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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS MIEMBROS DE LA ASOCIACIÓN "RETROUVAILLE"

Aula Pablo VI
Sábado, 6 de noviembre de 2021

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos!:

Doy las gracias a monseñor Dal Cin y a los cónyuges por las palabras de saludo y de introducción. Estoy contento de que durante este “Año de la Familia Amoris laetitia” haya también este encuentro, dedicado a los cónyuges que viven una crisis, una crisis seria en su relación. Esto es muy importante, no debemos asustarnos de la crisis.

La crisis nos ayuda a crecer, y de lo que tenemos que tener cuidado es de no caer en el conflicto, porque cuando tú caes en el conflicto cierras el corazón y no hay solución del conflicto o difícilmente. Sin embargo, la crisis te hace “bailar” un poco, te hace sentir mal a veces, pero de la crisis se puede salir, siempre y cuando se salga mejores. No se puede salir iguales: o salimos mejores o peores. Esto es importante. Y de la crisis difícilmente se puede salir solos, debemos salir siempre todos en crisis. Esto me gusta. ¡No tener miedo de la crisis, tener miedo del conflicto!

La primera palabra que quisiera compartir con vosotros es precisamente crisis. Sobre esta palabra nos hemos parado a reflexionar muchas veces en este periodo de pandemia (cfr. Discurso a la Curia, 21 de diciembre de 2020). Y yo me encuentro en vuestra experiencia, que invita a considerar la crisis como oportunidad, sí, una oportunidad dolorosa pero una oportunidad, en este caso oportunidad de dar un salto de calidad en la relación. En la exhortación Amoris laetitia hay una parte dedicada a las crisis familiares (cfr. 232-238).

Y aquí me gustaría añadir en seguida otra palabra: heridas. Porque las crisis de las personas producen heridas, producen llagas en el corazón y en la carne. “Heridas” es una palabra clave para vosotros, forma parte del vocabulario cotidiano de Retrouvaille. Forma parte de vuestra historia: de hecho, vosotros sois parejas heridas que habéis pasado a través de la crisis y habéis sanado; y precisamente por esto sois capaces de ayudar a otras parejas. No os habéis ido, no os habéis alejado durante la crisis —“esto no va bien… vuelvo con mi madre”—: os habéis hecho cargo de la crisis y habéis buscado la solución.

Este es vuestro don, la experiencia que habéis vivido y que ponéis al servicio de los otros. Os doy las gracias por esto. Es un don precioso tanto en el plano personal como en el plano eclesial. Hoy hay mucha necesidad de personas, de cónyuges que sepan testimoniar que la crisis no es una maldición, forma parte del camino, y constituye una oportunidad.

Y también nosotros, sacerdotes y obispos, debemos ir por este camino, mostrar que la crisis es una oportunidad. De otra manera seremos sacerdotes y obispos cerrados en nosotros mismos, sin un diálogo real con las otras personas. La crisis siempre está presente en el diálogo real. Pero para ser creíbles es necesario haberlo experimentado. No puede ser un discurso teórico, una “piadosa exhortación”; no sería creíble. En cambio, vosotros dais un testimonio de vida. Habéis estado en crisis, habéis sido heridos; gracias a Dios con la ayuda de los hermanos y de las hermanas habéis sanado; y habéis decidido compartir esta experiencia vuestra, ponerla al servicio de otros. Gracias por esto porque es un gesto que hace crecer, hace madurar a las otras parejas.

Me ha impresionado —en vuestro “bagaje” experiencial— el acercamiento entre dos textos bíblicos: el del Buen Samaritano y el de Jesús resucitado que muestras sus llagas a los discípulos (Lc 10,25-37; Jn 20,19-29). Os doy las gracias porque me ha ayudado a ver mejor la unión que hay entre el Buen Samaritano y Cristo Resucitado; y a ver que esta unión pasa a través de las heridas, las llagas. En el personaje del Buen Samaritano, siempre ha sido reconocido Jesús, desde los escritos de los Padres de la Iglesia. Vuestra experiencia ayuda a ver que ese Samaritano es Cristo Resucitado, que conserva en el propio cuerpo glorioso las llagas y precisamente por esto —como dice la Carta a los Hebreos (cfr. 5,2)— siente compasión por ese hombre herido abandonado en el camino, por las heridas de todos nosotros.

Tras el binomio “crisis-heridas”, quisiera compartir otra palabra, que es “clave” en la pastoral familiar: acompañar. Ha sido una de las palabras más importantes en el proceso sinodal sobre la familia del 2014-2015, del que salió la exhortación Amoris laetitia  (cfr. 217; 223; 232-246). Acompañar.

Esto se refiere naturalmente a los pastores, forma parte de su ministerio; pero involucra en primera persona también a los cónyuges, como protagonistas de una comunidad que “acompaña”. Vuestra experiencia da un testimonio específico. Una experiencia que ha nacido “desde abajo”, como a menudo sucede cuando el Espíritu Santo suscita en la Iglesia realidades nuevas que responden a exigencias nuevas. Así ha sido para “Retrouvaille”. Frente a la realidad de tantas parejas en dificultad o ya divididas, la respuesta es antes que nada acompañar.

Y aquí nos ayuda otro icono bíblico: Jesús resucitado con los discípulos de Emaús. Jesús no aparece desde lo alto, desde el cielo, para decir con voz fuerte: “Vosotros dos, ¿dónde vais? ¡Volved atrás!”. No. Se pone a caminar a su lado en el camino, sin dejarse reconocer. Escucha su crisis. Les invita a hablar, a expresarse. Y después les despierta de su necedad, les sorprende desvelándoles una perspectiva diferente, que ya estaba, estaba ya escrita, pero ellos no la habían comprendido: no habían comprendido que el Cristo debía sufrir y morir en la cruz, que la crisis forma parte de la historia de la salvación… Esto es importante: la crisis forma parte de la historia de la salvación.

Y la vida humana no es una vida de laboratorio o una vida aséptica… como sumergida en el alcohol para que no haya cosas extrañas… La vida humana es una vida en crisis, una vida con todos los problemas que vienen todos los días.

Y después ese hombre, que era Jesús, ese caminante se detiene y come con ellos, se queda con ellos: pierde tiempo con ellos. Para acompañar, perder tiempo y no seguir mirando el reloj. Acompañar quiere decir “perder tiempo” para estar cerca de las situaciones de crisis. Y a menudo es necesario mucho tiempo, es necesaria paciencia, respeto, es necesaria disponibilidad… Todo esto es acompañar. Y vosotros lo sabéis bien.

Queridos amigos, os doy las gracias por vuestro compromiso y os animo a llevarlo adelante.

Lo encomiendo a la protección de la Virgen María y de San José. Os bendigo a todos vosotros, a vuestras familias y rezo por las parejas que acompañáis. Y también vosotros, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Gracias!



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