JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 26 de junio de 1988
Queridos hermanos y hermanas:
Hemos llegado al final de nuestra solemne celebración eucarística.
Vais a recibir enseguida la bendición del Dios Trino y después escucharéis el "Ite Missa est", "Podéis ir en paz"; con estas palabras seréis enviados al mundo, a vuestro mundo, para que llevéis ahí a Cristo y testimoniéis en él, de palabra y con obras, su verdad, su justicia. En esta peregrinación de fe viva nos ha precedido María, la Madre del Señor, Ella, mejor que nadie, puede recordarnos continuamente quién es Jesucristo, qué papel central ocupa en su corazón el deseo de nuestra salvación, cuáles son sus módulos para el crecimiento del reino de Dios. Como subraya la Escritura expresamente, todo esto lo meditaba María en su corazón muchas veces. Ella nos invita a revisar de cuando en cuando, a la luz de la fe, nuestros caminos y veredas, para encontrar siempre con mayor claridad en todos nuestros pasos la dirección que nos permita, a nosotros y a nuestros compañeros de camino, acercarnos cada vez más a Dios y, de ese modo, a nuestra verdadera felicidad.
Así pues, llenos de confianza, unámonos en la alabanza a María mediante el rezo del Ángelus.
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