DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA DE LOS
PRIMADOS DE LA COMUNIÓN ANGLICANA
Jueves, 2 de mayo de 2024
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Dear brothers and sisters, peace to you!
Los saludo con alegría, con las palabras del Resucitado; ellas son mensajeras de esa esperanza que brota de la Resurrección y no defrauda. Así fue para los discípulos cuando estaban encerrados y asustados en el Cenáculo: en medio de su desconcierto, Jesús curó su miedo mostrando sus heridas y su costado y derramando sobre ellos su Espíritu (cfr. Jn 20,19-23).
También hoy, cuando los responsables del pueblo de Dios se reúnen, pueden sentirse tan atemorizados como los discípulos: pueden abandonarse a la tentación del desaliento expresándose mutuamente sus decepciones y sus expectativas incumplidas, dejándose dominar por sus preocupaciones y no evitando que se intensifiquen sus respectivas diferencias. Pero también hoy, si volvemos nuestra mirada a Cristo en vez de a nosotros mismos, encontraremos que el Resucitado está en medio de nosotros y desea darnos su paz y su Espíritu.
Agradezco a Su Gracia Justin Welby las palabras fraternas que me ha dirigido: él comenzó su servicio como arzobispo de Canterbury en el mismo periodo en el que yo iniciaba el mío como obispo de Roma. Desde entonces hemos tenido muchas ocasiones de encontrarnos, de rezar juntos, de testimoniar nuestra fe en el Señor. Este año, durante la celebración de las Vísperas en la Solemnidad de la Conversión de San Pablo, hemos conferido un mandato a varios pares de obispos católicos y anglicanos para que ejerzan juntos su ministerio, de modo que sean "para el mundo un anticipo de la reconciliación de todos los cristianos en la unidad de la única Iglesia de Cristo" [1]. Querido hermano Justin, ¡gracias por esta colaboración fraterna en favor del Evangelio! Y no me olvido de Sudán del Sur: fue maravilloso, muy bonito.
El Señor nos llama a cada uno de nosotros a ser constructores de unidad y, aunque no seamos todavía una sola cosa, nuestra comunión imperfecta no debe impedirnos caminar juntos. De hecho, "las relaciones entre los cristianos [...] prevén y exigen desde ahora toda posible colaboración práctica en los diversos niveles: pastoral, cultural, social, y también en el testimonio del mensaje evangélico" [2]. Las diferencias no disminuyen el alcance de lo que nos une: "no pueden impedir que nos reconozcamos hermanos y hermanas en Cristo por razón del Bautismo común" [3]. Agradezco en este sentido el trabajo realizado en los últimos cincuenta años por la Comisión Internacional Anglicano-Católica, que ha trabajado con dedicación para superar los diversos obstáculos que se interponen en el camino de la unidad, reconociendo ante todo cómo "la comunión que nos une se basa en la fe en Dios nuestro Padre, en nuestro Señor Jesucristo y en el Espíritu Santo; en nuestro bautismo común en Cristo; en la participación en las Sagradas Escrituras, en el Credo de los Apóstoles y en el Credo Niceno-Constantinopolitano; en la fórmula de Calcedonia y en la enseñanza de los Padres; en nuestra común herencia cristiana de muchos siglos" [4].
Hermanos y hermanas, el tiempo pascual nos hace regresar a nuestros orígenes a través de la lectura de los Hechos de los Apóstoles. En medio de tantas páginas gloriosas de fe y fraternidad, de valentía ante la persecución, de gozosa difusión del Evangelio y de apertura a los gentiles, el autor sagrado no oculta momentos de tensión e incomprensión, nacidos a menudo de la fragilidad de los discípulos, o bien de diferentes interpretaciones de la relación con la tradición pasada. Pero a lo largo del relato, emerge cómo el verdadero protagonista es el Espíritu Santo: los Apóstoles llegan a conciliaciones y soluciones dejándole a Él la primacía. A veces olvidamos que las discusiones también animaron la primera comunidad cristiana, la de quienes habían conocido al Señor y lo habían encontrado resucitado; no debemos tener miedo a las discusiones, sino que hemos de vivirlas dejando la primacía al Paráclito. Me gusta mucho esa fórmula de los Hechos de los Apóstoles: "Nos pareció al Espíritu Santo y a nosotros". Es algo muy, muy hermoso. Orar y escucharnos unos a otros, intentar comprender el alma de los demás y preguntarnos -antes de preguntar a los demás- si hemos sido dóciles a las inspiraciones del Espíritu Santo o hemos sucumbido a nuestras opiniones personales o de grupo. Ciertamente, la perspectiva divina nunca será la de la división, nunca, la de la separación, la de la interrupción del diálogo, nunca. Por el contrario, el camino de Dios nos lleva a unirnos cada vez más vitalmente al Señor Jesús, porque sólo en comunión con Él encontraremos la plena comunión entre nosotros.
