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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A UNA DELEGACIÓN DE ​B’NAI B’RITH INTERNATIONAL

Lunes, 30 de mayo de 2022

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Queridos amigos:

Me complace acoger nuevamente una delegación judía, después de que la pandemia ha impedido muchas visitas en los últimos dos años. Vuestra institución, sin embargo, tiene una larga historia de contactos con la Santa Sede, desde los tiempos de la publicación de la Declaración conciliar Nostra aetate.

En todo esto tiempo os habéis empeñado en el trabajo humanitario. Las personas necesitadas tienen derecho a la ayuda y a la solidaridad por parte de la comunidad que les rodea, tienen derecho sobre todo a la esperanza. Y si el deber de cuidar se refiere a todos, esto vale aún más para nosotros, judíos y cristianos: para nosotros ayudar a los necesitados significa también poner en práctica la voluntad del Altísimo, que, dice el Salmo «protege al forastero, a la viuda y al huérfano sostiene» (Sal 146,9), es decir, cuida de las categorías sociales más débiles, de las personas más marginadas.

Socorrer a los últimos, a los pobres, a los enfermos: este es el camino más concreto para promover una mayor fraternidad. De hecho, pensando en tantos conflictos y en los peligrosos extremismos, que ponen en peligro la seguridad de todos, cabe señalar que a menudo el mayor factor de riesgo lo representa la pobreza material, educativa, espiritual, que se convierte en terreno fértil para alimentar odio, rabia, frustración y radicalismo.

Queridos amigos, vivimos en una época en la que la paz está amenaza en muchas partes del mundo: perspectivas particularistas y nacionalistas, impulsadas por intereses egoístas y codicia de ganancias, parecen que quieren predominar cada vez más. Pero esto aumenta el riesgo de que, al final, la que pierde y es pisoteada sea solo la dignidad humana. Para evitar la escalada del mal, es importante hacer memoria del pasado, hacer memoria de las guerras, hacer memoria de la Shoah y de muchas otras atrocidades.

Nuestra memoria espiritual común, atestiguada por las páginas de la Sagrada Escritura, nos lleva al primer acto de violencia, a Caín que mata a su hermano Abel. «Yahveh dijo a Caín: “¿Dónde está tu hermano Abel? Contestó: “No sé. ¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano?» (Gen 4,9). Caín niega saber dónde está el hermano que acaba de matar con las propias manos, él no le importa: la violencia siempre tiene como compañeras la mentira y la indiferencia.

¿Dónde está tu hermano? Dejémonos provocar por esta pregunta, repitámonosla a menudo. No podemos sustituir el sueño divino, hecho de un mundo de hermanos, con un mundo de hijos únicos, violentos e indiferentes. Frente a la violencia, frente a la indiferencia, las páginas sagradas nos llevan al rosto del hermano, al “desafío del tú”. La fidelidad es lo que somos, nuestra humanidad, se mide aquí: se mide sobre la fraternidad, se mide sobre el rostro del otro.

En este sentido, llaman la atención en la Biblia las grandes preguntas que el Omnipotente dirige al hombre desde los orígenes. Si le pregunta a Caín: ¿Dónde está tu hermano?, a Adán le había preguntado: “¿Dónde estás?” (Gen 3, 9). Los dónde se conectan: no nos podemos encontrar a nosotros mismos sin buscar al hermano, no se puede encontrar al Eterno sin abrazar al prójimo.

En esto está bien que nos ayudemos, porque en cada uno de nosotros, en cada tradición religiosa, así como en cada sociedad humana, existe siempre el riesgo de albergar rencores y alimentar disputas contra los demás, y hacerlo en nombre de principios absolutos e incluso sagrados. Es la tentación mentirosa de la violencia, es el mal agazapado a la puerta del corazón (cf. Gn 4,7). Es el engaño según el cual las disputas se resuelven con violencia y guerra. En cambio, la violencia siempre genera más violencia, las armas producen muerte y la guerra nunca es la solución sino un problema, una derrota.

Por esto —dice el pasaje del Génesis— «Yahveh puso una señal a Caín para que nadie que lo encontrase le atacara» (v. 15). Esta es la lógica del Cielo: romper el círculo de la violencia, la espiral del odio, y empezar a proteger al otro, cualquier otro. Os deseo proseguir con este intento, continuar custodiando a las hermanas y los hermanos, en particular a los más frágiles y olvidados. Lo podemos hacer juntos: podemos trabajar a favor de los últimos, de la paz, de la justicia, de la tutela de la creación.

Siempre ha estado en mi corazón promover y profundizar el diálogo judeo-católico —ya desde niño, porque tenía amigos judíos en la escuela—, un diálogo hecho de rostros que se encuentran, de gestos concretos de fraternidad. Vamos adelante juntos, sobre la base de valores espirituales compartidos, para defender la dignidad humana contra toda violencia, para buscar la paz. Que el Omnipotente nos bendiga, para que nuestra amistad crezca y podamos trabajar juntos por el bien común.

¡Gracias, shalom!



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