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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 18 de noviembre de 1990

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

Hoy deseo invitaros a elevar conmigo una oración al Señor, para que conceda el don de la paz a todos los pueblos del Medio Oriente.

Algunos de ellos llevan desde hace años una pesada carga de sufrimientos e injusticias, frente a las cuales nadie puede quedar indiferente. En aquella región, muchas generaciones jóvenes no conocen aún el bien fundamental de la paz: hasta ahora sólo han podido experimentar la violencia, con sus penosas consecuencias de dolor, incertidumbre y miedo.

Mi pensamiento se dirige, en primer lugar, a Tierra Santa, tan amada por todo cristiano. Pidamos juntos al Señor que inspire, a cuantos tienen responsabilidad, una auténtica voluntad de paz, para que, con la ayuda de la comunidad internacional, el pueblo palestino y el pueblo israelí consigan la justicia y la seguridad a que aspiran.

Nuestra solidaridad va, luego, a la población del Líbano hasta hace poco probada por la guerra, que pide poder vivir en un país por fin pacificado, libre y soberano. ¡Que Dios escuche esos deseos e ilumine a los responsables de las naciones, para que promuevan un orden internacional en el que todo pueblo se sienta respetado y pueda contribuir al progreso de la única familia humana!

También la situación del golfo Pérsico sigue siendo motivo de grave preocupación y angustia. ¡Que Dios misericordioso dé luz y fuerza a quien está llamado a respetar los principios éticos que deben servir como fundamento de las relaciones entre los Estados, y conceda a la humanidad no conocer los horrores de un nuevo conflicto! ¡Que el Señor inspire en todos la convicción de la necesidad de buscar sinceramente un diálogo honesto y abierto! La paz es un bien de todos y todo hombre de buena voluntad debe sentirse comprometido a conservarla, allí donde esté amenazada.

Deseo finalmente, hacer un llamamiento a la sensibilidad humana de quienes pueden contribuir a que terminen, lo mas pronto posible, los sufrimientos de los que han sido afectados por la crisis y por las medidas que la han seguido. Es un llamamiento en favor de la población civil, sobre todo los niños y los enfermos, así como en favor de las personas implicadas sin quererlo en ese doloroso acontecimiento y retenidas allí injustamente.

Pongamos con confianza estas intenciones en manos de la Virgen Santísima, Madre de la misericordia y Reina de la paz.



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