DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LA COMUNIDAD DEL PONTIFICIO COLEGIO PÍO LATINOAMERICANO DE ROMA
Sala Clementina
Viernes, 20 de noviembre de 2020
Queridos hermanos y hermanas:
Mi saludo a toda la comunidad del Colegio. Agradezco al Padre Freire, S.J., las palabras que me ha dirigido en nombre de los presentes. En ellas, me presenta dificultades, problemas, desafíos de los tiempos presentes. Sobre todo, ustedes en este camino de mantenerse fieles a la vocación y buscar las maneras de servir mejor.
Por más que la historia separó nuestros pueblos, no ha podido destruir en ellos la raíz que los une. Sobre esta base, el Colegio Pío Latinoamericano nació como un compromiso que uniera todas nuestras Iglesias particulares y a la vez las abriera a la Iglesia universal en Roma y desde Roma.
Esta experiencia de comunión y apertura es un llamado, pues el ejemplo del mestizaje que ha hecho grande América, que se vivencia en la comunidad plural que ustedes conforman, también puede ayudar a sanar el mundo. El Evangelio y su mensaje llegó a nuestra tierra por medios humanos, no exentos de pecado, lo sabemos todos, pero la gracia se sobrepuso a nuestra debilidad y su Palabra se extendió por todos los rincones del continente. Los pueblos y las culturas lo acogieron en una rica diversidad de formas que hoy podemos contemplar y que nos enseña a no tener miedo a la diversidad, más aún, a entender que no se puede ser Iglesia sin diversidad de pueblos. Este milagro se produjo porque tanto quienes llegaban como quienes los recibían fueron capaces de abrir el corazón y no se cerraron a lo que el otro podía aportarle, ya fuese en lo humano, en lo cultural o en lo religioso. Esta raíz mestiza —les hablé de mestizaje la otra vez—, esta raíz mestiza nace de un corazón capaz de amar al otro con un amor que es fecundo, es decir, dispuesto a crear algo nuevo que lo supera y lo trasciende. Y esto supone rechazar la propia autorrefencialidad. Hoy día no sólo en América sino en el mundo lo que impide un encuentro fraternal entre los pueblos son los nacionalismos autorreferenciales, cerrados en sí mismos y mirándose a sí mismos. A nosotros se nos pide rechazar la propia autorreferencialidad y desde nuestra propia identidad poder difundir el don recibido. Y esta semilla del reino, no lo duden, crecerá y dará un ciento por uno, no de granos todos iguales sino de una insospechada variedad y riqueza.
Actualmente, hay latinoamericanos esparcidos por todo el mundo, y de esta realidad se han beneficiado tantas comunidades cristianas. Iglesias del norte y de centro Europa, incluso de oriente, que han encontrado en ellos una nueva vitalidad. Muchas ciudades, desde Madrid hasta Kobe, celebran con fervor al Cristo de los Milagros y lo mismo se puede decir de Nuestra Señora de Guadalupe. El rico mestizaje cultural que hizo posible la evangelización se reproduce hoy de nuevo. Los pueblos latinos se encuentran entre ellos y con otros pueblos gracias a la movilidad social y a las facilidades de la comunicación, y de este encuentro también ellos salen enriquecidos.
En este tiempo, en este campo ustedes están llamados a sembrar la Palabra, de forma generosa, sin prejuicios, como siembra Dios, que no mira la dureza de la tierra, ni la presencia de las piedras o de los cardos, que no arranca la cizaña, para no llevarse con ella la buena semilla del reino. Y en eso debe incidir vuestra formación y ministerio, para abrir la puerta de su corazón y de los corazones de quienes los escuchen, para arrimar el hombro, convocar a los demás a hacerlo con ustedes por el bien de todos, para curar este mundo del gran mal que lo aqueja y que la pandemia puso tan crudamente en evidencia. Como ven son tres puntos concretos de acción que tienen dos momentos: personal y comunitario, y que se completan ineludiblemente.
