DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS VOLUNTARIOS DEL SERVICIO NACIONAL DE PROTECCIÓN CIVIL
Sala Clementina
Lunes, 23 de mayo de 2022
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días y bienvenidos!
Doy las gracias al presidente por las palabras de saludo que me ha dirigido en nombre de todo el servicio nacional de la Protección Civil. Sé lo meritorio que es vuestro trabajo y me gusta recordar cuánto bien habéis hecho durante la reciente pandemia, especialmente en sus fases más agudas. Habéis estado disponibles para ayudar las familias más frágiles: habéis desarrollo servicios de acompañamiento y seguridad para ancianos y personas vulnerables; habéis asistido a muchos que estaban enfermos, pobres o solos en casa. Habéis apoyado la campaña de vacunación con competencia y gratuidad a través de la acción de voluntarios. Igualmente, no ha faltado vuestro compromiso para la asistencia humanitaria y la acogida en Italia de los refugiados procedentes de Ucrania, especialmente mujeres y niños que han huido de esta guerra absurda. Gracias por lo que habéis hecho y seguís haciendo en silencio. El bien no hace ruido, pero construye el mundo.
Quisiera compartir con vosotros tres puntos de reflexión y de acción, sugeridos por la palabra que inspira vuestro servicio: protección. Vuestra misión es proteger a las personas más expuestas a peligros y fragilidades. Es una misión que recuerda la del Buen Samaritano del Evangelio (cf. Lc 10, 29-37). Dedicáis tiempo, cuidáis y ofrecéis conocimientos y servicios. Cuando esto sucede, la sociedad resulta mejor. El verbo “proteger” indica el cuidado del hermano hacia el hermano, una fraternidad concreta, custodiar la vida, conservarla, velar por ella. La “protección civil” que vosotros garantizáis me hace pensar en estos tres aspectos.
La primera protección que necesitamos es la que nos preserva del aislamiento social: proteger para no caer en el aislamiento social. Es una forma muy importante de dar voz a la esperanza. No olvidemos que «la reciente pandemia nos permitió rescatar y valorizar a tantos compañeros y compañeras de viaje que, en el miedo, reaccionaron donando la propia vida. Fuimos capaces de reconocer cómo nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes que, sin lugar a dudas, escribieron los acontecimientos decisivos de nuestra historia compartida […]. Comprendieron que nadie se salva solo» (Enc. Fratelli tutti, 54).
En esta descripción veo también vuestro compromiso y vuestro testimonio. Realmente nadie se salva solo. Necesitamos entender y ver que nuestra vida depende de la de los otros y que el bien es contagioso. Hacerse prójimo de los hermanos nos hace mejores, más disponibles y solidarios. Y al mismo tiempo nuestra sociedad se vuelve un poco más vivible. En la medida en que estas actitudes crecen y se conectan en un estilo de ciudadanía solidaria, entonces realmente construyen una “protección civil”. Las emergencias en estos años, unidas a la acogida de los refugiados que huyen de guerras o de cambios climáticos, recuerdan lo importante que es encontrar a alguien que te tienda la mano, que te ofrezca una sonrisa, que gaste tiempo de forma gratuita, que te haga sentir en casa. Cada guerra es una rendición a la capacidad humana de proteger. Una negación de lo que está escrito en los compromisos solemnes de las Naciones Unidas. Por eso san Pablo VI, hablando a la ONU, proclamó: «¡Nunca más la guerra!» (4 de octubre de 1965). Lo repetimos hoy delante de lo que sucede en Ucrania, y protegemos el sueño de paz de la gente, el sagrado derecho de los pueblos a la paz.
La segunda protección para promover es la de los desastres ambientales —le he conocido a él [al presidente] precisamente en una zona que había sufrido un terremoto—. A menudo he recordado un antiguo dicho español que dice: «Dios perdona siempre, los hombres perdonan a veces, la naturaleza no perdona nunca». Los cambios climáticos de nuestro tiempo han multiplicado los eventos atmosféricos extremos, con consecuencias dramáticas para las poblaciones civiles. El impacto es catastrófico para las personas que pierden sus hogares debido a desbordamientos de cursos de agua, tornados, inestabilidad hidrogeológica. ¡La tierra grita! Cuando forzamos la mano, la naturaleza muestra su rostro cruel y el hombre es aplastado, obligado a gritar su miedo. La intervención de la Protección Civil ha sido fundamental también en caso de terremotos, como testimonio de la vocación a proteger a las personas golpeadas por tragedias similares. La protección es signo de cuidado para el territorio que habitáis: sois presidio para salvar vidas humanas y para promover las comunidades. Estamos llamados a proteger el mundo y no a depredarlo.
La tercera protección se da a través de la prevención. «Cada uno ama y cuida con especial responsabilidad su tierra y se preocupa por su país, así como cada uno debe amar y cuidar su casa para que no se venga abajo, porque no lo harán los vecinos. También el bien del universo requiere que cada uno proteja y ame su propia tierra» (Fratelli tutti, 143). La prevención se puede realizar involucrando a los varios sujetos responsables de la administración de un territorio. Es necesario formar las conciencias para que los bienes comunes no sean abandonados o sean solo para beneficio de pocos. Y vigilar para que eventos adversos no desaten desastres irreparables en las personas. En sentido positivo, es importante educar en la belleza, custodiar historias de vida y tradiciones, culturas y experiencias sociales. Haciendo esto, vosotros os convertís en artesanos de esperanza, esa virtud que «es audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna» (ibid., 55).
Proteger es por tanto cuidar. Sabemos hacerlo con ternura solo si reconocemos que nosotros somos los primeros en ser custodiados. Dios es Padre, cuida de nosotros y no deja que nos falte su amor. El profeta Isaías recuerda que Dios nos ha tatuado «en las palmas de sus manos» (49,16). No nos abandona nunca, siempre toma de la mano y acompaña, protege y sostiene. También un Salmo nos recuerda que «Yahveh guarda a los pequeños» (116,6). Si nos sentimos custodiados por Él, aprendemos una generosa protección hacia los hermanos y las hermanas, como nos enseñan tantos ejemplos de santos y santas.
Y no quisiera terminar sin subrayar una palabra: voluntariado. Vosotros sois voluntarios. Yo he encontrado tres cosas en Italia que no he visto en otros lugares. Una de estas tres cosas es el fuerte voluntariado del pueblo italiano, la fuerte vocación al voluntariado. Es un tesoro: ¡custodiadlo! Es un tesoro cultural vuestro, ¡custodiadlo bien!
Queridos amigos, os animo a seguir vuestra obra de bien entre los más necesitados, según el testimonio luminoso de vuestro patrón san Pío de Pietrelcina. Os acompaño en la oración, bendigo a todos vosotros y a vuestras familias. Y os pido, por favor, que recéis por mí, ¡porque este trabajo no es fácil! Gracias.
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