JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Solemnidad de la Epifanía
Viernes 6 de enero de 1995
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. Hoy es la fiesta de la Iglesia que sufre por las heridas de la humanidad, pero se alegra íntimamente porque en el mundo «se ha manifestado la gracia de Dios» «su bondad y su amor a los hombres» (Tt 2, 11; 3, 4). El nacimiento de Jesús en la humildad de Belén encendió en el horizonte una luz nueva, capaz de guiar en su camino a quien basca la verdad, la justicia, la paz y la libertad, cualquiera que sea el pueblo, la cultura o la condición social a que pertenezca. El corazón de la Iglesia se alegra como el de María, que vio llegar a Belén a los Magos de oriente; los vio postrarse ante el Niño y adorarlo como rey ofreciéndole oro, incienso y mirra (cf. Mt 2, 11). La Madre muestra su gratitud, porque ve y comprende que el amor de Dios atrae hacia sí a todas las gentes.
2. Hoy la Iglesia exulta en el Espíritu Santo, don del Padre y del Hijo y fuente de todo don, que enriquece su vida y su misión. Exulta, de manera especial, por los diez nuevos obispos, consagrados esta mañana en la basílica de San Pedro. En el episcopado se manifiesta el doble movimiento de la Iglesia, movimiento de comunión y de misión: desde los pueblos hacia el centro, que es Cristo, y desde Cristo hacia todos los pueblos, hasta los últimos confines de la tierra.
Amadísimos hermanos y hermanas encomiendo los recién ordenados a vuestra oración, para que sean obreros del Evangelio santos y generosos, y guíen al pueblo de Dios con su palabra y su ejemplo.
3. Exultan también las Iglesias orientales que, siguiendo el antiguo calendario se preparan para celebrar mañana la Navidad del Señor. A todos los hermanos y hermanas del oriente cristiano llegue nuestro saludo fraterno. Expresándoles nuestros mejores deseos de felicidad, pido al Señor que el año recién comenzado que nos acerca al tercer milenio ayude a todos a profundizar, en la oración y en el diálogo, la unidad que nos ha confiado el Señor como don y meta por buscar incansablemente.
En este día la Iglesia renueva en el mundo la llamada del Evangelio: volved a Dios pueblos todos de la tierra; volved a Aquel que en Cristo Jesús ha revelado plenamente su misericordia y su fidelidad. No hay salvación ni justicia sin Dios, y mucho menos contra Él. Dios no ha hablado en secreto, sino que ha revelado a todos la Palabra de la verdad: Palabra que se hizo carne en Jesús. Quien ve y escucha a Cristo, ve y escucha al Padre. Deteneos, por tanto, y dirigid vuestro pensamiento al Señor. Dejaos ganar por su bondad, convencer por su mansedumbre, y enriquecer por su pobreza (cf. 2 Co 8, 9).
A María de Nazaret, que tiene en su regazo a la Sabiduría del Padre, le pedimos que haga llegar esta invitación a los creyentes y a todos los hombres de buena voluntad. Su intercesión maternal obtenga a la Iglesia y al mundo el don de la unidad y la paz.
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