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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS FAMILIARES DE LAS VÍCTIMAS DE LA EXPLOSIÓN EN EL PUERTO DE BEIRUT (LÍBANO, 2020)

Sala del Consistorio
Lunes, 26 de agosto de 2024

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Queridos hermanos y hermanas

Me encuentro con emoción con ustedes, familiares de las víctimas de la explosión en el puerto de Beirut ocurrida hace cuatro años. He rezado mucho por ustedes y por sus seres queridos, y sigo rezando, uniendo mis lágrimas a las de ustedes. Hoy doy gracias a Dios por poder conocerlos, por expresarles mi cercanía en persona.

Con ustedes recuerdo a todos aquellos cuyas vidas fueron arrebatadas por aquella terrible explosión. El Padre del Cielo conoce sus rostros, uno a uno, están ante Él; pienso en la carita de la pequeña Alexandra. Desde el Cielo ven sus angustias y rezan para que terminen.

Con ustedes pido la verdad y la justicia, que no han llegado: verdad y justicia. Todos sabemos que el asunto es complicado y espinoso, y que pesan sobre él poderes e intereses contrapuestos. Pero la verdad y la justicia deben prevalecer por encima de todo. Han pasado cuatro años; el pueblo libanés, y usted en primer lugar, tiene derecho a palabras y hechos que demuestren responsabilidad y transparencia.

Con ustedes siento el dolor de seguir viendo, cada día, morir a tantos inocentes, a causa de la guerra en su región, en Palestina, en Israel, y el Líbano paga el precio. Cada guerra deja al mundo peor de lo que lo encontró. La guerra es un fracaso de la política y de la humanidad, una claudicación vergonzosa, una derrota frente a las fuerzas del mal. (cf. Carta encíclica, Fratelli tutti, 261).

Con ustedes imploro desde el Cielo la paz que los seres humanos luchan por construir en la tierra. Se la imploro por Oriente Próximo y por el Líbano. El Líbano es, y debe seguir siendo, un proyecto de paz. No olvidemos lo que dijo un Papa: «El Líbano es un mensaje, y este mensaje es un proyecto de paz» (cf. San Juan Pablo II, Messaggio a tutti i Vescovi della Chiesa Cattolica sulla situazione nel Libano, 7 de septiembre de 1989). La vocación del Líbano es ser una tierra en la que convivan comunidades diversas anteponiendo el bien común a las ventajas particulares, en la que las diferentes religiones y confesiones se encuentren en fraternidad.

Hermanas y hermanos, quisiera que cada uno de ustedes sintiera, junto con mi afecto, el de toda la Iglesia. Sentimos y pensamos en el Líbano un país atormentado. Sé que sus pastores, religiosos y religiosas están cerca de ustedes: les agradezco de corazón lo que han hecho y siguen haciendo. No están solos y no les dejaremos solos, sino que seguiremos siendo solidarios con ustedes a través de la oración y la caridad concreta.

Queridos amigos, les doy las gracias por haber venido. En ustedes veo la dignidad de la fe, la nobleza de la esperanza. Como la dignidad y la nobleza del cedro, símbolo de su país. Los cedros nos invitan a levantar la mirada, al Cielo: en Dios está nuestra esperanza, la esperanza que no defrauda. ¡Nuestra esperanza no defrauda! Que la Virgen María, desde su Santuario de Harissa, vele siempre por ustedes y por el pueblo libanés. Los bendigo de todo corazón. Los llevo en mis oraciones y también les pido que recen por mí. Gracias.

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Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede,  26 de agosto de 2024



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