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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

 Domingo 26 de marzo de 1995

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. El jueves próximo se hará pública la encíclica Evangelium vitae que llevará la fecha del 25 de marzo, solemnidad de la Anunciación del Señor.

Esta encíclica, fruto de una amplia consulta al Episcopado, es una meditación sobre la vida, considerada en la plenitud de sus dimensiones naturales y sobrenaturales; una meditación rebosante de gratitud al Señor, Dios de la vida, y que va acompañada por un fuerte llamamiento a los cristianos y a todos los hombres de buena voluntad, para que juntos nos pongamos generosamente al servicio de este bien fundamental, proclamando ante el mundo el evangelio de la vida.

En este ámbito delicado se registran hoy inquietantes contradicciones. Por una parte, se observan algunos signos de esperanza: basta pensar en el rechazo, cada vez más firme, de la guerra como instrumento para solucionar las tensiones internacionales en la amplia reacción de la opinión pública contra la violación de los derechos humanos y en el esfuerzo, cada vez mayor, por vencer el hambre, la droga y las enfermedades incurables. Por otra, se asiste a la difusión de una preocupante cultura de la muerte, que no sólo se manifiesta en las guerras fratricidas que ensangrientan aún numerosas zonas del mundo y en las formas de violencia contra los más débiles, sino también, y sobre todo, en los atentados contra la vida naciente y contra la de los ancianos y enfermos terminales. La legitimación del aborto y las crecientes reivindicaciones con respecto a la eutanasia marcan otras tantas derrotas de la cultura de la vida.

2. Frente a esta realidad, la Iglesia siente el deber de alzar su voz. La vida humana es un valor fundamental, enraizado en la dignidad misma del hombre, la única criatura que, a diferencia de todas las otras del mundo visible, es persona, ser corporal y, al mismo tiempo, espiritual, dotado de inteligencia y libertad, llamado a un destino inmortal y sobrenatural. Y esto vale para todo hombre y toda mujer, independientemente de su situación física, racial, social, económica y cultural. Vale para toda fase de la vida humana: para el hombre que ya ha nacido y para el que todavía está en el seno materno, para el sano y para el minusválido o el enfermo, para el joven y para el anciano. La vida humana es «sagrada»: ¡sólo Dios es Señor de ella! Toda brecha que se abre en el frente del pleno respeto a la vida es una mina colocada en los cimientos de la convivencia humana, de la sana democracia y de la paz verdadera.

3. La encíclica lleva la data de la Anunciación. He elegido esta solemnidad por el valor sumamente significativo que reviste precisamente en relación con el tema de la vida. En la Anunciación, la Virgen acoge el anuncio de su maternidad divina. En el sí que pronuncia, tiene su coronamiento el sí de toda madre a la vida de su propio hijo.

María, Madre del Autor de la vida Madre de los vivientes, ayuda a toda la humanidad a apreciar cada vez más el gran don de la vida. Bendice a las familias y haz que sean santuarios de acogida, respeto y amor a la vida del ser humano.

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Después del Ángelus

Me dirijo ahora a todos los peregrinos de lengua española que han participado en esta plegaria dedicada a la Madre del Salvador. Saludo especialmente a las Comunidades Neocatecumenales de Cullera, Valencia, Oviedo, Salamanca y Murcia. Os agradezco vuestra presencia aquí y, sobre todo, vuestras oraciones. Invocando la protección de la Virgen María, os aliento a vivir con generosidad las exigencias del bautismo que nos incorpora a la Iglesia, y con gusto os imparto a vosotros y a vuestros seres queridos mi Bendición Apostólica.



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