasión”. Es la compasión de Dios. Ser misioneras con el testimonio de la vida centrada en Cristo, especialmente para vosotras, a través de la producción editorial, digital y multimedia, y promoviendo la formación crítica en el uso de los medios de comunicación y la animación bíblica.
Todo esto es imposible sin fe: la fe de Abraham que «esperando contra toda esperanza, creyó» (Rm 4,18); la fe de María, que aun sin comprender el misterio que la rodea, cree y consiente: «Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38); la fe de Pedro, que dice: «Señor, ¿a quien iremos? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,68).
En tiempos de cansancio y frustración, Dios ordena a Elías: «Levántate y come» (1Re 19,5). [Se dirige a la Superiora] Madre general, ¡que coman bien! No os dejéis bloquear por el cansancio o la resignación. La resignación es una polilla que entra en el alma, amarga el corazón. Cuando pensamos en hombres y mujeres consagrados con esa cara decaída.. “Eh, las cosas son así, desgraciadamente”…El recurso al desgraciadamente con esa actitud… No caer en el espíritu de resignación. ¡Nunca! El camino que habéis recorrido es largo y fructífero. Y el camino que queda por recorrer es largo (1Re19.7). Alimentadas con el pan de la Palabra, seguid adelante, en medio de las luces y sombras del contexto cultural en el que vivimos —¡arriesgaos, arriesgaos!—, sed fieles a la perspectiva que os es propia, es decir, no un juicio moral en primer lugar, sino la búsqueda de oportunidades para sembrar la Palabra, con la “fantasía” de la comunicación. Interpretando la sed y el hambre de nuestros contemporáneos: sed de Dios, hambre de Evangelio. Y todo ello con un discernimiento y una empatía que parten de la confianza en Dios, el Dios de la historia. En este contexto os animo a reavivar el don de la fe dejándoos iluminar siempre por la Palabra. Qué sea centro de vuestra vida personal y comunitaria, en la liturgia y en la lectio divina. La Palabra que mantiene vivo el espíritu apostólico en vuestro Instituto. Los dones que me habéis traído expresan este carisma vuestro. ¡Muchísimas gracias!
«Levántate y ve». Este verbo “levantarse” corresponde al término griego anastasis, resurrección . “¡Levántate, resucita!”. Es un verbo de Pascua. Es también un verbo esponsal, como aparece en el Cantar de los Cantares (cf. 2,10.13). Levantarse es “ir”, como María Magdalena en la aurora de la resurrección (cf. Jn 20,1-2), como Pedro y el otro discípulo corriendo al sepulcro (cf. Jn 20,3-4) y, ante todo, como María en su visita a Isabel (cf. Lc 1,39ss). Poneos en marcha, con la audacia que viene del Espíritu y la creatividad que caracterizaba a vuestro Fundador. Salir, partir de prisa, como la Virgen María y San Pablo, así también vosotras estáis llamadas a comunicar, con la vida y las obras apostólicas, la Buena Nueva a los hombres y mujeres de hoy. No hay tiempo que perder. «¡Ay de mí si no evangelizase!» (1Cor 9,16).
Queridas hermanas, ¡qué la intercesión del Apóstol de las gentes os ayude siempre! Os acompañe también mi bendición que imparto de todo corazón a vosotras y a todas vuestras comunidades esparcidas por el mundo. ¿Ha dicho Usted 55 países? (La Superiora contesta: “52 países”). ¡52 países! ¡Todo el mundo! Y un saludo a todas las monjas. Y por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Gracias.
Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 4 de octubre de 2019.
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