JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Lunes 29 de junio de 1992
Solemnidad litúrgica de san Pedro y san Pablo
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. Celebramos con gozo la solemnidad litúrgica de los santos apóstoles Pedro y Pablo, columnas de la Iglesia naciente y testigos insignes de amor y fidelidad a Cristo. Primeros maestros de la fe, extendieron con valentía el reino de Dios y, a ejemplo del Maestro divino, sellaron con su sangre su predicación evangélica.
Del sacrificio de Pedro, consumado en compañía de muchos otros mártires, habla con elocuencia esta insigne basílica vaticana y esta plaza situada idealmente en el centro de la cristiandad. También del martirio de Pablo quedan huellas significativas en nuestra ciudad. Roma lleva inscritos en su historia los signos de la vida y de la muerte gloriosa del Apóstol de las gentes y del humilde pescador de Cafarnaúm, que con acierto eligió como protectores.
Recordando su testimonio cruento, celebramos los comienzos venerables de la Iglesia que en Roma cree, ora y anuncia a Cristo como único redentor del hombre.
Contemplándolos a ellos, proclamamos la fe que nos une, la esperanza que nos conforta y la caridad que nos renueva constantemente.
2. Encaminada hacia el cumplimiento de la salvación y sostenida por la presencia del Resucitado, la comunidad de los creyentes se siente animada por el ejemplo y la intercesión de san Pedro y san Pablo a proseguir sin descanso por el camino de la fidelidad a Cristo y del anuncio de su Evangelio a los hombres de toda época.
En ese itinerario espiritual y misionero se coloca también la entrega del palio a los arzobispos metropolitanos, realizada hace poco en la basílica durante la solemne celebración eucarística. Un rito siempre muy significativo, que pone de relieve la comunión de los pastores con el Sucesor de Pedro y la estrecha conexión existente con la tradición apostólica. Se trata de un dable tesoro de santidad, en que se funden a la vez la unidad y la catolicidad de la Iglesia: un tesoro precioso, que esta Sede Apostólica está especialmente comprometida a tutelar.
3. Amadísimos hermanos y hermanas queridos peregrinos venidos de todo el mundo, mientras os deseo que paséis con alegría este día de fiesta, os exhorto a orar conmigo para que el Señor nos conceda sentirnos siempre impulsados, como Pablo, por la urgencia del amor de Cristo (cf. 2 Co 5, 14) y acoger con Pedro la invitación del Resucitado que repite a cada uno: «¡Sígueme!» (Jn 21, 19).
Invoquemos, por ello, a María, Reina de los Apóstoles y Madre de la Iglesia, recordando de manera especial a nuestros hermanos del patriarcado de Constantinopla que, como todos los años, están entre nosotros para participar con una delegación en las tradicionales celebraciones en honor de los santos apóstoles Pedro y Pablo. ¡Que la Virgen santa conduzca a todos los creyentes en Cristo a la meta de la unidad plena!
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