Abrir la puerta del corazón y de los corazones. Abrir el corazón ciertamente al Señor que no deja de llamar a nuestra puerta, para hacer morada en nosotros. Pero también abrirlo al hermano, pues no olviden que nuestra relación con Dios puede ser fácilmente testada en cómo nos proyectamos sobre el prójimo. Cuando abren el corazón a todos sin distinción por amor de Dios, crean un espacio donde Dios y el prójimo pueden encontrarse. No dejen nunca de manifestar esta disponibilidad, esta apertura: no cierren nunca la puerta a quien en el profundo de su corazón desea poder entrar y sentirse acogido. Piensen en que es el Señor quien los llama bajo el atuendo de ese pobre, para sentarse todos juntos en su banquete. Y les dejo una pregunta: ¿Dónde está el pobre en mi vida? ¿Me olvide de dónde vengo?
Segunda línea es arrimar el hombro y convocar a los demás a hacerlo. El Señor nos llama a la vocación sacerdotal, los ha enviado a esta ciudad de Roma para completar la formación, porque Él siempre presenta este proyecto de amor y de servicio para cada uno de ustedes. Pastores según el corazón de Dios, pastores que se consagren al cuidado de los fieles, que apacienten, pastores que no le tengan miedo al rebaño, que guíen, que curen, que busquen siempre hacer progresar a su pueblo, pastores que se animen a estar delante, en medio y detrás del rebaño. Delante para guiar en su momento, en medio para sentir el olor del rebaño y detrás para cuidar a los rezagados y también para dejar que en algún momento vaya solo el rebaño, porque el rebaño tiene olfato para encontrar pastos buenos, guiar desde atrás también. Seguramente, en la memoria de cada uno de ustedes hay infinidad de iniciativas y no dudo que trabajando con denuedo puedan hacer mucho bien y van a ayudar a muchas personas, pero nuestra misión no sería perfecta si nos quedáramos en eso. Nuestro esfuerzo debe ser además un reclamo, necesita convocar al rebaño, hacerle sentirse pueblo, llamado también él a ponerse en camino y a esforzarse por adelantar el reino, ya aquí en esta tierra. Y esto implica que se sientan útiles, responsables, necesarios, que hay un espacio donde ellos también pueden arrimar su hombro. Luchen contra la cultura del descarte, y por favor no la provoquen con un clericalismo que hace tanto daño y que es una enfermedad, luchen contra la segregación social, luchen contra la desconfianza y el perjuicio en razón de la raza, de la cultura o de la fe, para que el sentimiento de fraternidad se imponga sobre toda diferencia.
Y la tercera línea, cuidar al mundo del gran mal que lo aqueja. La pandemia nos ha puesto delante del gran mal que aflige a nuestra sociedad, la desnudó, la podemos palpar bien. La globalización superó las fronteras, pero no las mentes y los corazones. El virus se difunde sin freno, pero no somos capaces de dar una respuesta conjunta. El mundo sigue cerrando las puertas, rechazando el diálogo y rechazando la colaboración, se niega a abrirse con sinceridad al compromiso común por un bien que alcance a todos indistintamente, este es el espíritu del mundo, así se mueve, así trabaja. La cura de ese mal debe llegar desde abajo, desde los corazones y las almas que un día les serán encomendadas a ustedes y debe llegar con propuestas entalidades y abrir espacios, para sanar este mal y dar a Dios un pueblo unido. Repito esta figura, globalización sí, pero no esfera, la esfera es uniformidad. Globalización sí, pero poliedro, donde cada pueblo, cada uno conserve la propia particularidad.
Y le pido a la Virgen Madre, la Guadalupana, Patrona de América Latina, que sostenga su esperanza en este curso que ahora se abre en medio de incertidumbres humanas, para que ustedes puedan secundar la llamada de Dios allá donde el Señor los llame, los envíe y que puedan ser testigos de la fraternidad humana que nace de la única fuente, ser hijos de Dios. Que el Señor los bendiga y la Virgen los cuide. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí. Gracias.
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