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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 7 de febrero de 1982

 

1. Muchos obispos de África negra visitaron durante el año pasado las "memorias de los Apóstoles". Deseo que esto contribuya a reforzar los vínculos del servicio pastoral y el amor a la santa misión que realizan juntamente con las Iglesias que el Espíritu Santo les ha confiado en los diversos lugares de donde provienen.

Al sur de los países habitados por la población de lengua árabe (de los que hablé uno de los domingos pasados) ―y también al Sur del Sahara comienza África negra. Conservo grabados profundamente en el corazón los encuentros con los obispos de los siguientes países: Senegal, Gambia, Liberia, Nigeria, Malí, Sierra Leona; entre estos obispos hay un cardenal: el arzobispo de Dakar, Thiandoum.

He podido ver de nuevo, además a los obispos de Costa de Marfil y de Ghana, que me recibieron en sus países durante el viaje a África en mayo de 1980.

Hoy saludo a todos una vez más muy cordialmente. El encuentro con ocasión de la visita "ad Limina" me ha permitido sentir más profundamente todavía los problemas de sus Iglesias como problemas de la Iglesia universal. No ceso de encomendar a Dios estas Iglesias. Al mismo tiempo incluyo en esta oración tanto a los hermanos musulmanes, que habitan en la misma tierra, como también a los numerosos animistas, testigos de la religión africana tradicional.

Me alegro porque, sobre todo en algunos países, hay un consistente número de catecúmenos, gracias a los cuales, crece también de año en año el número de los nuevos confesores de Cristo.

Quisiera recordar también a las Conferencias Episcopales de estos países de África Occidental, cuyos miembros han venido a traerme el testimonio del buen trabajo apostólico que se está llevando a cabo entre ellos, para afrontar en su conjunto las necesidades de su inmensa región.

2. Debo aludir, además, a la visita "ad Limina' de los obispos de Nigeria. Este encuentro constituye una preparación próxima para mi visita a su patria. Si Dios quiere, el próximo viernes, 12 de febrero, iré a Lagos, correspondiendo a la invitación que repetidamente me ha hecho el Episcopado de Nigeria y también el Presidente de la nación y las demás autoridades civiles.

Después de Nigeria, visitaré Benín y, sucesivamente, iré a Libreville, Gabón, para dirigirme, finalmente, a Guinea Ecuatorial, cuya población es católica en su gran mayoría.

No he podido aceptar, en esta ocasión, otras invitaciones y pido excusa por ello a quienes tan amablemente me las han cursado. Otra vez será, si Dios quiere. Pero entre tanto quiero asegurar, que tendré muy presentes en el corazón y en la plegaria a sus comunidades.

Queridísimos: Cuento con el apoyo de vuestras oraciones y de las de toda la Iglesia, y naturalmente también con las de mi patria, para esta nueva misión pastoral.

3. Hoy se celebra en toda Italia la Jornada anual en favor de la vida. Sí a la vida. El tema propuesto a la reflexión de los cristianos, y de todos los que se interesan por la causa del hombre, es: "La vida: siempre un don". La vida es un don, porque brota del amor de un Padre, que reserva a todo ser humano, desde su concepción, un lugar especial en su corazón, llamándolo a la comunión gozosa de su casa. En toda vida, incluso en la recién concebida, como también incluso en la débil y sufriente, el cristiano sabe reconocer, pues, el "sí", que Dios le ha dirigido de una vez para siempre, y sabe comprometerse para hacer de este "sí" la norma de la propia actitud hacia cada uno de sus prójimos, en cualquier situación en que se encuentre.

En una sociedad enferma de egoísmo y profundamente invadida por inquietantes fermentos de muerte, es necesario que los cristianos mantengan alta la tensión hacia la vida, promoviendo la inventiva de la caridad que abre sus brazos hacia el ser humano necesitado, dondequiera que sea llamado a la existencia, nazca, viva, sufra, trabaje, enferme, envejezca y muera.

Quisiera invitar de modo especial a preocuparse por los ancianos. De este tema ya hablé el primer domingo del año.

Hoy nuestra oración a María quiere impetrar de su materna bondad que los hombres sepan acoger toda vida humana como un don precioso, que se ha de guardar, respetar y promover en un clima de amor auténtico.



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