JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Santuario de Caravaggio, domingo 21 de junio de 1992
Queridos hermanos y hermanas:
1. La gracia del Señor nos ha llevado hoy a recitar la antífona mariana del Ángelus Domini en este santuario de Caravaggio en el que, según la tradición, María Virgen y Madre, visitó a su pueblo en el lejano 26 de mayo de 1432.
Aquel día, de un tiempo turbado y alterado por guerras, devastaciones y carestías, María quiso aparecerse a Giovanetta, esposa joven, criatura dócil y paciente, que resplandecía ante Dios por la bondad y la ternura de su devoción a la Virgen, y le dirigió palabras de confortación paz y esperanza.
Desde aquel día, muchas personas acuden a este lugar mariano, junto a una modesta fuente de agua pura, trayendo en su corazón inquietudes y tribulaciones, y en su cuerpo enfermedades y sufrimientos; y desde aquí se marchan con los dones del consuelo y la misericordia divina.
2. Hoy, en la explanada de este santuario, se ha recogido espiritualmente toda la Iglesia para alegrarse por la beatificación de don Francesco Spinelli, fundador del instituto de las religiosas Adoratrices del Santísimo Sacramento de Rivolta d'Adda.
El nuevo beato alimentó constantemente su existencia en la mesa de la Eucaristía, de la que se transformó en adorador incansable, y se distinguió por su devoción filial a María Virgen y Madre. De la contemplación eucarística y de la devoción mariana brotaron las innumerables obras de caridad de don Spinelli, que, gracias al celo apostólico de sus hijas espirituales ya han superado las fronteras de Italia y de Europa.
3. Al repetir ahora en la oración el saludo del ángel a María santísima, pidamos a Dios que, por intercesión del beato don Francesco Spinelli, alrededor de la Eucaristía se refuerce la unidad de los creyentes y se alimente la llama de la caridad fuente inagotable de toda iniciativa apostólica.
Somos conscientes, en efecto, de que «en la santísima Eucaristía —como recuerda el concilio Vaticano II— se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, a saber, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan vivo por su carne, que da la vida a los hombres, vivificada y vivificante por el Espíritu Santo. Así son ellos invitados y conducidos a ofrecerse a sí mismos, sus trabajos y todas sus cosas en unión con Él mismo» (Presbyterorum ordinis, 5).
A este sacramento divino, «fuente y culminación de toda la predicación evangélica» (ib.), nos conduzca María, a quien invocamos aquí con el hermoso título de Nuestra Señora de la Fuente.
En el mismo lugar donde he comenzado mi peregrinación a través de las Iglesias de Cremona, Crema y Lodi, quiero agradecer a María, nuestra madre, todos sus beneficios de esta visita, de estos encuentros en lugares diversos, pero especialmente aquí.
Hoy que el calendario de la Iglesia universal nos recuerda a otro santo lombardo, san Luis Gonzaga, no puedo olvidar la visita pastoral del año pasado a Mantua y a Castiglione para conmemorar el centenario de ese joven santo patrono de los jóvenes, y también —entre otros, pero quizá el principal— de nuestra peregrinación con los jóvenes. El encuentro en Mantua y en Castiglione fue una especie de vigilia que preparó la Jornada mundial de la juventud en Jasna Góra, en Częstochowa, Polonia. Y ayer, por la tarde, nos reunimos aquí con los jóvenes de Lombardía para fijar una nueva etapa de esta común peregrinación con los jóvenes. Los jóvenes son los principales peregrinos, porque tienen las piernas fuertes, los corazones abiertos...
Así pues, quisiera dar las gracias a vuestro santo patrono, no sólo al beato Francesco Spinelli, que comienza a ser venerado en la Iglesia de Cremona, sino también a san Luis Gonzaga, a quien desde hace cuatrocientos años veneráis como patrono de los jóvenes.
Pensando en los jóvenes durante nuestra plegaria del Ángelus Domini, nos dirigimos a la Madre de nuestras enfermedades para encomendarle las intenciones de tantas personas que sufren, de tantos enfermos que están reunidos aquí, y que también aquí procuran, con su intención, encontrarse con esa fuerza sobrenatural que salva. Muchas veces no se ve ese milagro del cuerpo humano, que sigue sufriendo. Pero se ve el milagro del espíritu humano que, incluso en el cuerpo que sufre, se ha vuelto nuevo, sano, fuerte, ha recuperado la esperanza y participa en la redención obrada por un Sufriente, por un Crucificado, se ha visto en sintonía con este Crucificado se ha visto en la perspectiva de la resurrección: crucificado y resucitado.
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