JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Viernes 15 de agosto de 1986
Solemnidad de la Asunción de María
1. Todos nosotros, reunidos en la oración común, deseamos hoy saludarte, Madre de Cristo, con las palabras de tu pariente Isabel:
"Bendita tú entre las mujeres... Dichosa la que ha creído" (Lc 1, 42. 45).
2. Verdaderamente eres llena de gracia, oh María; y por esta plenitud se ha desarrollado en Ti un mundo nuevo. El mundo del Emmanuel, el mundo del Dios-con-los hombres. El mundo de la fe, que abraza la realidad sobrenatural de Dios.
Esta realidad está en Ti. Dios está en Ti, Virgen Madre: "Bendito el fruto de tu vientre" (Lc 1, 42).
3. Venimos para encontrarte en el umbral de la casa de Isabel, que fuiste a visitar después de la Anunciación.
Y, a la vez, venimos para encontrarte en el umbral de este tiempo, abierto en el cielo, el tiempo que es Dios mismo: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Venimos para encontrarte, oh María, en el día de tu Asunción.
4. Nosotros, la Iglesia de tu Hijo, que escuchamos recogidos tus palabras. Y pensamos -nos lo sugiere la liturgia de la solemnidad de hoy- que las palabras, por Ti pronunciadas durante la Visitación a Isabel, han vuelto a tus labios en el momento de la Asunción.
¡Han vuelto las mismas palabras pero, realmente, mucho más intensas por el "fruto" de toda tu vida!
5. Tú dices: "Mi alma engrandece al Señor y exulta de júbilo mi espíritu en Dios, mi Salvador, porque ha mirado la humildad de su sierva... Ha hecho en mi maravillas el Poderoso cuyo nombre es santo" (Lc 1, 46-49).
6. Si oh María, santo es el nombre de Dios y el nombre tuyo alcanza en Él su santidad.
Y por eso todas las generaciones te llamarán bienaventurada (cf. Lc 1, 48). Así como nosotros, reunidos hoy aquí, te aclamamos bienaventurada en esta generación difícil de la historia humana.
Porque el Omnipotente ha hecho grandes cosas en Ti y en nosotros: "Desplegó el poder de su brazo", ¡suscitó en favor nuestro un poder salvador! (cf. Lc 1, 51. 69).
7. Oh Madre, oh Mujer vestida de sol del amor divino; oh signo grandioso para todos aquellos, que caminamos peregrinos por esta tierra hacia el "santuario del Dios viviente", ¡escúchanos!
Escúchanos para que, por tu intercesión, "su misericordia de generación en generación" (cf. Lc 1, 50) no cese de ser participada por los hijos y las hijas de esta tierra.
Oh clemente, oh pía, oh dulce Virgen María.
Amén.
Después del Ángelus
En esta fiesta solemne de la Asunción de la Virgen María en cuerpo y alma al cielo, elevamos nuestra acción de gracias a Dios porque en la glorificación de Nuestra Madre, figura y primicia de la Iglesia, vemos la promesa de nuestra futura inmortalidad.
A todas las personas de lengua española imparto con afecto mi Bendición Apostólica.
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