JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 8 de septiembre de 1991
1. "Celebremos con alegría el nacimiento de María, la Virgen: de ella salió el sol de justicia, Cristo, nuestro Dios".
Queridos hermanos y hermanas con estas palabras la liturgia de hoy recuerda un acontecimiento fundamental y determinante en la historia de la humanidad y de la Iglesia: el nacimiento de María Santísima, la Madre del Verbo encarnado. Ante un acontecimiento tan importante que toca profundamente el ánimo de los cristianos, permanecemos en contemplación absorta.
Veneramos a María, elegida por Dios para convertirse en la Madre del Redentor. María nació para Jesús, pues Dios quiso encarnarse mediante el amor de una madre. María nació para toda la humanidad, a la que dio el Salvador. María nació para cada uno de nosotros en particular, y sólo desea nuestro bien, en la perspectiva de la eternidad.
2. Y nosotros invocamos a María, nuestra Madre celestial: le pedimos por nosotros mismos y por la humanidad con la misma confianza con la que la invocaron las generaciones cristianas que nos han precedido.
Pienso en los numerosos santuarios marianos que pueblan esta tierra vicentina. En especial, pienso en la basílica de Monte Berico; en la Virgen de la Pieve y de Lourdes, en Chiampo; en Santa María del Summano, en Santorso; en Santa María Liberadora, en Malo; en la Virgen de los Milagros, en Lonigo; en Santa María del Cengio, en la isla vicentina en la Virgen de Scaldaferro, en Pozzoleone; en Santa María de Panisacco, en Maglio de Sopra-Valdagno; en la Virgen de Spiazzo, en Grancona en la Virgen de San Sebastián, en Cornedo; en la Virgen de San Félix, en Cologna Veneta; en la Virgen de los Capiteles, en Vallonara de Marostica; y en la Virgen de la Salud, en S. Vito-Bassano del Grapa.
Queridos hermanos y hermanas: ¡veneremos, invoquemos y escuchemos a María, nuestra Madre! La niña recién nacida, a quien celebramos hoy, es la obra maestra de la gracia divina. Es la Madre de Dios, la Reina del cielo y de la tierra.
Bendice, oh Virgen Santa, la ciudad y la diócesis de Vicenza, y desde lo alto de tu santuario atráenos a todos al ideal consolador de la fe cristiana.
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Libertad para todos los pueblos de Yugoslavia
Hoy se elevan súplicas especiales a Dios desde toda la Iglesia esparcida por el mundo, para implorar el fin de los combates en Croacia y la paz para todos los pueblos de Yugoslavia. También nosotros hemos orado por estas intenciones en el rosario de ayer por la noche y durante la santa misa de esta mañana y lo hacemos ahora, todos juntos, recurriendo a la intercesión de la Reina de la paz.
Durante los últimos dos meses los combates en el territorio croata se han multiplicado, con un continuo aumento de la violencia. El uso de armas pesadas está produciendo la destrucción indiscriminada de edificios civiles, iglesias y conventos, con numerosos muertos y heridos. Las poblaciones buscan la salvación huyendo de sus tierras y aumenta cada día el número de prófugos, obligados a afrontar gravísimas dificultades.
Todo esto sucede hoy, en Europa, a pesar de los compromisos internacionales asumidos para proscribir definitivamente la guerra. De hecho, nos hallamos ante conflictos que esperábamos no se repitieran nunca más en esta Europa ya lacerada en el pasado por tantas atrocidades. Además, nos encontramos ante una grave violación del espíritu del Acta final de Helsinki sobre la seguridad y cooperación en Europa y de la Carta de París sobre la nueva Europa, que excluyen categóricamente el recurso al uso de la fuerza como medio para resolver cualquier controversia. Los llamamientos y los esfuerzos de mediación de la comunidad internacional hasta ahora han resultado ineficaces por la voluntad de hacer prevalecer con la fuerza intereses partidarios.
Pidamos a la Virgen que escuche el grito de dolor de todo un pueblo martirizado. Pidámosle que toque los corazones de cuantos tienen en sus manos la posibilidad de hacer callar las armas y les inspire sentimientos de paz. Imploremos su protección sobre todas las iniciativas emprendidas para asegurar un "alto el fuego" efectivo y para conducir a las partes a negociaciones sinceras, que aseguren la libertad y la dignidad de todos los pueblos de Yugoslavia, a los que se les debe dar la posibilidad de elegir su propio futuro. El pueblo croata y todos los pueblos de Yugoslavia tienen derecho a vivir en paz y, a su vez, tienen el deber de contribuir a crear las condiciones para una paz verdadera.
¡Que Dios Omnipotente les conceda este don inestimable!
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