JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 5 de abril de 1992
Queridos hermanos y hermanas:
1. En nuestro «itinerario hacia la luz pascual siguiendo los pasos de Cristo» (prefacio V de Cuaresma), durante esta santa Cuaresma, los domingos, a la hora del Ángelus, rezamos por América, pensando que «desde hace quinientos años el misterio de Cristo, salvador del hombre, está presente entre los pueblos de dicho continente, totalmente desconocido para el viejo mundo hasta el año 1492» (cf. Homilía en la misa del 1 de enero de 1992).
Hoy, continuando nuestra peregrinación espiritual por los santuarios de América, nos detenemos en la basílica del Santo Cristo de Atalaya, centro de la religiosidad popular de Panamá.
2. En la provincia de Veraguas hay una basílica dedicada a San Miguel Arcángel, la cual, por su torre y por encontrarse sobre un elevado promontorio, se llama precisamente «la Atalaya». Allí se venera una célebre imagen de Jesús Nazareno, cuyo origen se pierde entre la historia y la leyenda. Pero es cierto que, ya desde el siglo XVII; el santuario de Atalaya se ha convertido, sobre todo durante la Cuaresma, en meta de peregrinos que, procedentes de todo el istmo, acuden allí para rendir su tributo de fe y de amor al Cristo doliente, para agradecer sus bondades y para implorar gracias espirituales y materiales.
A Jesús Nazareno, que camina hacia el Calvario llevando la cruz redentora, acudimos también hoy nosotros, pensando sobre todo en el mundo del dolor.
Son muchos los hombres y las mujeres de América Latina, como de tantas otras partes del mundo, que se encuentran inmersos en el sufrimiento: niños, jóvenes, familias, ancianos; los refugiados, las víctimas de catástrofes naturales, de la droga, de la violencia, de las injusticias; y sobre todo los enfermos.
3. Desde siempre, la Iglesia ha hecho una opción preferencial por ellos: siente especial predilección por los que sufren, consciente de la fuerza evangelizadora y de la eficacia salvífica del dolor.
Lo he puesto de relieve en la carta apostólica Salvifici doloris sobre el sentido cristiano del sufrimiento humano, con la finalidad de hacer que los fieles centren su atención en Jesucristo, crucificado y resucitado, así como para exhortarles a aceptar y testimoniar, con valentía y vigor, el «evangelio del sufrimiento» (cf. Alocución a los enfermos en la audiencia general del 8 de febrero de 1984).
Pidamos a la Virgen Dolorosa, testigo silencioso de la pasión y muerte de Cristo, que sostenga a los que sufren y nos ayude a todos en el camino hacia la Pascua del Señor.
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