JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 11 de junio de 1995
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. Hace poco concluía, en la basílica de San Pedro, la celebración eucarística con ocasión del 50° aniversario del final de la segunda guerra mundial. Hemos querido orar por todas las víctimas de esa inmensa tragedia precisamente en este domingo dedicado a la santísima Trinidad, para situar su recuerdo en el horizonte de Dios Señor de la historia.
Dios es Amor y en Él no existe sombra de mal. Así pues, ¿de dónde viene tanta violencia, que devasta tan a menudo la historia humana? El creyente conoce la respuesta: viene del mal uso de ese don maravilloso que es la libertad; viene del egoísmo humano que secunda las tentaciones mentirosas del diablo, enemigo de Dios y del hombre. Dios quiere que la humanidad forme, cada vez más, una sola familia; pero un enemigo siembra cizaña para suscitar enemistad entre el hombre y Dios, y entre el hombre y el hombre (cf. Mt 13, 24-30.36-43).
Cristo Jesús con su muerte y su resurrección, nos ha liberado del poder del pecado. Él es nuestra Pascua y nuestra paz.
2. Es importante que se siga reflexionando, a la luz del misterio pascual sobre el segundo conflicto mundial, guerra de proporciones nunca antes conocidas. Mantener vivo el recuerdo de cuanto sucedió es una exigencia no sólo histórica, sino también moral. No hay que olvidar. No hay futuro sin memoria. No hay paz sin memoria.
Ante las lápidas de los caídos de entonces, meditamos en los frutos de la violencia y del odio. Resuena en nuestra alma una pregunta decisiva: ¿se han sacado las debidas consecuencias de esa tragedia? Estos últimos cincuenta años demuestran que la lección de entonces no ha sido asimilada plenamente. Por desgracia, se sigue disparando, se sigue matando en muchas regiones del mundo.
Por eso, es preciso gritar con fuerza: ¡Basta ya de guerra! Construyamos la paz. Y es necesario trabajar activamente para derribar las barreras y los obstáculos que impiden la realización de la paz. La paz es vocación común de cada hombre y de todos los pueblos; la paz es nuestra misión.
3. Amadísimos hermanos, dirijámonos a María, Madre de todos los hombres. A través de los acontecimientos dramáticos de la historia, ella invita a sus hijos a seguir los caminos del Señor: «Convertíos al amor de Dios —repite— y conoceréis la verdadera paz».
Oh María, Madre de Cristo, nuestra paz, te encomendamos las víctimas de la segunda guerra mundial y de todos los demás conflictos.
Ayúdanos a ser humildes y vigilantes, recordando las lecciones del pasado.
Ayúdanos a aprender de los errores del egoísmo humano y a convertirnos a la voluntad de Dios, que es amor, alegría y paz, para cruzar juntos, en la esperanza, el umbral del nuevo milenio.
¡Reina de la paz, ruega por nosotros!
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Después del Ángelus
Saludo ahora con afecto a todos los peregrinos de lengua española, de modo especial al grupo de Franciscanas Misioneras de la Natividad de Nuestra Señora (Darderas), en el primer centenario de la muerte de su Fundadora. Al alentaros a permanecer fieles al carisma de vuestro Instituto, os encomiendo a la maternal protección de la Virgen María y os imparto mi Bendición Apostólica.
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