JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 7 de diciembre de 1986
1. "Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios" (Sal 97/98, 3).
"Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos" (Mt 3, 3).
A la hora de nuestra plegaria común del Ángelus, deseo con vosotros, queridos hermanos y hermanas, dar gracias a Dios porque "los confines de la tierra" conocen la verdad de la salvación revelada en Jesucristo.
Doy gracias a la Divina Providencia por haberme podido encontrar, a lo largo de mi peregrinación en Extremo Oriente, con la Iglesia del Dios vivo, que está en Bangladesh, en Singapur, en las Islas Fiji del Océano Pacífico y en Nueva Zelanda, así como también con la Iglesia que está en el continente australiano y en las Islas Seychelles.
2. Estos hermanos y hermanas nuestros en "los confines de la tierra" se unen ahora con nosotros en la fe, en la esperanza y en la caridad.
Junto a nosotros han entrado en el tiempo salvífico de Adviento.
Llega a sus corazones ―igual como a los nuestros― la voz que grita en el desierto: "¡Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos!"
Este grito anuncia la venida del Salvador. Y Él se dirige a los corazones y a las conciencias de los hombres. En efecto, el que viene es el Emmanuel: Dios con nosotros y entre nosotros. Viene para encontrar en nosotros una morada.
3. Así pues, nos dirigimos ―nosotros aquí en Roma y nuestros hermanos y hermanas "en los confines de la tierra"― a Ti, Virgen de Nazaret, a Ti que eres "primera morada" de Dios en la tierra.
Te saludamos con todos los hombres a los que se acerca, por medio tuyo, el Hijo del Eterno Padre y decimos: ¡Bendita Tú eres, Hija de Dios Padre!
Tú, que recibiste el saludo del ángel Gabriel, acoge nuestro saludo y nuestra plegaria.
Déjanos meditar contigo el misterio del Adviento, la venida de Dios en carne mortal.
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