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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo
17 de febrero de 1985

 

1. "Jesús recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo" (Mt 4, 23).

A este Jesús queremos saludar y adorar con nuestra oración en el Ángelus Domini. Efectivamente, Él es el que, en la Anunciación, fue revelado a la Virgen de Nazaret, María. Es aquel Jesús, Eterno Hijo de Dios, que por obra del Espíritu Santo fue concebido en el seno de María como hombre, una vez que Ella respondió a las palabras de Arcángel, diciendo: "fiat", "hágase".

"He aquí la esclava del Señor, / hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38).

Este es Jesús de Belén y de Nazaret. Hijo de Dios e Hijo del hombre.

Precisamente Él, cuando llegó el tiempo predestinado para esto, comenzó a predicar la Buena Nueva del reino, y a curar "las enfermedades y dolencias del pueblo".

2. A Él precisamente queremos adorar hoy, al acercarse el tiempo anual de la Cuaresma.

Queremos invitarle para que con la misma —y a la vez siempre nueva— potencia "proclame el Evangelio del reino" en este período, tan importante y tan relevante cada año en la vida de toda la Iglesia.

Queremos pedirle también los "signos" de esta potencia salvífica que hablen a los hombres de nuestra época, lo mismo que hablaron una vez a Israel, al comienzo de los tiempos nuevos.

Queremos invitarle a nuestras comunidades y a nuestras conciencias. Pidámosle que cure las enfermedades de los hombres contemporáneos: "toda clase de enfermedades" del alma. ¡Y cuántas hay!

Pidámosle que nos ayude a convertirnos, a purificarnos, a transformarnos espiritualmente, a renovarnos. Pidámosle "que el mal no se apodere de nosotros". Que venza Él: Jesús de Nazaret, nuestro Redentor, crucificado y resucitado.

Elevamos esta oración en el umbral de la Cuaresma 1985.



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