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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN EL ENCUENTRO DE ARTISTAS
CON MOTIVO DEL 50 ANIVERSARIO DE LA INAUGURACIÓN DE LA COLECCIÓN
DE ARTE RELIGIOSO MODERNO DE LOS MUSEOS VATICANOS

Capilla Sixtina 
Viernes, 23 de junio de 2023

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¡Buenos días, bienvenidos! ¡Aquí todo es arte, ahí [señala los frescos], vosotros, todos! ¡Bienvenidos!

Os doy las gracias por haber acogido mi invitación. Vuestra presencia me alegra, porque la Iglesia siempre ha tenido una relación con los artistas que se puede definir al mismo tiempo natural y especial. Se trata de una amistad natural, porque el artista toma en serio la profundidad inagotable de la existencia, de la vida y del mundo, también en sus contradicciones y en sus lados trágicos. Esta profundidad corre el riesgo de volverse invisible a la mirada de muchos saberes especializados, que responden a exigencias inmediatas, pero les cuesta ver la vida como realidad poliédrica. El artista recuerda a todos que la dimensión en la que nos movemos, también cuando no somos conscientes, es la del Espíritu. Vuestro arte es como una vela que se llena del Espíritu y hace ir adelante. La amistad de la Iglesia con el arte es por tanto algo natural. Pero es también una amistad especial, sobre todo si pensamos en muchos tramos de historia recorridos juntos, que pertenecen al patrimonio de todos, creyentes y no creyentes. Recordando esto esperamos nuevos frutos también en nuestro tiempo, en un clima de escucha, de libertad y de respeto. La gente necesita estos frutos, frutos especiales.

Escribía Romano Guardini que «el estado en el que se encuentra el artista mientras crea es parecido al del niño o el del vidente» (La obra de arte, Brescia 1998, 25). Me parecen dos comparaciones interesantes. Según él «la obra de arte abre un espacio en el que el hombre puede entrar, en el que puede respirar, moverse y tratar las cosas y a los hombres, que se han abierto» (ibid., p. 35). Es verdad, cuando se obra en el arte los confines disminuyen y los límites de la experiencia y de la comprensión se dilatan. Todo parece más abierto y disponible. Entonces se adquiere la espontaneidad del niño que imagina y la agudeza del vidente que capta la realidad.

Sí, el artista es un niño —no debe sonar como una ofensa—; significa que se mueve sobre todo en el espacio de la invención, de la novedad, de la creación, del poner en el mundo algo que así no se había visto nunca. Haciendo esto, desmiente la idea de que el hombre sea un ser para la muerte. El hombre debe hacer las cuentas con su mortalidad, es verdad, pero no es un ser para la muerte, sino para la vida. Una gran pensadora como Hannah Arendt afirma que lo proprio del ser humano es vivir para llevar al mundo la novedad. Esta es la dimensión de fecundidad del hombre. Llevar la novedad. También en la fecundidad natural cada hijo es una novedad. Abrir y llevar novedad. Los artistas realizáis esto, haciendo valer vuestra originalidad. En las obras os ponéis siempre a vosotros mismos, como seres irrepetibles igual que todos, pero con la intención de crear aún más. Cuando el talento os asiste, lleváis a la luz lo inédito, enriquecéis el mundo de una realidad nueva. Pienso en algunas palabras que leemos en el Libro del profeta Isaías, cuando Dios dice: «He aquí que yo lo renuevo: ya está en marcha, ¿no lo reconocéis?» (43,19). Y en el Apocalipsis confirma: «Mira que hago un mundo nuevo» (21,5). La creatividad del artista parece así participar de la pasión generativa de Dios. Esa pasión con la que Dios ha creado. ¡Sois aliados del sueño de Dios! Sois ojos que miran y que sueñan. No basta solamente con mirar, también es necesario soñar. Decía un escritor latinoamericano que nosotros, las personas, tenemos dos ojos: uno para mirar lo que vemos y otro para mirar lo que soñamos. Y cuando una persona no tiene estos dos ojos, o solamente parte de uno o del otro, le falta algo. Ver lo que soñamos… La creatividad del artista: no basta solamente con mirar, es necesario soñar. Nosotros seres humanos anhelamos un mundo nuevo que no veremos completamente con nuestros ojos, sin embargo, lo deseamos, lo buscamos, lo soñamos.

Los artistas tenéis la capacidad de soñar nuevas versiones del mundo. Y esto es importante: nuevas versiones del mundo. La capacidad de introducir novedades en la historia. Por esto Guardini dice que os parecéis también a los videntes. Sois un poco como los profetas. Sabéis mirar las cosas tanto en profundidad como en lejanía, como centinelas que entrecierran los ojos para escudriñar el horizonte y comprender la realidad más allá de las apariencias. En esto estáis llamados a huir del poder sugerente de esa presunta belleza artificial y superficial hoy difundida y muchas veces cómplice de los mecanismos económicos generadores de desigualdades. Esa belleza que no atrae, porque es una belleza que nace muerta. No hay vida ahí, no atrae. Es una belleza fingida, cosmética, un maquillaje que esconde en vez de revelar. En italiano se dice “trucco” porque tiene algo de engaño. Vosotros os mantenéis distantes de esa belleza, vuestro arte quiere actuar como conciencia crítica de la sociedad, quitando el velo a la obviedad. Queréis demostrar lo que hace pensar, lo que hace vigilantes, lo que desvela la realidad también en sus contradicciones, en sus aspectos que es más cómodo o conveniente tener escondidos. Como los profetas bíblicos, nos ponéis frente a cosas que a veces molestan, criticando los falsos mitos de hoy, los nuevos ídolos, los discursos banales, las trampas del consumo, las astucias del poder. Es interesante esto en la psicología, en la personalidad de los artistas: la capacidad de ir más allá, de ir más allá, en tensión entre la realidad y el sueño.

