JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 26 de enero de 1992
¡Queridos hermanos y hermanas!
1. Vamos hoy en peregrinación espiritual a la Ciudad de México, a la basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, a quien el Papa san Pío X proclamó patrona y reina de México emperatriz de las Américas y de las islas Filipinas.
Bien podemos decir que santa María de Guadalupe fue la «primera evangelizadora de América», (cf. Discurso de llegada a la Ciudad de México, 6 de mayo de 1990). Efectivamente, ya en los albores mismos de la difusión del Evangelio en aquel continente, cuando el mensaje cristiano acababa de llegar a México, la Virgen se apareció el año 1531 a Juan Diego en el cerro del Tepeyac, manifestando así su maternal predilección hacia las poblaciones indígenas.
Según una constante y sólida tradición la imagen de la Virgen quedó estampada en la tilma del Indio, y es, desde entonces, objeto de intensa veneración por parte del pueblo cristiano. El santuario se convirtió a lo largo de los siglos en meta ininterrumpida de peregrinaciones y, con el recuerdo siempre vivo del prodigioso evento, continúa siendo todavía hoy centro significativo de la devoción mariana y corazón pulsante de la irradiación evangélica en el mundo latinoamericano.
2. He tenido también yo la alegría de orar ante la Virgen de Guadalupe ya durante mi primer viaje apostólico, el 27 de enero de 1979, invocando su ayuda maternal sobre el ministerio pontificio que acababa de iniciar.
Pude entonces confiar a su protección la III Conferencia general del episcopado latinoamericano, que se realizó en la cercana ciudad de Puebla de los Ángeles, y que yo mismo inauguré, compartiendo las esperanzas y los proyectos misioneros de la evangelización en América.
Ahora, mientras se prepara intensamente la IV Conferencia, que tendrá lugar en Santo Domingo el próximo mes de octubre, quisiera realizar con vosotros esta peregrinación espiritual al santuario de Guadalupe, para confiar a María, estrella de la nueva evangelización, las expectativas de las comunidades latinoamericanas y rezar por el buen éxito de tan importante encuentro, que constituirá el momento culminante de las celebraciones conmemorativas del V Centenario de la llegada de la cruz de Cristo a aquellas tierras.
3. Recordando al beato Juan Diego testigo privilegiado del mensaje materno de la Virgen, pienso de manera particular en las poblaciones indígenas, a las que deseo enviar, ya desde ahora, un saludo especial. Los obispos reunidos en Santo Domingo reflexionarán con renovada atención sobre los problemas de dichas poblaciones, como también sobre las expectativas de todos aquellos que, en el presente momento histórico, aspiran a condiciones de vida más justas y solidarias.
Que los cristianos del mundo entero, siguiendo el ejemplo de Cristo y de María, se sientan cada vez más comprometidos en el servicio a los hermanos cultivando un amor preferencial a los pobres.
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