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VISITA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LA CIUDADELA CIELO DE LA COMUNIDAD NUEVOS HORIZONTES DE FROSINONE

Martes, 24 de septiembre de 2019

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Disculpad, pero no quiero hacer de profesor. Cuando se tienen 83 años, no apetece estar mucho tiempo de pie. ¿Vale? Para la misa es suficiente...

Aquí me enviaron una carpeta con el horario, quién hablaba, luego los testimonios, lo que habéis leído, las preguntas... Pensé que si empezaba a responder a esas preguntas, esos “por qué” o “cómo” o “qué piensa” seguramente serían palabras.... palabras, palabras, palabras.... ¿Quién cantaba así? (Responden: ¡Mina! ¡La gran Mina! Palabras.... Y creo que sería como ensuciar lo sagrado de lo que habéis dicho, porque no habéis dicho palabras, habéis dicho vidas: vuestras vidas. Historias. Caminos. Búsquedas, pero búsquedas de la carne, del espíritu, de la persona completa. No hay explicación para esto. Me han impresionado vuestras historias, que son historias de miradas, de tantas miradas, tantas miradas... Y ―escuchadme― eran miradas que no llenaban la vida, una tras otra... Y en un momento dado, sentisteis una mirada ―una ― que no era como las otras, era sólo eso: una mirada que te miraba con amor. Te miró con amor. Yo también conozco esa mirada. Y cuando esa mirada te ha amado y te hizo sentir que te amaba, también te tomó de la mano, de los infiernos―sí, el descenso de Jesús a los infiernos―, te tomó de la mano, y no te llevó a un laboratorio para meterte en un alambique de purificación, no, el Señor no quiere cosas artificiales. Te dijo: “Ven conmigo”. Y luego: “Va”... La nostalgia de dónde estabas, vuelve, va, vuelve... Es el camino de la vida. Una mirada que te tomó de la mano y te dejó ir, no te quitó la libertad....

Esta es la primera reflexión que se me ocurre con vuestras historias.

Y tú, Jefferson, tus idas y vueltas, idas y vueltas, idas y vueltas... Ese es el camino del Señor. Pienso en la testarudez de los apóstoles, por ejemplo: no se convirtieron en apóstoles perfectos, a Jesús se lo hicieron pasar muy mal… Pero Él tuvo paciencia: una mirada paciente, una mirada paciente... Tú, con tus testimonios, me has hecho sentir que la mirada del Señor es una mirada paciente: Él siempre tiene paciencia. Él te espera. Te espera a ti. Siempre. Él es el Señor de la paciencia: te espera y nunca te fuerza para ir adelante, no, respeta... Porque sabe que con esa primera mirada entró en tu corazón, sabe que una vez que sientes el amor no puedes volver atrás. Y te deja, te deja, te deja....; te vuelve a llamar, pero es una mirada muy respetuosa, muy respetuosa... Y lo escuché en tu testimonio, Elena: tú mirabas al espejo, pero era otra cosa lo que estabas buscando, y una vez que te sentiste mirada se acabó toda la historia. O comenzó la historia. Es así. Luego, la historia continuó, porque el Señor nunca, nunca, nunca, nunca nos enseña a renegar de nuestro pasado, no, y esto es una gracia. La Biblia dice que Dios creó a Adán del barro: ese barro es nuestra historia pura. Venimos del barro, ¡nunca lo olvidéis! Esto significa ser salvado, porque es con amor.

Pero no quiero sermonear, porque será aburrido. Estas son las cosas que me han venido antes a la mente: la mirada frente a tantas miradas de la vida.

Luego, otra cosa que me llamó la atención: las voces. Tú, Darío, lo escuché cuando hablaste: las muchas voces de la vida, las muchas voces... Hasta el momento en que escuchaste la voz, una voz especial que... es esa. Una voz que es como “un hilo de silencio sonoro”, como lo explica la Biblia (cf. 1 Reyes 19,12). “He oído un hilo de silencio sonoro”: el profeta Elías lo oye. Es una voz única y así, silenciosa y sonora al mismo tiempo. Y esa voz tiene esta voz: este es el canto, esta es la voz que estoy buscando, esta es la voz que me dará plenitud. La mirada, las miradas. Las voces, la voz... Es un camino, un camino en el que habéis buscado... Muchos de nosotros estamos buscando... Y luego habéis encontrado, o mejor dicho, habéis sido encontrado. Nos han encontrado.

Y luego, una historia de luchas. ¡Tú, Mirko, eres el campeón! Un coleccionista de diferentes luchas. Luchar. Tantas luchas hasta la última lucha, la lucha donde nos vencieron. Es la derrota más bella: esa derrota es bella, cuando se oye decir... se puede decir: ¡Adelante, has vencido, felicidades, va!