Y a menudo lo hacéis con la ironía, que es una virtud maravillosa. Dos virtudes que nosotros no cultivamos tanto: el sentido del humor y la ironía, debemos cultivarlas más. La Biblia es rica de momentos de ironía, en los que se burla de la presunción de autosuficiencia, la prevaricación, la injusticia, la inhumanidad cuando se revisten de poder y a veces también de sacralidad. Hacéis bien siendo también centinelas del verdadero sentido religioso, a veces banalizado o comercializado. En este ser videntes, centinelas, conciencias críticas, os siento aliados para muchas cosas que me importan mucho, como la defensa de la vida humana, la justicia social, los últimos, el cuidado de la casa común, el sentirnos todos hermanos. Me importa mucho la humanidad de la humanidad, la dimensión humana de la humanidad. Porque es también la gran pasión de Dios. Una de las cosas que acercan el arte a la fe es el hecho de molestar un poco. El arte y la fe no pueden dejar las cosas como están: las cambian, las transforman, las convierten, las mueven. El arte nunca puede ser un anestésico; da paz, pero no duerme las conciencias, las mantiene despiertas. A menudo los artistas tratáis de sondear también los inframundos de la condición humana, los abismos, las partes oscuras. Nosotros no somos solo luz, y vosotros nos lo recordáis; pero se necesita arrojar la luz de la esperanza en las tinieblas de lo humano, del individualismo y de la indiferencia. Ayudadnos a vislumbrar la luz, la belleza que salva.

El arte siempre ha estado vinculado a la experiencia de la belleza. Simone Weil escribía: «La belleza seduce la carne para obtener el permiso de pasar hasta el alma» (La sombra y la gracia, Bolonia 2021, 193). El arte toca los sentidos para animar el espíritu y hace esto a través de la belleza, que es el reflejo de las cosas cuando son buenas, justas, verdaderas. Es la señal de que algo tiene plenitud: es entonces que nos surge espontáneo decir: “¡Qué hermoso!” La belleza nos hace sentir que la vida está orientada a la plenitud. En la verdadera belleza se empieza así a sentir la nostalgia de Dios. Muchos esperan que el arte vuelva mayormente a frecuentar la belleza. Cierto, como decía existe también una belleza fútil, una belleza artificial y superficial, incluso engañosa, la del maquillaje.

Pero creo que haya un criterio importante para discernir, el de la armonía. La verdadera belleza, de hecho, es reflejo de la armonía. En teología —es interesante— los teólogos describen la paternidad de Dios, la filiación de Jesucristo, pero cuando se trata de describir el Espíritu Santo: el Espíritu Santo es armonía. Ipse harmonia est . El Espíritu es el que hace armonía. Y el artista tiene algo de este Espíritu para hacer armonía. Esta dimensión humana de lo espiritual. La belleza verdadera, de hecho, es reflejo de la armonía. Esta, si puedo decir así, es la virtud operativa de la belleza. Es su espíritu de fondo, en el que actúa el Espíritu de Dios, el gran armonizador del mundo. La armonía es cuando hay partes, diferentes entre ellas, pero que componen una unidad, diferente de cada una de las partes y diferente de la suma de las partes. Es algo difícil, que solo el Espíritu puede hacer posible: que las diferencias no se vuelvan conflictos, sino diversidades que se integran; y al mismo tiempo que la unidad no sea uniformidad, sino que albergue lo que es múltiple. La armonía hace estos milagros, como en Pentecostés. Siempre me conmueve pensar en el Espíritu Santo como el que permite hacer los desórdenes más grandes —pensemos en la mañana de Pentecostés— y después hace la armonía. Que no es el equilibrio, no, para hacer la armonía hace falta primero el desequilibrio; la armonía es otra cosa respecto al equilibrio. Qué actual es este mensaje: estamos en un tiempo de colonizaciones ideológicas mediáticas y de conflictos desgarradores; una globalización homogeneizadora convive con muchos localismos cerrados. Este es el peligro de nuestro tiempo. Incluso la Iglesia puede verse afectada. El conflicto puede actuar bajo una pretensión fingida de unidad; de ahí las divisiones, las facciones, los narcisismos. Necesitamos que el principio de la armonía habite más nuestro mundo y expulse la uniformidad. Vosotros, los artistas, podéis ayudarnos a hacer lugar para el Espíritu. Cuando vemos la obra del Espíritu, que es crear la armonía de las diferencias, no destruirlas, no uniformarlas, sino armonizarlas, entonces comprendemos qué es la belleza. La belleza es esa obra del Espíritu que crea armonía. ¡Hermanos y hermanas, que vuestro genio viaje por este camino!

Queridos amigos, estoy feliz por este encuentro con vosotros. Antes de saludaros, tengo todavía una cosa que deciros, que me importa mucho. Quisiera pediros que no os olvidéis de los pobres, que son los preferidos de Cristo, en todos los modos en los que se es pobre hoy. También los pobres necesitan del arte y de la belleza. Algunos experimentan formas durísimas de privación de la vida; por esto, lo necesitan más. Normalmente no tienen voz para hacerse escuchar. Vosotros podéis haceros intérpretes de su grito silencioso.

Os doy las gracias y os confirmo mi estima. Deseo que vuestras obras sean dignas de las mujeres y de los hombres de esta tierra, y den gloria a Dios, que es Padre de todos, y que todos buscan, también a través del arte. Y finalmente os pido, armónicamente, que recéis por mí. Gracias.



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