¡El mundo desgarrado de hoy necesita la manifestación del Señor Jesús! ¡Necesita conocer a Cristo! Algunos de ustedes vienen de regiones donde la guerra, la violencia y la injusticia son el deteriorado pan cotidiano de los fieles, pero incluso en los países considerados prósperos y pacíficos, no faltan sufrimientos, como la pobreza de muchos. ¿Qué podemos proponer ante todo esto, sino a Jesús, el Salvador? Darlo a conocer es nuestra misión. Siguiendo las palabras de Pedro al lisiado en la puerta del templo, lo que debemos ofrecer a nuestro tiempo frágil y necesitado no es plata y oro, sino a Cristo y el sorprendente anuncio de su Reino (cfr. Hch 3,6).
Queridos Primados de la Comunión Anglicana, gracias por haber elegido reunirse este año en la ciudad de los Apóstoles Pedro y Pablo. Es un don para mí sentirme cerca de las comunidades que representan. Sé que el papel del obispo de Roma aún es una cuestión controvertida y divisiva entre los cristianos. Pero según la hermosa expresión del Papa Gregorio Magno, que envió a San Agustín como misionero a Inglaterra, el Obispo de Roma es servus servorum Dei - servidor de los servidores de Dios. Como escribió Juan Pablo II, “esta definición preserva de la mejor manera el riesgo de separar la potestad (y, en particular, el primado) del ministerio, lo cual estaría en contradicción con el significado de potestad según el Evangelio: « Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve » (Lc 22, 27) » [5]. Es necesario, entonces, entablar "un diálogo fraterno y paciente [...] dejando atrás inútiles controversias" [6], a fin de comprender cómo puede desarrollarse el ministerio petrino como servicio de amor a todos. Gracias a Dios, se han obtenido resultados positivos en los varios diálogos ecuménicos sobre la cuestión del primado como "don que hay que compartir" [7].
Como ustedes saben, la Iglesia católica está inmersa en un camino sinodal. Me alegro de que tantos delegados fraternos, y entre ellos un obispo de la Comunión Anglicana, participaran en la primera sesión de la Asamblea General celebrada el año pasado, y espero con alegría la participación ecuménica en la sesión de este otoño. Rezo para que entre los frutos del Sínodo se encuentre una mejor comprensión del papel del obispo de Roma. El Informe de Síntesis al final de la primera sesión pedía un estudio más profundo de la relación entre sinodalidad y primado en los diversos niveles (local, regional, universal) [8]. El trabajo más reciente de la Comisión Internacional Anglicano-católica puede ser un recurso útil a este respecto [9].
Así pues, oremos, caminemos y trabajemos juntos, con confianza y esperanza. En la Declaración Conjunta de 2016 afirmamos: «Mientras que, como nuestros predecesores, tampoco nosotros vemos soluciones a los obstáculos que se nos presentan, no nos desanimamos. Con fe y alegría en el Espíritu Santo, confiamos en que el diálogo y el compromiso mutuo harán más profunda nuestra comprensión y nos ayudarán a discernir la voluntad de Cristo para su Iglesia. Tenemos confianza en la gracia de Dios y en la Providencia, sabiendo que el Espíritu Santo abrirá nuevas puertas y nos guiará a toda la verdad» [10]. Sería un escándalo que, a causa de las divisiones, no realizáramos nuestra vocación común de dar a conocer a Cristo. En cambio, si, más allá de nuestras respectivas visiones, somos capaces de dar testimonio de Cristo con humildad y amor, será Él quien nos acerque los unos a los otros; porque, repito, «sólo este amor, que no vuelve al pasado para poner distancia o señalar con el dedo; sólo este amor, que en nombre de Dios antepone el hermano a la férrea defensa del propio sistema religioso, sólo este amor nos unirá. Primero el hermano, luego el sistema» [11]. Primero el hermano, después el sistema. Hermanos y hermanas, gracias de nuevo por esta visita que nos permite crecer en la comunión. Ahora estaré encantado de escuchar lo que quieran decirme y de rezar con ustedes.
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[1] Conferimiento de mandato a los obispos de la Comisión Internacional Anglicano-Católica para la unidad y la misión, 25 de enero de 2024 (cfr Unitatis redintegratio 24).
[2] S. Juan Pablo II, Carta Encíclica. Ut unum sint, 40.
[3] Declaración conciliar de Su Santidad Papa Francisco y de Su Gracia Justin Welby, arzobispo de Canterbury, 5 de octubre de 2016.
[4] ARCIC II, La Chiesa come comunione, 50.
[5] Ut unum sint, 88.
[7] ARCIC II, The Gift of Authority, 60.
[8] Cfr XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, Una Iglesia sinodal en misión: Informe de síntesis, I.7.h.
[9] Cfr ARCIC III, Walking Together on the Way.
[10] Declaración conciliar, cit.
[11] Homilía durante las vísperas de la solemnidad de la Conversión de San Pablo, 25 de enero de 2024.
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Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 2 de mayo de 2024
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