Son voces, voces; miradas, mirada, luchas, la lucha final, la derrota de la lucha. Así es nuestra historia con Jesús, siempre es así. Y me impresionó tanto que todos vosotros hayáis dado testimonio de Jesús. Porque no habéis hecho un curso de adoctrinamiento, de aprender pasos para progresar en la vida. O uno de estos cursos que les encantan a los empresarios: “cómo ganar en la vida”, o “cómo ganarse amigos”, o “cómo dar estos pasos”, o “cómo curarme de la neurosis”... No. Habéis sido llamados, mirados, conquistados, acariciados: la caricia de Jesús. Jesús, aquí, nos enseña algo hermoso: que el único gesto, el único momento de la vida en el que uno es plenamente humano cuando se mira a una persona de arriba hacia abajo, es ayudarla a levantarse. El único.

Y Jesús... [Aplauden mucho y no le dejan tomar la palabra]... Este hombre es el pobre Adán, allí, que estaba esperando... Pero Jesús también hace este gesto de dignidad para ayudarnos: se abaja. Esto es lo más grande de nuestro Dios: un Dios que se abaja. Se abaja. Se acerca. Jesús se vuelve cercano. Y esto es hermoso... Como con los discípulos de Emaús... Pero esto es un sermón, cómo estilo, ¿no? ¿Sigo así? Decídmelo vosotros.... No, en serio, si... [se ríen]. Hablo también de mi experiencia de esta manera, porque yo también he recorrido un camino ―el Señor lo sabe― no para convertirme en Papa, para dejarme salvar por el Señor...

Es la cercanía de Jesús: Él siempre se acerca. Es lo grande de nuestro Dios: es un Dios cercano. Ya se lo decía a Moisés, a los judíos en el Deuteronomio, el Libro de la Biblia. “Pero, decidme ¿qué pueblo tiene un Dios tan cercano como vosotros?”. Nuestro Dios está cerca. No es un Dios lejano, Jesús no está lejos. Se hizo Jesús para caminar con nosotros, para hacer este gesto: levantarnos; para llenar nuestros corazones, para mirarnos con amor, para hablarnos con esa voz que sólo Él tiene, para ganar la batalla de deseos algo confusos que no podemos entender...

No sé, todas estas cosas me vinieron a la mente mientras hablabais, y a menudo miraba esto, miraba mucho.

Hay una cosa que, cuando habéis ―perdonad mi italiano― cuando habéis cruzado el “umbral definitivo”, por así decirlo, siempre definitivo entre comillas, porque Jesús no nos quita la libertad de volver, no, pero, hay un umbral definitivo. Para ti fue en Medjugorje, eso es definitivo, al final... Vosotros tenéis la experiencia. Mirad: los signos de la muerte, aquí: el cuchillo, los clavos, todos los signos de la muerte de Jesús, caen. Son ellos los que van al infierno, yo he salido de él. Pero si cada uno de nosotros ―después de la mirada, después de la llamada, después de la victoria de Jesús― quiere llevarse uno de estos, todavía le falta algo. Todavía le queda algo que salga de su corazón, que no ha abierto del todo. Se lleva dolor, se lleva resentimiento, se lleva nostalgia... No, todos deben caer, y caen. Y esta es la señal: esta es la señal que he visto en todos vosotros. No he visto el mío todavía, pero... [aplausos]. Es ese olor, ese mal olor que queda, porque no soy capaz de abrir bien las ventanas y dejar que el Espíritu Santo venga y lo limpie todo. Llevo algo dentro de mí, ese “pero, sin embargo...”, la lógica del “pero”. “Sí, esto sí, el Señor me ha dado tanto, he encontrado al Señor, he dejado.... pero...”. ¿Qué es lo que te falta? “Pero”. Cuando el Señor nos mira, nos habla, nos invita, nos vence, el “pero” cae. Si quieres tener estos signos, si quieres caminar en la lógica del “pero”, todavía no has dejado entrar al Señor.

