JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 11 de marzo de 1984
1. En este primer domingo de Cuaresma, que nos invita a un renovado camino de conversión, nuestra mirada se dirige a María, imagen perfecta de la Iglesia. Efectivamente, en Ella contemplamos a la criatura de corazón nuevo, a la Mujer atenta y solicita, a la discípula que sabe escuchar y orar incesantemente, a la Virgen del sacrificio silencioso.
María es la criatura del "corazón nuevo", que anunciaron los Profetas. Dios lo había prometido: "Os daré un corazón nuevo y pondré en vosotros un espíritu nuevo" (Ez 36, 26). La trayectoria histórica de María, a partir de la Inmaculada Concepción, se desarrolló toda a la sombra del Espíritu; pero sobre todo en la Anunciación recibió del Espíritu Santo ese "corazón nuevo" que la hizo dócil a Dios, capaz de acoger su proyecto de salvación y de corresponder a él con absoluta fidelidad, durante toda la vida. Es la Virgo fidelis: la que compendia al antiguo Israel y prefigura la Iglesia, desposada con Dios para siempre, en la fidelidad y en el amor (cf. Os 2, 21-22).
2. María es también la Mujer atenta y solícita a las necesidades espirituales y materiales de los hermanos. El Evangelio pone de relieve su solicitud para con la anciana Isabel, su discreta intervención en las bodas de Caná en favor de la alegría de dos jóvenes esposos, en la acogida maternal del discípulo y de todos los redimidos al pie de la cruz. Estamos seguros de que Ella prolonga todavía desde el cielo su mediación para con los desterrados hijos de Eva.
María es además discípula que ha encarnado el Evangelio hasta el sacrificio y el martirio de la "espada" incruenta, que Simeón le había profetizado en el templo, uniendo su destino al sacrificio cruento del Hijo. Ante la propuesta desconcertante de Dios, Ella no dudó en repetir cada día el "Sí" de la Anunciación a fin de que se convirtiese en el "Sí" de la Pascua, para Ella y para todo el género humano.
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