JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 24 de junio de 1979
1. El Corazón del Redentor vivifica a toda la Iglesia y atrae a los hombres que han abierto sus corazones "a la riqueza insondable" de este único Corazón.
Mediante este encuentro de hoy y mediante el Angelus de este último domingo del mes de junio, deseo, de manera especial, unirme espiritualmente con todos los que tienen sus corazones hermanos en particular sintonía con este Corazón divino. Esta familia es numerosa. No pocas congregaciones, asociaciones, comunidades, se desarrollan en la Iglesia y sacan del Corazón de Cristo de modo programático la energía vital de su actividad.
Este vínculo espiritual lleva siempre a un gran resurgimiento de celo apostólico. Los adoradores del Corazón divino se convierten en hombres de conciencia sensible. Y cuando les es dado tener relaciones con el Corazón de nuestro Señor y Maestro, entonces se despierta en ellos también la necesidad de la reparación por los pecados del mundo, por la indiferencia de tantos corazones, por sus negligencias.
¡Qué necesaria es en la Iglesia esta falange de corazones vigilantes, para que el amor del Corazón divino no esté solo y sea correspondido! Entre esta falange merecen una mención especial todos los que ofrecen sus sufrimientos como víctimas vivas en unión con el Corazón de Cristo traspasado en la cruz. El sufrimiento humano, transformado así con el amor, se convierte en fermento especial de la obra salvífica de Cristo en la Iglesia.
2. Hoy, en la basílica de San Pedro, reciben de mis manos la ordenación sacerdotal numerosos diáconos. Son 88, y provienen de los siguientes países: Filipinas, Vietnam, Polonia, Malta, Zaire Ruanda, Argentina, México, Estados Unidos, Canadá, Irlanda, Portugal, España, Francia e Italia.
Una gran parte ha tenido la posibilidad de realizar sus estudios teológicos y la preparación al sacerdocio en Roma, en los colegios romanos, que reúnen sacerdotes y seminaristas provenientes de diversos países del mundo.
Hoy, al conferirles la ordenación sacerdotal, deseo unirlos aún más profundamente con el corazón de la Iglesia que late al unísono del Corazón divino de Cristo, Sacerdote Eterno.
Que perseveren en esta unión dando los frutos benditos del mensaje evangélico y del ministerio sacerdotal.
Encomiendo también al Corazón divino las familias, las diócesis o las congregaciones religiosas, a las que pertenecen, y, finalmente, a sus colegios romanos y sus seminarios. Deseo a estos últimos que vivan con fervor la vida auténticamente evangélica, que nace del Corazón de Jesús.
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