La tendencia al pecado continúa, eso es verdad. La tendencia al mal... todos, yo también, todos, todos, todos, nadie se salva de esto. Pero cuando hemos dejado todo atrás, sabemos que sólo en Él hay esperanza. En cambio, cuando no lo has dejado, “sí, pero... tomo este clavo para ayudarme, tomo...”. Y así, eso es lo que Jesús dice en el Evangelio: cuando el espíritu inmundo sale de una persona y se va, esa persona encuentra a Dios, arregla la casa, hace todo nuevo; entonces el espíritu inmundo regresa después de tanto tiempo, y regresa a la casa y ve la casa tan hermosa, tan hermosa, y va a buscar otros siete espíritus peores que él y regresa con la camarilla, con la panda de diablos.... pero no destruyen nada, tocan el timbre, ¡son demonios educados! suena el timbre: “permiso...”, y les abres la puerta, pero sí, son buenos, estos pensamientos son buenos, estos sentimientos son buenos.... Y empiezas a retomar los signos de la muerte, los signos del infierno. Tened cuidado porque esto os ha pasado a todos vosotros, a todos nosotros, incluso a mí. En algún momento te encuentras con el deseo de omnipotencia: no dejar que sea Él quien te levante. “Sí, sí, gracias, Señor, pero también estoy luchando con esto”. Ten cuidado, cuando regresen estos demonios educados, estas pasiones que vuelven. Pensemos.... A mí me hace gracia el apóstol Pedro: era testarudo, sí, muy testarudo. Cuando el Señor lo confirma, al final, ya después de la Resurrección, a orillas del lago de Tiberíades, y le pregunta tres veces si lo ama, si lo ama, y él está un poco asustado porque dice: “Tres veces te he negado y me lo preguntas tres veces....”. Pero el Señor va más allá y le hace sentir en paz. Y cuando se siente seguro, ¿qué hace? El cotilla. “Ah, dime y éste que viene detrás [el apóstol Juan], ¿qué será de él? Inmediatamente se desliza sobre algo que no es el amor del Señor. Es ese deseo de mandar nosotros mismos en la vida. Y una vez que uno ha sentido que Él es capaz de guiarnos bien, que nuestra libertad no ha sido arrebatada sino seducida por el amor, dejémoslo que siga por este camino.

Estas son las cosas que me vinieron a la mente mientras hablabais. Como podéis ver, no respondo a vuestras preguntas porque no lo sé, no me sale, no hay explicaciones para una vida, no hay maneras de aclarar. Está el misterio, el misterio de un Dios que nos ha sacado del infierno, el misterio de un Dios que se ha acercado a mí, que me ha mirado, que me ha amado, que me ha hablado, que ha vencido mi resistencia. Y esto es lo que me gusta deciros... Vosotros sois un misterio. Cuando escuchaba vuestros testimonios, me sentí ante un misterio, el misterio del encuentro de una persona con Jesús. Sólo puedo responder subrayando el misterio, pero no con palabras, no.

Esto es lo que se me ocurre deciros.

Luego hay algo más que.... en ti no he oído, pero en los otros tres, sí. No es un reproche: te falta... No lo sé, aún no ha llegado el momento... pero habéis testimoniado la fecundidad. Tú has hablado de tus hijos ―tres―, tú de dos, tú has mostrado la tuya... [risas] una buena cachacinha te ayudará [risas y aplausos]. El amor siempre es fecundo, siempre. “Pero, ¿y usted que es sacerdote, que es obispo?”, me preguntaréis. “Pero usted es un solterón, no tiene hijos...”. Hay fecundidad y fecundidad. Pero el amor siempre es fecundo. Espiritualmente, físicamente, humanamente. Siempre es fecundo. La fecundidad de vuestro testimonio: vuestro testimonio es una siembra, no una siembra de ideas, no, el hecho de que Dios es amor, de que Dios nos ama, de que Dios nos busca a cada instante, de que Dios está a nuestro lado, de que Dios nos toma de la mano para salvarnos. Y esta es la fecundidad, nuestra fecundidad, de todos nosotros, que he visto un poco como un símbolo en vuestros hijos. Pero hay otra fecundidad de todos vosotros, que es la que habéis sembrado entre nosotros. También la fecundidad de los artistas, que son dos testigos que nos dieron el mensaje no hablando sino cantando. Andrea puede cantar con su hijo, y no sólo con su hijo: cantar sobre su hijo y hablarnos de su hijo, de su relación con su hijo. ¡Esto es fecundidad! Y luego, el último canto sobre el amor es fecundo, también cómo nos contasteis cómo lo hicisteis, cómo descubrió esa parte de la Primera Carta a los Corintios, que hizo la fecundidad.... La vida, si no es fecunda, no sirve, no sirve. Por eso, cada vez que el Señor nos mira, nos habla, nos conquista, nos acaricia, nos dice siempre lo que le dijo al poseído de Jerash: “Ve a tu pueblo y cuéntale las maravillas”. Somos hombres y mujeres del Magníficat, es decir, del canto de la Virgen, de ir a decir que Dios me miró, me acarició, me habló, me ganó. Y él está conmigo. Me tomó de la mano y me sacó del infierno.

No lo sé. Todo esto es lo que me viene a la mente. No he preparado respuestas, sólo están vuestros testimonios, aquí, lo que me han dado. Pero he preferido hacer así, para contaros lo que habéis hecho en mí, hoy, tal como os he percibido, y para dar testimonio. Porque hoy también vosotros habéis sembrado algo en mí. Gracias.


Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 24 de septiembre de 2019.

 



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