DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PEREGRINOS DE CONCESIO Y DE SOTTO IL MONTE, CON MOTIVO DEL
60 ANIVERSARIO DE LA MUERTE DE JUAN XXIII Y LA ELECCIÓN DE PABLO VI
Sábado, 3 de junio de 2023
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Queridos hermanos y hermanas, ¡bienvenidos!
Es hermoso reunirme con vosotros, que representáis las comunidades de origen de dos Papas santos, con los cuales el Pueblo de Dios está tan encariñado: Juan XXIII y Pablo VI. Y es significativo que esto suceda con ocasión de tres aniversarios importantes para toda la Iglesia: el 60º aniversario de la Carta Encíclica Pacem in Terris, del nacimiento al cielo del Papa Juan y de la elección de Papa Montini.
Estamos aquí juntos, por tanto, para dar gracias al Señor porque de vuestras comunidades ha elegido dos santos pastores que han sabido guiar a la Iglesia en tiempos de grandes entusiasmos y también de grandes preguntas y desafíos. Han vivido como protagonistas la oleada de nueva vitalidad que acompañó el Concilio Vaticano II y tuvieron que afrontar graves peligros como el terrorismo y la “guerra fría”. Y frente a todo esto la historia nos testimonia que fueron “pastores según el corazón de Dios” (cfr. Jer 3,15), que supieron buscar la oveja perdida, reconducir la descarriada, curar la herida, confortar la enferma, cuidar de la gorda y robusta, pastorear con justicia y misericordia (cfr. Ez 34,16).
Damos gracias al Señor en primer lugar por habérnoslos donado. Por haberlos donado a vuestras comunidades como hijos y hermanos, crecidos en vuestras calles, donde dejaron las huellas de su camino de santidad, hasta el punto que todavía hoy los lugares de su presencia son meta de peregrinación para tantos hombres y mujeres que van desde Italia y el extranjero. Ellos encuentran en vosotros consuelo y apoyo, y al mismo tiempo hacen vuestra tierra más viva y rica en la fe.
Pero también damos gracias al Señor porque os ha hecho a vosotros, sus conciudadanos, cooperadores de este don. Ellos han podido ser grandes pastores, de hecho, en primer lugar, porque en sus caminos han encontrado buenos compañeros de camino, testigos del Evangelio que les han ayudado a crecer en la fe, hasta encender en ellos la luz de la llamada. En primer lugar, en sus familias, diferentes por origen y contexto, pero unidas en la misma sólida piedad cristiana, vivida por una parte en el duro trabajo de los campos y por otra en el serio compromiso cultural y social.
Hermanos y hermanas, os digo una cosa: Dios no hace a los santos en un laboratorio, no, los construye en grandes obras, en las que el trabajo de todos, bajo la guía del Espíritu Santo, contribuye a excavar profundo, a poner cimientos sólidos y a realizar la construcción, poniendo todo cuidado para que crezca ordenada y perfecta, con Cristo como piedra angular (cfr. Ef 2,21-22). Este es el aire que respiraron desde pequeños Angelo y Giovanni Battista en Sotto il Monte y en Concesio, con todo el bien que se ha derivado: ¡el que han donado y recibido!
Damos gracias al Señor porque les ha dado, en vuestros pueblos, una tierra fértil y rica de santidad en la que echar raíces y crecer, y porque hace también de vosotros, como ya de vuestros padres, de vuestros abuelos, y de tantos que han vivido, amado, trabajado, sembrado y recogido, alegrado y llorado en vuestros pueblos y en vuestros campos, un suelo bueno y generoso, en el que pequeñas semillas de bien pueden brotar y crecer para el futuro. Vienen a la mente las palabras que san Pablo dirigió a su discípulo y compañero de apostolado Timoteo: «Pues evoco el recuerdo de la fe sincera que tú tienes, fe que arraigó primero en tu abuela Loida y en tu madre Eunice, y sé que también ha arraigado en ti» (2 Tm 1,5). También san Timoteo fue un gran pastor, y también él aprendió en la escuela de vida de su abuela y de su madre, en una familia y en una comunidad.
Atesorad siempre vuestras raíces. Quiero repetirlo: atesorad vuestras raíces, no tanto para transformarlas en un escudo de armas o un baluarte que defender, sino más bien como una riqueza para compartir. La tierra se trabaja juntos, se trabaja para todos y se trabaja en paz; con la guerra, el egoísmo y la división se logra solo devastarla, como lamentablemente estamos viendo en tantas partes del mundo y de formas diferentes. ¡Amar vuestras raíces sea por tanto para vosotros amar el Evangelio de Jesús y amar como Jesús amó el Evangelio! Esto os enseña vuestra historia de tierra y de Iglesia. Y de vuestras raíces viene la savia para ir adelante, para crecer, y también para dar una historia y un sentido de la vida a vuestros hijos y a vuestros nietos. Amad vuestras raíces, no os separéis el árbol de las raíces: no dará fruto. Tratad de progresar siempre en armonía con vuestras raíces, en sintonía con vuestras raíces.
En la peregrinación que estáis haciendo queréis recordar también el aniversario de la Encíclica Pacem in terris. Me parece oportuno hacer referencia en este contexto a lo que san Juan XXIII afirma en ella sobre el valor de una paz fundada en la justicia, el amor, la verdad, la libertad, fundada en el respeto de la dignidad de las personas y de los pueblos (cfr. nros. 18-19). También estos son valores que ciertamente aprendió y conoció primero en el campo de Bérgamo; y lo mismo ocurre con san Pablo VI en tierras brescianas.
Vuestras dos capitales, Bérgamo y Brescia, juntas, han sido elegidas para ser “Capital italiana de la Cultura” para 2023. Es una señal más que nos lleva en la misma dirección. La verdadera cultura de hecho se hace unidos, en el diálogo y en la búsqueda común —y como nos ha enseñado san Pablo VI— pretende conducir «a través de la colaboración, de la profundización del saber, de la amplitud del corazón, a una vida más fraternal en una comunidad humana verdaderamente universal» (Enc. Populorum progressio, 85). La cultura es amante de la verdad y del bien, para el hombre, para la sociedad y para la creación. Que podáis continuar cultivándola, en primer lugar en vuestras casas y en vuestras parroquias, para llevar adelante la misión que nos han encomendado los dos santos Papas de los que fuisteis cuna.
¡Gracias, muchas gracias por haber venido! La Virgen os acompañe y os custodie en la fe, en la esperanza y en la caridad. Os bendigo a todos de corazón. ¡No olvidéis las raíces! Y, por favor, no os olvidéis tampoco de rezar por mí. Gracias.
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