JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Cadore
Domingo 11 de julio de 1993
Queridos hermanos y hermanas:
1. Nuestra mirada también hoy está dirigida hacia Denver, donde el próximo mes de agosto se celebrará la reunión mundial de la juventud. Y el encuentro de hoy entre los montes y valles de Cadore se inserta bien en el itinerario espiritual de preparación a esta importante cita eclesial. Estos lugares que me son ya familiares y queridos no sólo por la belleza que los caracteriza sino también por la hospitalidad cordial de la gente que los habita.
Aquí, la naturaleza respetada atentamente, dona a manos llenas sus riquezas. El corazón se dilata y surge espontáneo cantar las alabanzas a Dios: «Obras todas del Señor, bendecid al Señor» (Dn 3, 57).
2. Es característico que en nuestro tiempo, frente a lo que ha sido señalado como el peligro del holocausto ambiental, haya surgido un gran movimiento cultural, que mira a la defensa y redescubrimiento del ambiente natural.
Es necesario sensibilizar especialmente a los jóvenes en esto. El gozo respetuoso de la naturaleza debe considerarse un elemento importante de su proceso educativo. Quien quiere verdaderamente encontrarse a sí mismo, debe aprender a gustar de la naturaleza, cuyo encanto se relaciona mediante íntima afinidad con el silencio de la contemplación. Las modulaciones de la creación constituyen otros tantos recorridos de belleza extraordinaria, a través de los cuales el ánimo sensible y creyente no se cansa de recibir el eco de la belleza misteriosa y superior, que es Dios mismo, el Creador, de quien toda realidad recibe su origen y vida.
3. La festividad de hoy de san Benito de Nursia, patrono de Europa, es una invitación a este redescubrimiento. Él, que vivió en un período de crisis de la civilización antigua, dio origen a monasterios que se convirtieron en oasis de contemplación y, al mismo tiempo, en talleres de construcción. El monaquismo supo unir sabiamente, como bien observa el Papa Pablo VI, «La cruz, el libro y el arado» (Pacis nuntius, 24 de octubre de 1964): tres elementos que jamás deben separarse, si no se quiere comprometer el equilibrio personal, social y ambiental. El lema benedictino ora et labora constituye arma fórmula sabia, destinada a edificar los corazones y las mentes, pero también a transformar «tierras desérticas y selváticas en campos fertilísimos y graciosos jardines» (ib.). Ojalá el ejemplo de Benito, que hoy veneramos de modo particular, ayude al hombre contemporáneo a volver a adquirir esa capacidad de síntesis, a la que está ligada en gran parte la calidad del futuro de la humanidad.
He aquí el deseo para los jóvenes que se preparan al gran encuentro de Denver. He aquí el deseo que hoy me alegra manifestar a todos vosotros, jóvenes y menos jóvenes de Cadore, presentes en esta feliz cita de hoy.
Que la intercesión de san Benito y la protección maternal de la Santísima Virgen obtengan a todos la abundancia de los dones de Dios.
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